La helada mejilla
Ros¨¢cea y helada, la mejilla de Madrid anda de nieve y niebla con los fuertes vientos
De lejos, parece que invita al desprecio o que transpira una frialdad ajena a toda forma de afecto. Ros¨¢cea y helada, la mejilla de Madrid anda de nieve y niebla con los fuertes vientos que despeinan su sierra y congestionan la respiraci¨®n de sus v¨ªas a Segovia. Es la breve y acolchada piel de su rostro que, conforme se acerca, parece evocar la tersura de cada infancia, carita de parvulario y esa inocencia con la que se pierden las miradas en pendejadas: la se?ora que se queda mirando la carrera de gotas en el cristal del autob¨²s o el hombre que lleva perlado el abrigo con la llovizna ¡ªque parece que no moja, pero cala, esa que llaman txirimiricomo apodo vasco y que en M¨¦xico se volvi¨® chipichipi y que en Veracruz llaman pelusa de gato¡ª.
Una anciana sonr¨ªe bajo cero porque quiz¨¢ me ha confundido con un nieto y un joven hace alarde de sus capacidades deportivas, con las mejillas a¨²n m¨¢s enrojecidas que los dem¨¢s, por venir de trotar en medio del bosque que se alza en medio de Madrid y todo se vuelve un peque?o concierto de la helada mejilla con la que las caras desaf¨ªan los fr¨ªos que tardaron en llegar.
De cerca, la helada mejilla se vuelve el entra?able almohad¨®n del saludo, la piel plural unida por un instante y dos besos al aire, al filo de las orejas tambi¨¦n heladas y parece entonces que Ella se sonroja y ?l ha regresado al tiempo inasible, el que no vuelve, del sue?o o primaveras pasadas donde las mejillas dorm¨ªan acompa?adas o revoloteaban en carcajadas unidas por un calorcillo que sonroja. Mejilla helada entre las manos del Otro que quiere que se confunda el vaho compartido de una conversaci¨®n en el quicio de un portal, en el dintel de un invierno que pinta las caras de Madrid con tatuajes leves de escarcha invisible, cabezas en boina y gorros de lana tejidos como para enmarcar mofletudos y cachetones, flacos de p¨®mulos en sepia y rostros intemporales del vientecillo, que cala hasta los huesos, que se manifiesta bajo los p¨¢rpados ¡ªllorosa y salada ag¨¹ita de azar¡ª, que traza las raras coincidencias y las sincron¨ªas inesperadas, los nombres olvidados que llegan a la mente en cuanto se acerca la mejilla que parec¨ªa ajena y saluda efusivamente para que, por un instante de lev¨ªsimo calor, ambas mejillas se fundan en una caricia instant¨¢nea que parece romper el hielo con esta madrile?¨ªsima costumbre de chocar ambos lados de la cara de un Madrid que, de lejos, parece fr¨ªo y se va calentando conforme se multiplican los calores que irradian las voces calladas que entran todos los d¨ªas por la Puerta del Sol.
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