Monumento a Katharine Graham
La propietaria de 'The Washington Post' es la protagonista del filme de Spielberg
En sus memorias, la hist¨®rica propietaria de The Washington Post, Katharine Graham, explica que cuando se preparaba el rodaje de Todos los hombres del presidente (1976) sobre el caso Watergate y el papel clave que tuvo su diario, Robert Redford le dijo que no saldr¨ªa en pantalla porque la funci¨®n de la propiedad no se entender¨ªa y ser¨ªa muy dif¨ªcil de explicar. Graham no se fiaba mucho de aquella gente del cine. No autoriz¨® el rodaje en las instalaciones del diario y estaba inicialmente aliviada de no aparecer. Pero m¨¢s tarde, confiesa, se sinti¨® herida porque el filme la hab¨ªa pr¨¢cticamente ignorado. De todos modos, un a?o despu¨¦s, se estrenaba la serie de televisi¨®n Lou Grant donde el personaje de la maternal propietaria del diario Los Angeles Tribune estaba directamente inspirado en ella. Por todo esto y m¨¢s cosas, es una l¨¢stima que ahora no haya podido disfrutar de Los archivos del Pent¨¢gono, donde Steven Spielberg hace una detallada descripci¨®n de su combate para defender el aut¨¦ntico papel de los diarios: informar. Una convicci¨®n que le hace arriesgar el ¨¦xito de la salida a bolsa, un movimiento no con ¨¢nimo de embolsar, sino para capitalizar el diario y poder contratar m¨¢s y mejores periodistas.
Las dos pel¨ªculas son un elogio del periodismo, una descripci¨®n de su cocina, pero llegan en momentos muy diferentes. Todos los hombres del presidente, con la prensa haciendo caer a Nixon, supone un cambio temporal en la, ya entonces, negativa aproximaci¨®n del cine al periodismo, un cine que contempla la naturaleza de la verdad como un problema cada vez m¨¢s gordo para los periodistas. Entonces fue considerada como la pel¨ªcula m¨¢s elogiosa sobre la prensa y su necesidad democr¨¢tica, con unos periodistas manejando con eficacia las fuentes y un diario caminando hacia la verdad a pesar de todas las trabas. El filme de Spielberg, llega en un momento de crisis, desconcierto, despidos, y creciendo hooliganismo en muchos lectores y cabeceras. Mientras que, por ejemplo, Spotlight, hace un par de a?os, relataba una aventura period¨ªstica contempor¨¢nea de su p¨²blico, los periodistas vemos el filme de Spielberg como un merecido monumento, pero monumento funerario.
La compa?¨ªa del Post, con Graham al frente, tambi¨¦n era, en aquella ¨¦poca, propietaria de Newsweek. Aqu¨ª las cosas eran diferentes, como explica ¨Ccambiando nombres y detalles- la serie La rebeli¨®n de las buenas chicas (Good Girls Revolt, 2016). visible en Amazon. A finales de los sesenta, las mujeres no pod¨ªan ser reporteras ni firmar en Newsweek, solo investigadoras auxiliares de los redactores. Se organizaron y despu¨¦s de una campa?a obtuvieron una progresiva igualaci¨®n. Lo document¨® en un libro Lynn Povich, que empez¨® como secretaria de la revista y acab¨® siendo la editora s¨¦nior. La misma Graham explica en sus memorias que recibi¨® una carta de 52 mujeres que trabajaban en el Post reclamando m¨¢s igualdad de oportunidades. Y eso que The Washington Post, para la derecha americana, era ¡°el Pravda del Potomak¡±, como con iron¨ªa lo define el personaje de Angelica Huston en Jardines de piedra.
El cine sobre el periodismo ignora habitualmente la propiedad de los medios. Y cuando lo hace, no acostumbra a ser indulgente. Hay pocos propietarios como Graham o como aquel de Ens¨¦?ame a querer, el padre del personaje de Doris Day que deja a su hija, tambi¨¦n periodista, un ¨²nico consejo: ¡°Si quieres vender m¨¢s diarios ma?ana, enga?a. Si quieres seguir vendiendo de aqu¨ª 10 a?os, seas honesto¡±. En Gringo viejo (1989) Luis Puenzo se sirve de Ambrose Bierce (Gregory Peck) para darle un cachete a Hearst (el mismo de Ciudadano Kane): ¡°Hearst, el propietario de mi peri¨®dico ha adquirido m¨¢s poder. Mis palabras no han servido a la verdad, lo han servido a ¨¦l¡±. Incluso Frank Capra, que era un gran predicador del lado angelical del ser humano, no ahorraba en se?alar, a veces sin compasi¨®n, sus llagas. Su dibujo de los propietarios de medios en Caballero sin espada ( Mr Smith goes to Washington, 1939) no gust¨® a determinados socios del National Press Club que hab¨ªan permitido que Capra recreara sus salones y hab¨ªan patrocinado el estreno del filme. En State of the Union?escoger¨¢ una mujer, una especie de Lady Macbeth, para demostrar que desde sus diarios puede fabricar presidentes. Capra dar¨¢ una de las secuencias m¨¢s mis¨®ginas de la historia de esta especialidad cinematogr¨¢fica. En la escena inicial, cuando el viejo Thorndyke est¨¢ a punto de morir confiesa a su hija y heredera que siempre hab¨ªa querido un hijo, pero que ahora se daba cuenta de que era mucho mejor ella: un cuerpo de mujer con un cerebro de hombre, ¡°mi cerebro¡±. El padre lamenta la fragilidad de los hombres, d¨¦biles e idealistas, y aconseja a su hija no caer nunca bajo el imperio de los sentimientos. Ella se lo promete con firmeza. Nada que ver con Graham.
Y ahora es curiosamente la televisi¨®n la que pinta con m¨¢s maldad la propiedad de los medios audiovisuales, que acostumbran a ser opacas corporaciones. En Newsroom, la propiedad tiene conductas poco gentiles, aunque Aaron Sorkin le hace dar una voltereta redentora al final. Una hermanita de esta serie es la coreana Argon (2017, Netflix). Tambi¨¦n nos encontramos en la redacci¨®n de un programa informativo de una potente emisora de televisi¨®n. Su responsable es un imperturbable defensor del periodismo y se tiene que enfrentar a los intereses de la propia corporaci¨®n, que tambi¨¦n se redime al final. El periodista que necesita ser un h¨¦roe. Lamentablemente, un cl¨¢sico de la ficci¨®n. Est¨¢ claro que siempre ha habido autores m¨¢s descre¨ªdos. Por ejemplo, Valle-Incl¨¢n, desconfiando crudamente de los periodistas. Se lee en Luces de Bohemia cuando un personaje le comenta a Max Estrella "Van a matarme... ?Qu¨¦ dir¨¢ ma?ana esa Prensa canalla?". La respuesta es clara, "lo que le manden".
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