La socializaci¨®n de la derrota
Ya que no fue posible la victoria, queda la alternativa suicida de perecer junto al adversario, como Sans¨®n con los filisteos
La derrota, que es amarga e intratable, constituye una caja de sorpresas. Por m¨¢s que uno quiera prepararse para encajarla, todo lo que trae consigo nos pilla desprevenidos. Me refiero, claro est¨¢, a una derrota entera, sin remedio, sin transacciones.
Una derrota cierta, redonda, no llega por qu¨¦ s¨ª. Hay que trabajarla denodadamente. Hay que cocerla al fuego lento de muchos errores y autoenga?os, de muchas oportunidades perdidas y sabias retiradas descartadas. Una derrota, por ejemplo, como la que buscan quienes juegan a todo o nada, o quienes queman las naves para cortarse la propia retirada, eso que ahora se llaman los planes B o alternativos.
La medida de la derrota nunca es definitiva. Tambi¨¦n depende de la obstinaci¨®n con que se encaja. Reconocida a tiempo, permite defender posiciones fundamentales, o volver a empezar con la experiencia y el aprendizaje de las p¨¦rdidas experimentadas. Nada peor como la obstinaci¨®n en la derrota, la persistencia sin concesiones en la apuesta maximalista que la ha fabricado.
Nada permite atisbar ahora el gesto elemental e imprescindible de reconocer la realidad de los hechos, la verdad indiscutible de esta derrota sin paliativos. Al contrario, la ¨²ltima propuesta de acuerdo de investidura entre PDeCAT y ERC es todo un ejemplo de la irrefrenable e irresponsable obstinaci¨®n con que la clase dirigente independentista est¨¢ gestionando la salida del conflicto. Ceguera ante la realidad y aislamiento y dur¨ªsima sordera ante las voces cr¨ªticas que escuchan a su alrededor.
Empezando por su presentaci¨®n, el punto que se refiere al esp¨ªritu del 1 de octubre, texto hiperb¨®lico y divisivo donde los haya, destinado a nutrir el narcisismo victimista del unilateralismo independentista y a impedir cualquier di¨¢logo con quienes han venido defendiendo el respeto a la legalidad desde el primer d¨ªa, como es el caso del exconseller Santi Vila.
Dicen los autores del texto que los catalanes no olvidar¨¢n nunca aquel 1 de octubre, pero hay tambi¨¦n muchos catalanes, quiz¨¢s m¨¢s, que tampoco olvidar¨¢n los d¨ªas 6 y 7 de septiembre, cuando Catalu?a se qued¨® a la intemperie, con su Estatuto violado por el Gobierno y por la mayor¨ªa independentista, en un golpe parlamentario, asimilable perfectamente a un golpe de Estado, al menos en grado de tentativa, que Vila ha calificado ¡°como la p¨¢gina m¨¢s negra¡± de su curr¨ªculum como ciudadano y como servidor p¨²blico.
La derrota es un aut¨¦ntico c¨¢ncer, programado gen¨¦ticamente para extender su met¨¢stasis de rencor y obstinaci¨®n a cuanto cuerpo viviente se encuentre en su camino, y no ¨²nicamente a los derrotados. La fuerza de la derrota que nos paraliza y nos devora es tanta como intensa fue la acci¨®n de convicci¨®n y movilizaci¨®n de esos dos millones de fieles enfervorizados hasta hace bien poco por la ineluctabilidad de su inmediata e inmaculada independencia.
Estos manifestantes de cada 11 de septiembre desde 2012, votantes de dos citas de dudosa legalidad una y de plena ilegalidad la otra, y portadores ahora de un estridente lazo amarillo que tanto reconforta a unos como ofende a los otros, han interiorizado el derecho a la autodeterminaci¨®n de Catalu?a como si fuera un sentimiento moral sublime e inatacable que obligara al entero mundo democr¨¢tico. Como si democracia y deseo fueran lo mismo.
N¨®tese que nadie convencer¨¢ a estos conciudadanos sobre la imposibilidad de reconocimiento de un derecho inexistente en cualquier legislaci¨®n interna o externa porque lo sienten, lo perciben o al menos lo exhiben como un derecho individual ya ejercido de forma negativa e irreversible respecto a la permanencia en Espa?a. Debilitar este deseo irrefrenable y vencer esta ideolog¨ªa es una tarea larga y probablemente imposible, al menos para buen n¨²mero de quienes los poseen.
Hay que recurrir a la pol¨ªtica, claro. Y con una urgencia que, si ya no se supo ver cuanto todav¨ªa est¨¢bamos a tiempo, menos se ver¨¢ ahora cuando prosperan las tentaciones dr¨¢sticas respecto a demenciales soluciones definitivas. Especialmente porque los derrotados, incapaces de capitalizar sus victorias t¨¢cticas y de dar respuesta reconfortante a unos seguidores a los que han sometido al estr¨¦s de un colosal enga?o, se ver¨¢n tentados a tomar el peor de los caminos, como es el de intentar la socializaci¨®n de la derrota, ya que no han podido conseguir la victoria.
Si no tuvieron plan B cuando estaban a tiempo, menos lo tienen cuanto el tiempo ya se ha acabado, de forma que su ¨²nica salida, como prueba la propuesta de acuerdo de investidura, es ver si pueden, como Sans¨®n, romper las columnas del templo para morir aplastados con todos los filisteos dentro. Un presagio siniestro que reconforta a los persistentes partidarios de poner puntos finales a nuestros problemas seculares en vez de recuperar el camino del di¨¢logo, la reconciliaci¨®n y el pacto, ¨²nica forma de revertir alg¨²n d¨ªa las derrotas en victorias de todos.
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