El d¨ªa despu¨¦s
No hay sitio para tanta gente. Pues habr¨¢ que turnarse y repartir esfuerzos. Compartir la paternidad, el cuidado de los ancianos y de la casa.
El s¨¢bado me hice el caf¨¦ doble, unt¨¦ las tostadas con tomate (costumbre que me devuelve cada ma?ana a casa, est¨¦ donde est¨¦) y abr¨ª los peri¨®dicos. Uno espa?ol, El Pa¨ªs; otro portugu¨¦s, el Expresso. Le¨ªa sobre los rusos ultracat¨®licos, en este diario, despu¨¦s de haberme informado del pujante mercado inmobiliario lisboeta en el semanal luso, cuando me invadi¨® una sensaci¨®n rara. All¨ª faltaba algo. Los dos peri¨®dicos arrastraban a¨²n bastante informaci¨®n sobre el jueves 8 de marzo, el d¨ªa en que se llenaron las calles espa?olas de mujeres en huelga (por tantos motivos), mientras en Portugal pasaba inadvertido (aunque aqu¨ª a ellas tambi¨¦n les sobren los motivos).
No faltaban datos en ninguno. En Espa?a, la brecha salarial llega al 14,2%; en el pa¨ªs vecino, roza el 20%, una cifra que ha empeorado en los ¨²ltimos a?os, con la austeridad y los objetivos europeos de reducci¨®n de d¨¦ficit. Tambi¨¦n se resaltaba que esa brecha es a¨²n mayor si al salario bruto se suman pluses, variables y pagos en especie. Los editoriales estaban, desde luego, a la altura de la movilizaci¨®n femenina, destacando que la democracia es incompatible con la discriminaci¨®n. Volv¨ª atr¨¢s y revis¨¦ las p¨¢ginas (el s¨¢bado me doy el gusto de pasarlas una a una, sin prisa, como si no existieran los digitales, gozando del papel).
Soy, imagino que lo han adivinado, una vieja feminista de los setenta, de las que hace tiempo dejaron de protestar; bastante contenta, confieso, con mi independencia y con las mejoras conseguidas por mi g¨¦nero, aun siendo insuficientes. Entiendo que las nuevas feministas, las j¨®venes que se han echado a la calle y han parado, quieran que su enfado se vea. Y se ha visto. M¨¢s que otros a?os.
Sin embargo, lo que vi en la calle no lo ve¨ªa en las p¨¢ginas de mis dos peri¨®dicos. Entre los textos faltaba algo y sobraba mucho. Eran escasos los art¨ªculos de opini¨®n firmados por mujeres. Excluyendo suplementos y magazines, el an¨¢lisis -de cualquier cuesti¨®n- lo firmaban, en su gran mayor¨ªa, hombres. En el Expresso, de 25 columnistas, solo dos eran mujeres, el 8% de la opini¨®n. En el caso de El Pa¨ªs, dos mujeres columnistas de un total de 14, el 14,2%.
As¨ª estaban las cosas el d¨ªa despu¨¦s, dos d¨ªas despu¨¦s del 8-M para ser precisa. La opini¨®n sigue fuera de nuestras manos; el pensamiento de la mujer raramente es relevante, porque, no nos enga?emos, para ser o¨ªdas y tratadas de forma igualitaria es importante ser escuchadas. Con atenci¨®n. Y para eso -aunque nuestra presencia haya mejorado considerablemente- nos falta el prestigio que da ocupar los palcos socialmente importantes: en los medios de comunicaci¨®n, en los primeros puestos de las listas electorales, en los consejos de administraci¨®n, en los cargos de direcci¨®n ejecutiva, en los sindicatos, en las academias, en la c¨²pula de la Iglesia...
Las mujeres espa?olas han mostrado su enfado, la necesidad de cambiar las cosas. Lo han hecho masivamente. Las que han querido (no son todas) o podido; muchas no han conseguido abandonar sus trabajos o a sus familiares dependientes. Tras el d¨ªa de enfado, hay que concretar, hay que poner la igualdad en las agendas de hombres y mujeres.
Se trata de legislar, quien tiene capacidad de hacerlo; de poner objetivos en las empresas p¨²blicas y privadas, y, por supuesto, en los medios de comunicaci¨®n. Si no avanzamos con claridad, tras el aumento de las expectativas, crecer¨¢ el desenga?o. Curiosamente, en Portugal, donde nadie hizo huelga, el Gobierno aprovech¨® el 8-M para aumentar la cuota m¨ªnima de mujeres en las listas electorales del 33% al 40% , adem¨¢s de prohibir que haya dos candidatos seguidos del mismo sexo.
Una raz¨®n que ayuda a explicar la hist¨®rica lentitud en conseguir la igualdad es, adem¨¢s de obvia, bien simple, incluso comprensible: una mujer m¨¢s arriba, es un hombre m¨¢s abajo. Y a los que mandan les da pereza, l¨¢stima, incluso les produce una cierta irritaci¨®n, tener que decirles a otros hombres que hay una mujer (con talento, preparada, quiz¨¢s mejor) para ese puesto.
No hay sitio para tanta gente. Pues habr¨¢ que turnarse y repartir esfuerzos. Compartir la paternidad, el cuidado de los ancianos y de la casa. Aceptar que un hombre no es, por principio, la mejor opci¨®n para un empleo. Nos sobran d¨ªas de la mujer, y nos faltan, cada a?o, 365 jornadas con igualdad de salario y oportunidades.
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