Aullidos frente a los locuaces
El excelente músico británico se encuentra con un público desabrido en la presentación más incómoda de 'Whatever it takes'
Mala cosa que el sonido reciba a un artista en la primera canción con dos o tres acoples chirriantes. Y peor aún si el volumen de seis músicos sobre el escenario ha de competir, para salir a menudo derrotado, con el de las conversaciones de algunos locuacísimos asistentes. No vivió una experiencia plácida James Hunter anoche a su paso por The Secret Social Club, nuevo espacio madrile?o en auge que resulta algo claustrofóbico para la música en vivo y con demasiado aforo para las reducidas dimensiones de su escenario. Así que teníamos al mejor soulman?que ha dado nunca Gran Breta?a (según veredicto de la revista Mojo) y los tiques agotados en la entrada, pero la experiencia resultó a menudo más incómoda que estimulante. También para el experimentado jefe de filas, que entre canción y canción no cesaba de trasladar órdenes al técnico de sonido.
Ahora que caemos en la cuenta, a James Hunter le hemos conocido siempre como un artista adulto. Y no solo porque superase las cuatro décadas cuando People gonna talk?(2006) le catapultó en medio mundo, sino porque su interés hacia cualquier sonido, instrumento o inflexión posterior a la década de los sesenta es sencillamente inexistente. Su recién nacido último disco, Whatever it takes, es brevísimo y soberbio, pero hubo que esperar hasta el séptimo tema de la noche para que se percibieran indicios claros de combustión. Fue con Baby don't do it?cuando el de Essex abrazó la incandescencia y emitió los primeros aullidos rotos de la noche, una exhibición de ferocidad con la que James Brown sí que le habría aprobado el máster.
James es capaz de entregar prodigios melosos como Don't let pride take you for a ride, con la garganta ya caliente y la negritud chorreando a borbotones. Gemía el órgano y rezongaba el maravilloso saxo barítono de Lee Badau, pero una parte significativa del respetable no respetaba nada. Un problema que de clásico ha pasado a crónico y, en ocasiones como esta, a detestable. Vendrán noches más propicias; falta hace.
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