Cinco d¨ªas viviendo a la vista del p¨²blico
Un actor se instala hasta el domingo en una casa de madera construida en la azotea de las Naves de Matadero
Hoy Juan Loriente ver¨¢, a las 15.00, la pel¨ªcula Manuel y Elisa, de Manuel Fern¨¢ndez Vald¨¦s. Un rato antes, a las 14.00, habr¨¢ barrido la casa y le¨ªdo algunas p¨¢ginas de Solaris, de Stanislaw Lem (con las ventanas abiertas). Ma?ana a las 14.30 se echar¨¢ una siesta escuchando a Brahms. Lo sabemos porque desde ayer hasta el domingo, durante 120 horas, este actor habita una casa de madera que se ha levantado en la azotea de la Nave 10 de Matadero, Centro Internacional de Artes Vivas, a la vista del que quiera ir a mirarle o, mucho mejor, a interaccionar con ¨¦l.
Pero esta acci¨®n, esta performance llamada El tiempo entre nosotros, no consiste solamente en un actor que se encierra y vive de cara al p¨²blico, no se trata de poner a prueba el cuerpo de Loriente, ni de buscar morbo o r¨¦cords. De hecho, ni siquiera es un encierro: en su apretada lista de actividades tambi¨¦n est¨¢ acercarse al Manzanares y meterse en ¨¦l, acudir al cementerio o ¡°convertirse en un etn¨®grafo y vincularse con la gente¡±, seg¨²n cuenta Fernando Rubio (Buenos Aires, 1975). Rubio, director, dramaturgo, artista visual y creador de esta experiencia, ya ha recorrido varios pa¨ªses (Argentina, Chile, Singapur, Argentina) con la casa de madera ¡°austera y bella al mismo tiempo¡±, que ¨¦l mismo ha dise?ado, a cuestas. Una inc¨®gnita es cu¨¢nto costar¨ªa este soleado estudio en tan privilegiada posici¨®n, y si se podr¨ªa alquilar a turistas. Pero eso es otra historia.
Se trata de una ¡®performance¡¯ llamada ¡®El tiempo entre nosotros¡¯ ideada por el autor argentino Fernando Rubio
¡°Intento, como en otras de mis obras, ver si es posible generar una nueva dimensi¨®n en la relaci¨®n entre la obra, el actor y los espectadores¡±, dice el argentino. ¡°Busco que el hecho est¨¦tico sea m¨¢s poderoso desde un punto de vista humano, espiritual¡±. Curiosamente, la obra la escribi¨® fuera de casa: desde un hotel en La Habana hasta casas de otras personas, pasando por numerosos aviones y aeropuertos. ¡°Al final entend¨ª que el espacio de esta obra ten¨ªa que ser una casa¡±, dice.
Dentro de la casa hay varios asientos, un peque?o jerg¨®n donde echarse, algunos libros, un poco de g¨¹isqui; por las paredes se lee un texto escrito con tiza de manera obsesiva, como en una pel¨ªcula de terror. Se trata del relato que Loriente, el habitante de este espacio ef¨ªmero (colaborador, a la saz¨®n, de Rodrigo Garc¨ªa desde 1999 y con experiencia con La Fura del Baus, Carlos Marquerie o La Ribot), contar¨¢ tres veces al d¨ªa a los espectadores que se acerquen (visitar la casa es gratis, pero a la hora de los relatos se cobra una entrada de 8 euros. El aforo es de 25 personas).
¡°La historia trata sobre la memoria, sobre la forma en la que invertimos el tiempo, sobre todo el interrogante principal gira en torno a la posibilidad de ser otro¡±, dice Rubio. Por las paredes, unos post its revelan algo de lo que contiene el relato: se lee ¡°violinista¡±, ¡°gran violinista¡±, ¡°bruja medieval¡±, ¡°astr¨®nomo del siglo XVII¡± o ¡°fugitivo¡±. El motivo de la estancia de este hombre en esta casa es un misterio a la manera del MacGuffin que defini¨® Alfred Hichtcock.
Las acciones que realizar¨¢ el actor en su apretado horario (bailar solo o con quien se le una, cantar una canci¨®n para s¨ª mismo, invitar a alguien a beber) no est¨¢n elegidas al azar, sino que tienen que ver con lo que se cuenta en el relato, se desprenden de ¨¦l conceptualmente. Tambi¨¦n recibir¨¢, a la vista del p¨²blico, a otros creadores como el artista Sebasti¨¢n Beyr¨®, el dramaturgo Andr¨¦s Lima o la bailarina y core¨®grafa M¨®nica Valenciano, como ¡°una forma de ampliar el marco de reflexi¨®n de la obra dentro de la propia obra¡±, explica Rubio.
En su estancia en otras ciudades, siempre con la complicidad de actores locales, El tiempo entre nosotros produjo sucesos sorprendentes: espectadores que entablaron relaci¨®n con los diferentes actores, visit¨¢ndolos a diario, personas que trajeron regalos, o el caso de una carta manuscrita que, una noche, se col¨® por debajo de la puerta: ¡°Lo que se le¨ªa parec¨ªa propio de la soledad de una persona en la vejez¡±, recuerda Rubio, ¡°el ¨²ltimo d¨ªa apareci¨® el autor: solo ten¨ªa 17 a?os¡±.
¡°En la dramaturgia actual hay una querencia demasiado fuerte por resolverle la vida al espectador, por dar respuestas, finales cerrados, conclusiones, que todo sea de f¨¢cil digesti¨®n¡±, concluye el director, ¡°pero yo prefiero generar intriga y curiosidad, buscar espectadores activos antes que espectadores pasivos que solo se preocupan por entender¡±. El domingo, a las 23.00, el hombre que habr¨¢ habitado la casa durante cinco d¨ªas saldr¨¢, caminar¨¢, ¡°y se perder¨¢ en la ciudad¡±.
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