El cielo es protagonista
El autor diserta sobre las diversas tonalidades y brillos del aire de Madrid
Deber¨ªan imprimir una peque?a gu¨ªa donde se les recuerde a los vecinos y se les descubra a los viajeros el milagro cotidiano de los atardeceres de Madrid; ser¨ªa un ¨²til tr¨ªptico con algunas fotograf¨ªas donde conste que cada 24 horas ¡ªen diferentes estaciones del a?o¡ª Diego Vel¨¢zquez en persona saca el pincel con el que combina la luz amarillenta que se anaranja en un lila con tintes azules dif¨ªciles de describir (o reproducir en papel) para que a nadie se le olvide que ha llegado un nuevo atardecer con el mismo mensaje e intensidad con los que los milennials del new agecelebran cada amanecer. Atardece que no es poco, y tiene cada alma a la vista el tel¨®n inmarcesible de una advertencia callada: termina lo que ya pas¨® y se abre la noche como una madrugada en flor que puede encerrar mejores promesas que las vividas a la luz del sol.
Atardece en todos lados (seg¨²n dicen los del clima) pero algo pasa en Madrid que la despedida diaria de la luz en el cielo se convierte en un lienzo impalpable de asombro y silencio. Las sombras cobran entonces la textura de un alivio o la insinuaci¨®n de un secreto y por las veredas del cemento se va colando el fresco aviso de que todo puede suceder de noche, volver a crecer o dormir las horas del sue?o hasta convertirse de nuevo en un d¨ªa con sus tedios y sus horarios, el ruido de lo mismo y los planes de la nada¡ hasta que se cumplan las horas para que en un minuto preciso empiece de nuevo el atardecer renovado que es el mismo de la infancia, con el que terminaban los juegos en los columpios y se cerraba la alacena de las golosinas. Es el mismo y otro atardecer el que cambia las hojas del calendario y agita las ramas de todos los minutos que le restan al ¨²ltimo paseo de un anciano por un sendero arbolado donde se cruza con la carriola de unos gemelos de meses que parecen cantar la nona con peque?os gritos que se confunden con la voz de una se?ora gorda que lleva prisa y va dictando en el m¨®vil la receta exacta de los canelones con embutido que tanto le gustan al hijo que ha vuelto de un viaje de qui¨¦nsabed¨®nde para volver a Madrid justo al tiempo de un atardecer en donde todas las miradas le dedican unos segundos a la serena contemplaci¨®n de la tela de nubes donde los colores se funden con las ¨²ltimas ligeras llamas de una luz que parece cerrarse en el p¨¢rpado del horizonte para que nadie olvide que la felicidad solo dura unos instantes, aparentemente irrepetibles, que solo se pueden compartir de vez en cuando o, quiz¨¢, cada 24 horas.
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