Ruta de la cer¨¢mica humilde
Es un arte modesto, pero universal de puro primordial: vasijas y ladrillos, barro cocido cuyo origen y uso es la mano humana
Llevo medio mal el abandono de las cosas humildes de Barcelona, el de aquellas cuya medida es la mano humana (su inevitable tel¨¦fono m¨®vil tambi¨¦n encuentra en ella el l¨ªmite absoluto de su tama?o, pero es asunto suyo de usted, no de la ciudad). Por ello escribo hoy en inter¨¦s de restaurar unas piezas de cer¨¢mica urbana, dejadas de la mano de Dios y de los hombres, en la rotonda subterr¨¢nea de la estaci¨®n de metro de la plaza de Catalunya, que comunica desde hace m¨¢s de medio siglo la l¨ªnea 3 del metro con el tren de Sarri¨¤ y las salidas de Vergara, Rivanedeyra y Ramblas. Miles y miles de barceloneses pasamos cada d¨ªa junto a estas cer¨¢micas, pero presurosos y distra¨ªdos, ya no las vemos (hemos olvidado c¨®mo mirar). Centenares de piezas de cer¨¢mica componen los seis murales de la rotonda. A varios de ellos les faltan cada vez m¨¢s piezas, una pena, urge estabilizar su estado ya y restaurarlas cuanto antes (se hizo por ¨²ltima vez hace quince a?os).
La cer¨¢mica es arte modesto, pero universal de puro primordial: vasijas y ladrillos, barro cocido cuyo origen y uso es la mano humana. Preservar cer¨¢mica es respetar a la humanidad (a pesar del histrionismo ocasional de Ai WeiWei, paradigma del artista global, destructor legendario de una pieza muy valiosa de cer¨¢mica y v¨ªctima luego de otro v¨¢ndalo que hizo lo propio con una de las suyas en un museo de Miami). Hay que salvar los humildes murales de la rotonda de Catalunya, pero para conseguirlo, primero hemos de reaprender a mirarlos.
Las cer¨¢micas de la rotonda fueron un encargo del Ayuntamiento a la Escola Massana a mediados de la d¨¦cada de los sesenta del siglo pasado. Proyectadas por Francesc Albors, entonces profesor de cer¨¢mica en la escuela, ocuparon a bastantes de los ceramistas de la Massana que luego han hecho merecida carrera. Evocan la historia de los medios de transporte, son amables e ingenuas y estuvieron al margen de las modas y estilos dominantes en la Barcelona de aquella ¨¦poca y de las que siguieron. Intenten ma?ana verlas, o a¨²n mejor, conc¨¦ntrense en observar un instante las locomotoras y luego descr¨ªbanlas a un allegado. No les resultar¨¢ f¨¢cil, pues la rotonda es de radio estrecho, est¨¢ mayormente tomada por vendedores, por alg¨²n m¨²sico, o por alg¨²n pobre de pedir y, para colmo, un gestor obtuso hizo fijar al suelo una papelera justo delante de uno de los plafones. Para verlos, es ideal una tarde de domingo, cuando el tr¨¢fico de trenes y de personas aminora y hasta los vendedores se han ido.
Animo a los poderes p¨²blicos a cuidarlas. Tambi¨¦n a los privados: en Barcelona, hay otros dos murales muy parecidos a los de la rotonda de Catalu?a. Fueron encargados a los mismos ceramistas por una fundaci¨®n privada, legado de dos industriales que siempre hab¨ªan apoyado a la Massana. Uno de estos murales puede todav¨ªa verse en la planta baja de la calle Tuset, 20. El otro, en cambio, queda oculto bajo un revestimiento discreto al otro lado de la misma pared, en un local contiguo que ha cambiado varias veces de ocupantes y alguno de ellos tap¨® las humildes cer¨¢micas. Duermen un sue?o de d¨¦cadas. Nadie las ve. Creo que no ser¨ªa mala idea sugerir sacarlas a la luz o trasladarlas a otro lugar, que no costar¨ªa tanto y hay empresas de alta tecnolog¨ªa, usuarias de materiales cer¨¢micos (superconductores, escudos de naves espaciales), que podr¨ªan animarse a preservar las cer¨¢micas humildes de Barcelona.
La cer¨¢mica catalana del siglo XX tuvo su apogeo con un artista y persona refulgente, Josep Llorens i Artigas (1892-1980), profesor de la Massana muchos a?os. Son famosos sus trabajos con Joan Mir¨® (en la vieja Terminal B del aeropuerto, por ejemplo, pero a m¨ª siempre me han embriagado los peque?os jardines de cer¨¢mica que construy¨® con Raoul Dufy). Llorens no estuvo solo: antes que ¨¦l, Antoni Serra i Fiter (visiten la casa Lle¨® i Morera en el paseo de Gr¨¤cia, 35), o, despu¨¦s, Antoni Cumella (suban por la Diagonal y det¨¦nganse en la entrada de la facultad de derecho de la Zona Universit¨¤ria). Hay much¨ªsimos m¨¢s (no los puedo citar a todos, conozcan a nuestros ceramistas en la sede de su asociaci¨®n, calle Dr. Dou, 7).
La cer¨¢mica busca hoy su lugar en la disputa sobre el arte globalizado. Pero no hace maldita la falta, que el barro cocido es grande en su humildad porque surge de las manos. D¨¦monoslas.
Pablo Salvador Coderch es catedr¨¢tico de Derecho Civil en la Universitat Pompeu Fabra
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