La historiograf¨ªa catalana y el matiz ausente
La ¨²nica ventaja para un historiador en los m¨¢rgenes es que agudiza la sensibilidad hacia aquellos problemas que las interpretaciones hegem¨®nicas explicaron mal
En un reciente art¨ªculo, el profesor Francesc de Carreras, reputado especialista en derecho constitucional, se permite afirmar que la ¡°mayor¨ªa de historiadores catalanes renunciaron a serlo para convertirse en historiadores nacionalistas, es decir, falsos historiadores, en realidad poetas¡±. No me parece acertado discutir si los historiadores nacionalistas son m¨¢s o menos en la profesi¨®n, tampoco ofrecer una cansina defensa gremial. Me interesa discutir, en todo caso, sobre ideas y sobre elecciones interpretativas, individuales al fin.?
El nacionalismo historiogr¨¢fico parte de la presuposici¨®n de solapamiento entre la historia de la sociedad y el desarrollo de la naci¨®n, de sus precedentes, su eclosi¨®n y sus crisis. Esta identificaci¨®n tan estrecha no impone de necesidad una visi¨®n acr¨ªtica, ni impone de necesidad una visi¨®n de ¨¦xito o fracaso, como la historia europea de los a?os treinta mostr¨® de forma dram¨¢tica. Lo decisivo no es esto, lo crucial es la centralidad del objeto inevitable de interrogaci¨®n: Catalu?a, Espa?a, Francia, Alemania y los ejemplos que quieran a?adirse. Entidades todas ellas que se interpretan en proceso inevitable de eclosi¨®n en la f¨®rmula del estado-naci¨®n. Interpretada esta secuencia desde los casos de fracaso, la no formalizaci¨®n de la plenitud deseada ¡ªel de los catalanes¡ª se organizar¨¢ para lamentarlo, para establecer sus causas. Cuando aquella ecuaci¨®n estado-naci¨®n cuaja ¡ªen Espa?a¡ª, ello se da por supuesto y, en consecuencia, las resistencias en sentido contrario figuran como anomal¨ªas que no merecen evaluaci¨®n y ponderaci¨®n relevante. En los dos casos la elecci¨®n epistemol¨®gica es id¨¦ntica. El proceso deviene natural m¨¢s que hist¨®rico. Si otros no lo ven as¨ª, peor para ellos.
El caso de las Cortes de C¨¢diz y de Agust¨ªn Arg¨¹elles, citado por el profesor Carreras, es ejemplar en este sentido. Salvando el caso de los afrancesados de convicci¨®n y los que se pasaron de bando (el propio monarca), parte del pa¨ªs se levant¨® en nombre de la naci¨®n. Lo mismo hicieron los ¡°espa?oles americanos¡±. Solo que Arg¨¹elles y buena parte de los liberales espa?oles, encarrilaron el proceso constituyente de modo tan sesgado y excluyente que los americanos se sintieron tan maltratados que se marcharon para buscar otros protectores. En paralelo, el mismo Arg¨¹elles y los suyos eliminaron de los censos electorales a todos aquellos individuos libres con sangre africana en sus venas (las 'castas pardas'), la clave para la subordinaci¨®n electoral de los americanos. De nuevo en 1837, cuando se apruebe una nueva constituci¨®n, Arg¨¹elles lograr¨¢ expulsar a los ultramarinos de la misma, reeditando el procedimiento napole¨®nico de 1799 de separar a las colonias de la ciudadan¨ªa y la representaci¨®n en la Francia metropolitana (y as¨ª restablecer la esclavitud). De esta forma, antillanos y filipinos se encontrar¨¢n sometidos a la soberan¨ªa espa?ola pero impedidos de gozar de los beneficios que la Constituci¨®n garantizaba a los dem¨¢s. Como explic¨® el historiador Enric Ucelay Da-Cal, el nacionalismo espa?ol tom¨® consistencia de verdad en el pleito insoluble con los cubanos, cuando aquellos reclamaron una soluci¨®n integradora a la canadiense que no prosper¨®. Mientras, la ciudadan¨ªa universal no llegar¨ªa en realidad hasta la Segunda Rep¨²blica, ciento veinte a?os desde el momento gaditano. Antes, los derechos de ciudadan¨ªa consistieron en una magra (pero decisiva) participaci¨®n pol¨ªtica y en obligaciones penosas para la mayor¨ªa. Como en tantas partes, ni m¨¢s ni menos.
Estas cuestiones han sido discutidas en los ¨²ltimos veinte a?os por la comunidad de historiadores desde puntos muy diversos y sensibilidades distintas. Quiz¨¢s la ¨²nica ventaja para un historiador en los m¨¢rgenes, sean los que sean, es que agudiza la sensibilidad hacia aquellos problemas que las interpretaciones hegem¨®nicas, que tienden a obviar el conflicto y las contradicciones de la formaci¨®n(es) nacional(es), explicaron mal o soslayaron del todo. Para las historiograf¨ªas nacional/istas catalana y espa?ola los episodios citados anteriormente no son gratos.
<CS8.7>Para la espa?ola, la secesi¨®n de los americanos y la exclusi¨®n de los coloniales despu¨¦s son jalones casi inadvertidos de la formaci¨®n nacional; para el nacionalismo historiogr¨¢fico catal¨¢n son un factor inc¨®modo porque muestran la participaci¨®n de los propios en la construcci¨®n nacional espa?ola. El gui¨®n que da forma a la narraci¨®n que ambos avalan ya ha sido previamente escrito. En definitiva: el acto de voluntad que funde la legitimidad de la naci¨®n con sus antecedentes, ordenado el proceso de forma que aquel final sea el deseado y no otro. Por el camino, la compleja interacci¨®n entre las sociedades peninsulares y las que dan sentido a un ¨¢mbito inmenso de proyecci¨®n sobre otros continentes desaparece sin remedio. Y al final, lo que queda es algo muy ¨²til para celebraciones y congresos de post¨ªn, muy del gusto del sistema pol¨ªtico y de las instituciones que de ¨¦l dependen.?
Josep M. Fradera es catedr¨¢tico de Historia de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona.
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