La maldici¨®n de la presidencia
Y as¨ª se va Rajoy, con todos los frentes abiertos y una profunda crisis de Estado . Que aprenda su sucesor. Sin proyecto pol¨ªtico no hay camino
En verano de 2008, Rodr¨ªguez Zapatero me dijo en una comida en la Moncloa: ¡°Este r¨¦gimen es muy presidencialista, los ministros s¨®lo est¨¢n para dar gusto al presidente¡±. Es decir, no hay parapeto que proteja al habitante de la Moncloa: los tomates van directamente a su rostro. En un r¨¦gimen muy jer¨¢rquico, con un peso grande del ejecutivo sobre los dem¨¢s poderes del Estado, la figura del presidente est¨¢ muy mitificada. Empezando por el nombre: le llamamos presidente cuando en realidad es un primer ministro. Y ¨¦stos son por definici¨®n los fusibles del Estado.
El r¨¦gimen espa?ol est¨¢ construido sobre dos legitimidades la aristocr¨¢tica y la democr¨¢tica, minimiza las responsabilidades del Jefe del Estado y centra la pol¨ªtica en la figura del presidente. La legitimidad aristocr¨¢tica no se toca, a la monarqu¨ªa se la derriba o se la ampara, no hay t¨¦rmino medio. Los flujos de la realidad social y pol¨ªtica confluyen todos sobre este primer ministro con aura de presidente, en tanto que portador de la legitimidad democr¨¢tica.
Su responsabilidad se agranda adem¨¢s por el car¨¢cter extremadamente jer¨¢rquico de los partidos: el l¨ªder lo es todo, tiene siempre la ¨²ltima palabra, en el pa¨ªs y en casa. Lo cual marca el perfil de los ministros: la exigencia de obsequiosidad y obediencia al jefe limita las posibilidades de iniciativa propia y afirmaci¨®n personal.
Puesto que el presidente tiene la ¨²ltima palabra en todo ¡ªen el gobierno y en el partido¡ª es responsable de todo. Y esto es lo que no quiso ver Rajoy mientras las aguas de la corrupci¨®n inundaban su partido. Por eso casi todos los presidentes acaban mal. En los a?os de v¨¦rtigo de la transici¨®n Adolfo Su¨¢rez sucumbi¨® a la traici¨®n de los suyos, sin tiempo a consolidar su obra, aunque su en¨¦rgica imagen en el Congreso cuando el golpe de Tejero salv¨® su dignidad.
Felipe Gonz¨¢lez aguant¨® los embates de una derecha renovada hasta el ¨²ltimo momento, pero sali¨® marcado por el Gal y la corrupci¨®n que simbolizaron la degradaci¨®n de los gobiernos socialistas. Aznar quiso evitar la maldici¨®n, quiz¨¢s conocedor de marrones que ahora se ha tenido que tragar Rajoy, y puso fecha a su retirada, pero en su soberbia sucumbi¨® a la tentaci¨®n de Bush por la guerra de Irak y se hundi¨® por la p¨¦sima gesti¨®n del 11-M. A Rodr¨ªguez Zapatero le destruy¨® su incapacidad para anticipar la crisis y su giro brusco hacia la ortodoxa en la primavera de 2010 cambio la historia del PSOE: desde aquel momento cay¨® en picado. S¨®lo Calvo Sotelo, el presidente olvidado, se fue sin m¨¢cula: se hizo cargo del pa¨ªs al d¨ªa siguiente de un golpe de Estado fallido y lo entreg¨® un a?o y medio m¨¢s tarde con los golpistas juzgados y en condiciones para que la izquierda volviera al poder.
Pero ning¨²n final ha sido tan catastr¨®fico como el de Rajoy: por primera vez, un presidente sale humillado por una moci¨®n de censura cuyos votantes estaban unidos por un solo objetivo: echarle. En pleno debate sobre la sucesi¨®n de Aznar, le pregunt¨¦ a Rajoy si aspiraba a ser el candidato y cu¨¢les eran sus planes: ¡°Vivimos tiempos en que es muy dif¨ªcil hacer un proyecto pol¨ªtico, me dijo. Lo mejor es estar por ah¨ª¡±. Y all¨ª estaba y fue el elegido. Su fracaso es precisamente creer que basta con estar por ah¨ª. Y es una lecci¨®n a no olvidar. Con esta mentalidad, uno se instala en el principio de que ¡°no hay alternativa¡±, que puede ser ¨²til como coartada para plegarse a la ortodoxia de la austeridad, pero que es a la larga paralizante porque aleja de la realidad ciudadana y conduce a confusiones como que sentido com¨²n equivale a nunca pasa nada.?
Esta actitud antipol¨ªtica de Rajoy es la clave de su fracaso: elusi¨®n de responsabilidades en la corrupci¨®n y en la cuesti¨®n catalana, incapacidad de dar batallas pol¨ªticas d¨®nde hay que darlas (por ejemplo, en Catalu?a), impotencia para afrontar la crisis de gobernanza que ha liquidado el bipartidismo. Su famosa capacidad de resistencia, de la que algunos han hecho un mito, s¨®lo era terreno f¨¦rtil para cualquier conflicto que se abriera. El nunca tuvo respuesta pol¨ªtica que aportar. Y as¨ª se va con todos los frentes abiertos y una profunda crisis de Estado. Que aprenda su sucesor. Sin proyecto pol¨ªtico no hay camino. El de S¨¢nchez, hoy por hoy no lo conocemos.
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