Dame pan y ll¨¢mame Ringo
El ex bater¨ªa de Beatles ofreci¨® un concierto simp¨¢tico, entra?able y a?ejo
¡°M¨²sicos y bater¨ªa al escenario, por favor¡±. S¨ª, los bater¨ªas suelen ser objeto de los chistes m¨¢s sangrantes, ellos que, reza el t¨®pico, ni se dan cuenta de ser objeto de mofa. Este t¨®pico se rompe con Ringo Starr quiz¨¢s porque no es un gran bater¨ªa, pero el caso es que ha sobrevivido a la fama sin que sus esquirlas le desgarren, aceptando en un gesto de inteligencia adaptativa que dado su talento apenas podr¨ªa administrar unas migajas de popularidad. Otros habr¨ªan sucumbido a la autodestrucci¨®n, ¨¦l ha continuado su vida de m¨²sico modesto con m¨¢s pasi¨®n de la que Woody Allen dedica a su clarinete. ?l, su nano ego y su cara de chiste siguen aprovechando la sombra de Beatles para seguir buscando sentido a un escenario. Y eso se vio en el Sant Jordi en la noche del martes, un m¨²sico matando el gusanillo sin sentirse nada m¨¢s de lo que es: el mediocre ex bater¨ªa de Beatles.
Apareci¨® en escena corriendo, sonriendo y haciendo el signo de la victoria: sin esguince alguno en la carrera. Americana blanca estampada con motivos de prensa, cadenas al cuello, camiseta con el conejito de Playboy en lentejuelas, hebilla de palmo y medio, gafas oscuras y un cuerpecillo menudo de monaguillo fam¨¦lico. Era el ¨²nico que no ten¨ªa aspecto tedioso de los seis m¨²sicos que con ¨¦l ocupaban el escenario, pobre como el de una fiesta mayor sin posibles. Ringo cant¨® la primera versi¨®n de la noche, ¡°Matchbox¡± de Carl Perkins, y luego afront¨® una de sus escasas piezas relevantes, ¡°It Don¡¯t Come Easy¡±. A parir de este punto, se olvid¨® de cantar por un buen rato y sin querer llegar m¨¢s lejos de donde puede, se sent¨® tras su bater¨ªa para comenzar la larga ristra de piezas vinculadas bien a sus m¨²sicos, bien a sus gustos. Temas de Ten CC, Toto, Santana o Men At Work, canciones a?ejas tan ajenas a la moda como Ringo a las canas.
A todo esto, el concierto parec¨ªa una reuni¨®n de viejos m¨²sicos que se juntan para tocar lo que les dio sentido cuando j¨®venes. Tocaban bien, pero hab¨ªa un punto m¨¢s entra?able que otra cosa en aquella demostraci¨®n de alegr¨ªa provecta. Con Ringo en segundo plano sin decir esta boca es m¨ªa, feliz con su bater¨ªa, hab¨ªa dos por si perd¨ªa un ritmo que no marc¨® al seguir siempre a la primera, ni parec¨ªa que ¨¦l protagonizase la noche. Asombrosa su aceptaci¨®n de la realidad. Incluso daba sana envidia ese porte de consorte que luc¨ªa con simpat¨ªa, una condici¨®n humana que ¨¦l ha convertido casi en una profesi¨®n. Volvi¨® a cantar en ¡°Boys¡±, una versi¨®n de Shirelles que Beatles grabaron en los inicios de su carrera y sigui¨® sonriente.
Y as¨ª pas¨® la noche, situado el guion en un punto intermedio entre banda tributo, reuni¨®n de colegas y karaoke ochentero, entre el sonrojo y lo entra?able. Abandonando la bater¨ªa a su suerte y movi¨¦ndose por escena como un bater¨ªa que deja la seguridad de su instrumento, Ringo, todo botecitos trotones, abri¨® cap¨ªtulo Beatles con ¡°Don¡¯t Pass Me By¡±, para seguir con ¡°Yellow Submarine¡±. Pasi¨®n en la platea, tirando a veterana, que se dej¨® la alegr¨ªa coreando el estribillo. Luego desapareci¨® de escenario en plan Lady Gaga para reaparecer dos temas m¨¢s tarde con una camisa blanca sobre la que parec¨ªan haber derramado botes de pintura. Ya no se cambi¨® m¨¢s. Curiosamente, noche rara sin duda, triunf¨® casi al mismo nivel el ¡°Hold The Line¡± de Toto que el ¡°With A Little Help From My Friends¡± que antecedi¨® al apunte de ¡°Give Peace A Chance¡± que cerr¨® el concierto. Ringo sabe cu¨¢l es su lugar en el mundo. Vive de la chiripa sin avergonzarse. Adaptarse o morir.
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