Sobre el catalanismo difunto
La aparici¨®n de dos comunidades, sin nada entre ambas, significar¨ªa la muerte del catalanismo y de la convivencia
Si el catalanismo no fuera una idea, sino una persona, deber¨ªa hacer suyas las palabras famosas de Mark Twain: ¡°Las informaciones sobre mi muerte son algo exageradas¡±. Muchas son las voces, normalmente interesadas, que dan por muerta la ideolog¨ªa hegem¨®nica en la pol¨ªtica catalana durante el ¨²ltimo siglo largo.
A pesar de la exageraci¨®n, motivos no faltan para pensarlo, o al menos para que algunos lo deseen, como son la pr¨¢ctica desaparici¨®n del sentido pactista o transaccional fruto de la polarizaci¨®n pol¨ªtica entre independentismo y antiindependentismo, y sobre todo de la divisi¨®n identitaria de la sociedad catalana en funci¨®n de cuestiones aparentemente sin suficiente relevancia hasta hace cuatro d¨ªas, como son la lengua familiar, el origen geogr¨¢fico, los apellidos o el sentido de pertenencia.
A ambos lados del conflicto, hay fuerzas s¨®lidamente instaladas que atribuyen al catalanismo una buena parte de los males que padecemos ahora mismo. Desde el independentismo se le hace responsable de las indecisiones, las ambig¨¹edades y las cesiones a las que se atribuye la falta de reconocimiento de Catalu?a como naci¨®n y la incapacidad para alcanzar la te¨®rica plenitud de la rep¨²blica. Desde cierto antiindependentismo identificado con la naci¨®n espa?ola se le atribuye el aprovechamiento del autogobierno para la construcci¨®n subrepticia de una naci¨®n soberana que indefectiblemente debe madurar como un Estado independiente.
La destrucci¨®n de la tercera v¨ªa, a la que hab¨ªan dedicado muchos esfuerzos los dos extremos del conflicto a lo largo de los seis a?os de proceso, ha adquirido ahora una especial urgencia en el momento en que la v¨ªa a la independencia ha quedado clausurada y se hace inviable el mantenimiento del status quo. Es el momento pues para redoblar los ataques al catalanismo, tan culpable de traici¨®n por los unos como de deslealtad por parte de los dem¨¢s.
El catalanismo no est¨¢ muerto y enterrado precisamente porque la ¨²nica v¨ªa ¨²til que queda, ante el fracaso de aquellos dos trenes que estaban destinados a la colisi¨®n, es la del posibilismo, el di¨¢logo y el pacto, de forma que se pueda encontrar un territorio intermedio donde construir de nuevo un consenso estatutario y constitucional capaz de incluir a una amplia mayor¨ªa de ciudadanos, en Catalu?a y naturalmente en el conjunto de Espa?a.
Los dos polos extremos del conflicto se han dado cuenta perfectamente de la imprescindible apertura de un nuevo espacio central, pero unos y otros quieren ocuparlo sin renunciar a nada de lo que han defendido hasta ahora. El independentismo se aferra al derecho a decidir y al refer¨¦ndum pactado, despu¨¦s de digerir el abandono de la unilateralidad y la desobediencia. El antiindependentismo m¨¢s envarado se niega a gratificar la ruptura de la legalidad con un proceso reformista que pueda dar satisfacci¨®n al menos a una parte del mundo independentista.
La idea que les ronda por la cabeza a unos y otros extremos es la divisi¨®n en dos comunidades al estilo del Ulster, de forma que se pacte de poder a poder, ya sea la celebraci¨®n de un refer¨¦ndum, como exige el independentismo, ya sean las cuotas comunitarias en las instituciones, en la escuela y los medios de comunicaci¨®n p¨²blicos. Ambas son ideas separadoras y separatistas, que atentan directamente contra el esp¨ªritu del catalanismo, anulan la historia del autogobierno y atacan a una parte de la ciudadan¨ªa, probablemente mayoritaria, que ve perfectamente compatibles las identidades catalana y espa?ola y la convivencia entre las dos lenguas y culturas compartidas. No est¨¢ de m¨¢s aclarar que tambi¨¦n atentan contra el mismo esp¨ªritu de la Constituci¨®n espa?ola, que es el fundamento del autogobierno.
El independentismo piensa que, como en el Ulster, la demograf¨ªa y la incapacidad reformadora espa?ola jugar¨¢n a su favor, de forma que en cuesti¨®n de una generaci¨®n tendr¨¢ la mayor¨ªa para imponer el refer¨¦ndum y la independencia. El antiindependentismo considera que sin la hegemon¨ªa y el casi monopolio institucional y medi¨¢tico actual podr¨¢ revertir en su favor a la opini¨®n catalana en muy poco tiempo.
Esta perversa idea norirlandesa, vista primero como amenaza y ahora esgrimida por algunos como alternativa, tambi¨¦n tiene inconfesables motivos de competencia electoral y se corresponde con la persistencia de la subasta identitaria en la que est¨¢n enfrascados los dos polos enfrentados. Tal y como han explicado muy bien los polit¨®logos Astrid Barrio y Juan Rodr¨ªguez Teruel (Agenda P¨²blica) la subasta identitaria impide la aproximaci¨®n reformista y conduce directamente al enfrentamiento civil. Ya quisiera Esquerra parecerse al PNV y abandonar la subasta, que tambi¨¦n quisieran quiz¨¢s abandonar el PP o incluso Ciudadanos, pero todos se sienten impelidos a seguir las pulsiones m¨¢s bajas de cara a disputar los votos a sus competidores y mantener la apuesta polarizadora hasta el final.
La vida de este catalanismo reprobado ahora a ambos lados ha sido gloriosa y fruct¨ªfera. Casi todo lo que tiene hoy Catalu?a, y tiene mucho en tanto que pa¨ªs con una inconfundible identidad nacional, pertenece a su legado. La lengua, la cultura, el prestigio, la misma ciudad de Barcelona con su proyecci¨®n y su marca internacional, la contribuci¨®n a la prosperidad y la democracia espa?olas y la construcci¨®n europea, todo ello forma parte del patrimonio del catalanismo. El camino que est¨¢n emprendiendo estos separadores renovados es peligroso e irresponsable. La aparici¨®n de dos comunidades nacionales compactas en Catalu?a, sin nada entre ambas, s¨ª ser¨ªa la muerte definitiva del catalanismo, pero tambi¨¦n de la convivencia y probablemente de la democracia. Y tambi¨¦n de la catalanidad, que es como decir de Catalu?a.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.