El ej¨¦rcito de los zombis en mallas
Para los 'runners' no cuenta la diversi¨®n, solo la relaci¨®n de productividad entre kil¨®metros corridos, calor¨ªas y tiempo invertido
Para Pablo Rapetti
Es imposible que ustedes no hayan notado su presencia, a pesar de que no hacen mucho ruido y de que son generalmente educados. Van perfectamente equipados con relojes inteligentes, auriculares y dem¨¢s parafernalia chillona. Deambulan, sudorosos y en an¨¢rquico pelot¨®n, por todas las ciudades. Son los runners, ese ej¨¦rcito de zombis en mallas cuya misi¨®n terrenal parece consistir en hacer ejercicio.
No querr¨ªa ser malinterpretado: yo no estoy en contra del movimiento f¨ªsico y a favor de la vida sedentaria. Yo comparto y pongo en pr¨¢ctica la idea de jugar a b¨¢squet, o a f¨²tbol, o a lo que sea que le guste a uno, pero no trago con lo de hacer ejercicio. Cuando uno juega a b¨¢squet, por ejemplo, lo hace motivado sobre todo por el componente l¨²dico. Y aunque es muy probable que yo sea particularmente insensible y cazurro, me resulta inconcebible que haya alguien que pueda divertirse corriendo dos o incluso doce horas seguidas, extremo al que, seg¨²n tengo entendido, algunas personas se someten, para mi asombro, ?voluntariamente y sin coacci¨®n externa alguna!
De hecho, tengo la impresi¨®n de que hay en la idea runneriana de hacer ejercicio un intento de trasladar a las horas de ocio las reglas que gobiernan las horas laborales. El tiempo libre de los zombis en mallas no parece estar regido por la improvisaci¨®n y la espontaneidad, propias de jugar a b¨¢squet o a f¨²tbol. Para los runners, lo que contar¨ªa en los momentos de ocio no ser¨ªa tanto si uno se divierte o no como la relaci¨®n de productividad entre los kil¨®metros recorridos o las calor¨ªas que se mandan al infierno y el tiempo invertido en ello. As¨ª, hacer ejercicio vendr¨ªa a ser una extensi¨®n del trabajo. El movimiento f¨ªsico quedar¨ªa desvinculado del libre discurrir del juego. Y la eficiencia, lo previsible y lo mon¨®tono terminar¨ªan invadiendo todas las horas de la vida, obligando a adoptar de forma ininterrumpida el chip mental de las horas de trabajo.
Y es que hay alguna gente que ha dejado invadir hasta tal punto el principio de eficiencia en su vida que integra esa manera de concebir el movimiento f¨ªsico como un rasgo de identidad: ¡°Yo soy de Tarragona, arquitecto y runner¡±. Y una vez uno se identifica ante el mundo como runner, ya no deber¨ªa resultarnos extra?o que desarrolle una personalidad religiosa y moral vinculada a esa identidad runner. Habr¨ªa, pues, una suerte de deber moral o religioso de satisfacer los valores absolutos de la salud y la eficiencia.
Pero esta no es la ¨²nica conexi¨®n con la moral y la religi¨®n de los runners. Quiz¨¢ no sea casualidad que muchos de ellos hayan tenido un alegre pasado de vicio y desmadre noct¨¢mbulo. En tales casos, esa obsesi¨®n por hacer ejercicio es posiblemente una forma de redenci¨®n moral para intentar enmendar una vida anterior disoluta y alegre pero a fin de cuentas err¨¢tica. El runner ser¨ªa entonces una suerte de renacido, alguien para quien someterse a esas palizas, a esa org¨ªa de calor¨ªas quemadas y ese diluirse de sus pecados en las cifras del reloj inteligente, equivaldr¨ªa a una manera de poner el contador de la vida moral a cero.
Pero m¨¢s all¨¢ de ese componente moralizador, la contraposici¨®n fundamental ya ha sido mencionada: hacer ejercicio versus jugar. Y quiz¨¢ se debe a que suscribo el legado de Cruyff, pero creo ver en aquellos que prefieren hacer ejercicio por encima de jugar el mismo tipo de preferencia de quienes, ante el dilema hipot¨¦tico de si querr¨ªan ganar un partido de futbol 1-0 o 4-3, se decantar¨ªan por el 1-0. Se trata, insisto, de la expulsi¨®n del reino del ocio de la espontaneidad y la fantas¨ªa, consustanciales a la idea de juego.
Dicho todo esto, me veo obligado a confesar que, en alguna ocasi¨®n, me he visto en la penosa circunstancia de hacer ejercicio. No tengo ninguna buena excusa para tal incoherencia. S¨®lo se me ocurre acudir a los conocimientos de mi amigo Pablo Rapetti, quien a veces invoca una frase pronunciada por Carlos Caszely, exfutbolista chileno que, al ser acusado de incoherencia, tuvo una vez un ataque de lucidez y dijo: ¡°No tengo por qu¨¦ estar de acuerdo con lo que pienso¡±. Frase, por cierto, que bien habr¨ªa podido pronunciar Cruyff. Y es que todos los partidarios de la diversi¨®n y el juego terminan hablando el mismo idioma.
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