Que suban las temperaturas
El hombre p¨¢lido de Essex hace alarde de negritud y amor por los a?os sesenta en una noche musicalmente t¨®rrida en El Sol
Entr¨¢bamos este mi¨¦rcoles en agosto, un mes tan ideal para la holganza como terror¨ªfico de cara a la m¨²sica en directo, pero 300 integrantes del n¨²cleo duro matritense de la meloman¨ªa se refugiaron en El Sol (d¨®nde mejor) para apurar las ¨²ltimas gotas de excelencia estival. Y James Hunter, ya un viejo conocido para cualquier amante del soul, bordea la infalibilidad en las distancias cortas de los garitos, las altas horas y el p¨²blico sin urgencia por emprender la retirada. Ventajas de suministrar, en pleno 2018, p¨¢ginas tan perfectas y can¨®nicas que cualquiera las fechar¨ªa, sin dudarlo, medio siglo atr¨¢s.
Hasta en la indumentaria del James Hunter Six se aprecia el amor por las cosas hechas como mandan los cielos, y que cada cual escoja el nombre de la divinidad: Otis Redding, Sam Cooke o James Brown, con Jackie Wilson en el apostolado. Da igual que la ola de calor amenace con derretirnos como caramelillos, porque nuestros protagonistas no se olvidan de la americana; ni los dos saxofonistas, de sus b¨¢sicos pasitos de baile. Cosas del prodigioso lenguaje universal del ¡®soul¡¯: unos blancuchos tipos ingleses haci¨¦ndonos creer en el centro de Madrid que nos encontr¨¢bamos en el Apollo angelino. Y que suban las temperaturas, por favor, tal que si no tuvi¨¦ramos suficiente.
Visto a pocos metros de distancia, el siempre risue?o Hunter es un espect¨¢culo: un caballero p¨¢lido en la cincuentena que canta con la convicci¨®n de Cooke (que hoy ser¨ªa octogenario) cuando andaba por los treinta. Alterna r¨¢pidas (Chicken Switch) y lentas (I Don¡¯t Wanna Be Without You) como en tiempos de los guateques, una evocaci¨®n refrendada por su tenaz negativa a superar los tres minutos en cualquier pieza. Pero sus aullidos de garganta en incandescencia (a lo Brown) no saben de metr¨®nomos, porque en cualquiera de los casos resultan pertinentes. Y excitantes.
El mismo ¨²ltimo disco, el muy reciente Whatever it takes, aplicaba los mismos criterios expeditivos: diez canciones, media hora por los pelos, cero gramos de materia grasa. El de Essex aprovech¨® este inopinado bolo agoste?o para quitarse la espina de su anterior visita a la capital, en una sala incomod¨ªsima (The Secret Society Club) y ante un p¨²blico de locuacidad grosera. Parece que en verano, por aquello del asueto, llegamos hablados a los conciertos. Mucho mejor para todos.
Es as¨ª, en ese ambiente caldeado y propicio, cuando la alquimia de estos Seis produce todo su efecto. Y entonces se comprende bien que la revista ¡®Mojo¡¯ proclamara a Hunter el mejor ¡®soulman¡¯ de la historia brit¨¢nica; o, a¨²n m¨¢s asombroso, que el incorregible gru?¨®n Van Morrison decidiera asumir su padrinazgo. James no solo no pretende inventar nada, sino que le horrorizar¨ªa solo que lo pens¨¢ramos: utiliza ¨®rgano Hammond, contrabajo y saxo bar¨ªtono, se?ores. Pero su voz es tan c¨¢lida y poderosa, y el toque de la guitarra tan cl¨¢sico y electrizante que podr¨ªamos seguir escuchando originales como People Gonna Talk sin desmayo. Como su propia m¨²sica, sin fecha.
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