Mundo ¡®skinny¡¯
¡°Es del peor gusto ir vestido solo para atraer la atenci¨®n del p¨²blico¡±, dec¨ªa Bryan Brummell
Mi infancia no es un patio con huerto claro y limonero maduro sino el recuerdo del cruce de V¨ªa Augusta con plaza Molina, una primavera de finales de los setenta: iba yo, patr¨®n de lo cl¨¢sico, todo ufano al cole con mi primera valiente se?al de modernidad, unos pantalones de pinzas, cuando descubr¨ª rojo de horror que me ven¨ªan, al menos, un dedo cortos. Result¨® que, antes de estrenarlos, ca¨ª en cama con fiebres y pegu¨¦ el t¨ªpico estir¨®n. Total, jornada de burlas lacerantes y prematura lecci¨®n guydebordiana sobre la sociedad del espect¨¢culo: la vida, pura apariencia.
La madalena (mohosa) fue la imposibilidad de encontrar unos pantalones chinos de corte normal en estas ¨²ltimas rebajas, tiempos (en todo: salarios, valores, modales¡) de ultra stretch o super skinny, que toquete¨¦ incr¨¦dulo de que se pudieran calzar si no se vend¨ªan con pote de lubrificante; inimaginable ya la operaci¨®n de quit¨¢rselos. Y el remate, la novedad de unos modelos siameses encima tobilleros¡ Ah¨ª lleg¨® el cromo infantil; y luego, la imagen del macaroni ingl¨¦s del XVIII, esa versi¨®n amanerada e italianizada de los famosos beau que marcaron las cortes de los ingleses Carlos II y Jorge IV y el buen vestir de media Europa: cintura estrecha, chalecos de seda, pa?uelo al cuello atado al cuerpo, barbilindos, bastones largos con plata y oro, frascos de perfumes, palabras en franc¨¦s para cultivar lo fr¨ªvolo y¡ calzones hiperajustados. Paradigma de estos pisaverdes fue Charles James Fox: a los 15 a?os, su padre ya le daba dinero para el juego; acabar¨ªa arruinado, claro, pero con estilo: mientras los acreedores se le llevaban hasta el inmobiliario, ¨¦l, imperturbable, segu¨ªa leyendo a Herodoto sentado en la ¨²nica silla que le qued¨® en casa.
De todos ellos, siempre admir¨¦ a George Bryan Brummell, quiz¨¢ porque gracias a una colonia con su nombre (la primera edici¨®n, infinitamente superior a la actual) fue la ¨²nica vez en mi vida que dos hermosas mujeres (madre e hija, adem¨¢s), se interesaron por m¨ª a la vez. Seg¨²n el poeta Shelley, Beau Brummell era la ¨²nica persona que val¨ªa la pena en la Inglaterra de la ¨¦poca; Lord Byron subi¨® la apuesta al hablar de los tres hombres m¨¢s importantes de la Europa del XIX: ¨¦l mismo, claro, Napole¨®n y Brummell. Nada hac¨ªa presagiar su futura fama porque fue un rid¨ªculo soldado del 10? Regimiento de H¨²sares, de nariz rota tras una coz hija de sus constantes ca¨ªdas del caballo. Pero todo se le puede perdonar a quien, al final, impuso el remate de piel blanco de las botas de montar, especialista sin par en porcelana de S¨¨vres, que viajaba con una jofaina de plata porque, sosten¨ªa, ¡°es imposible escupir en arcilla¡± e introductor del porto como acompa?ante del queso (hasta entonces se hac¨ªa con ordinaria cerveza).
Me habr¨ªa gustado saber ir siempre 'bien gant¨¦' en este presente tan casual
Pero el gran triunfo de este petulante aunque influyente como pocos (¡°es del peor gusto ir vestido solo para atraer la atenci¨®n del p¨²blico¡±, ten¨ªa como divisa) fue lo de los fin¨ªsimos pa?uelos de cuello de encaje, inimitables, perfectamente en su sitio y con las volandas justas, todo porque los almidonaba. La humanidad, sin embargo, le debe mucho m¨¢s al introducir el jab¨®n en una sociedad realmente guarra: hac¨ªa lavarse la ropa blanca a diario e, incluso estando en la prisi¨®n de Calais, por deudas, sorprendi¨® a todos al pedir un espejo y asearse cada d¨ªa con una combinaci¨®n de 15 litros de agua y dos de leche. Porque, claro, huy¨® de Inglaterra perseguido por los impagos y acab¨® viviendo de las limosnas de amigos. Como casi todos los de su especie: extra?os en el vestir, jugadores de cartas, antes intrigas, infidelidades y duelos que el matrimonio, poetas aficionados, muertes en extra?as circunstancias y un sinf¨ªn de facturas por pagar del sastre, gremio tan perjudicado que sol¨ªa llevarlos a juicio.
De beau (no confundir con dandy: en el primero, las ropas son expresi¨®n de s¨ª mismo; en el segundo, todo es inculcado, no sale de natural) grandes como Brummell s¨®lo hubo dos m¨¢s. Uno, Beau Richard Nash, quien defend¨ªa que vestir elegante era una manera de hacer publicidad de uno mismo: ¡°Es el ¨²nico uso posible de un traje caro¡±. Fue conocido como ¡°el rey de Bath¡±, la decadente zona de balnearios que ¨¦l convirti¨® en destino de lujo: brindar por la salud de uno naci¨® con ¨¦l, como lo de obligar a no llevar espadas ah¨ª, primer paso en Inglaterra para sacarlas del vestir; tambi¨¦n suya es la reglamentaci¨®n de los duelos. Vanidoso, su tal¨®n de Aquiles fueron las cajas de rap¨¦.
El tercer beau fue Alfred, conde d¡¯Orsay, que aprendi¨® a leer de los boletines de victorias de la Grand Arm¨¦e porque estaba destinado a ser paje de Napole¨®n. Impecable espadach¨ªn, dibujante, conversador, nadador y corredor, despilfarr¨® m¨¢s en ropa que Brummell, pero nunca fue tan elegante, si bien puso de moda los pu?os de las camisas por encima de la chaqueta y se ba?aba en agua perfumada y no en leche. Apuesto, dec¨ªa que estaba en desventaja en un duelo porque ¨¦l era m¨¢s guapo que su rival, por lo que siempre intent¨® pactar que no le hirieran del pecho para arriba¡
Qu¨¦ mundo, entonces, como desvelaba con documentada gracia Clare Jerrold en 1910 en Los bellos y los dandis, que ahora ha traducido la iconoclasta Wunderkammer: los criados del dandy Robert Feilding, apodado El Guapo, portaban fant¨¢sticas libreas de color amarillo, fajas negras y plumas a juego en el sombrero; Stanhope, cuarto Lord Chesterfield, escog¨ªa sus criados por envergadura, cabellera y belleza; el caballo de James Hay, conde de Carlisle, calzaba herraduras de plata, que sol¨ªan desprenderse para regocijo del populacho¡ S¨ª, un mundo fascinante porque s¨ª, me habr¨ªa gustado saber ir siempre bien gant¨¦ en este presente tan casual, pero tambi¨¦n porque entonces era tan importante el vestir como el ingenio y el re¨ªr y saber hacer re¨ªr, porque hab¨ªa unas reglas y, en el fondo, una cultura: muchos hab¨ªan hecho el famoso Grand Tour por Europa¡ Tiempos en que por algo los que entraban en un caf¨¦ deb¨ªan pagar un penique s¨®lo por el privilegio de sentarse y escuchar las tertulias¡
Unos tejanos parecen responder, por fin, a los patrones de perneras cl¨¢sicas¡ hasta que es desplegado: seis tajos transversales los deshilachan, puro harapo, aunque el precio, rebaja incluida, indique lo contrario. ¡°Never the time and the place¡±, escribi¨® para m¨ª ya en aquel entonces el bardo Robert Browning.
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