Un lugar para los museos
El MNAC, primer museo del pa¨ªs, merece m¨¢s recursos, que ya los devolver¨¢ con creces
Me enter¨¦ por las goteras, antes de salir del edificio: volv¨ªa a llover. Estaba yo en Montju?c, en la Sala Oval del Palau Nacional (el que acoge al Museo Nacional de Arte de Catalu?a (MNAC) y unos pl¨¢sticos proteg¨ªan del agua una esquina de los 700 metros cuadrados de un dibujo enorme y desenfadado de Perico Pastor. Ya fuera del Palau, alc¨¦ la vista y vi c¨²pulas enredadas de azul, por si los desprendimientos. El edificio, el legado arquitect¨®nico m¨¢s conspicuo de la dictadura del general Primo de Rivera (1923-1929) en Barcelona, es una incongruencia anacr¨®nica que nunca ha podido funcionar bien.
Pero es lo que tenemos, la sede central del Museo Nacional. Lo primero es que no se caiga a trozos, que no tenga goteras. Ya s¨¦ que estas cosas no hacen ganar las elecciones a nadie, pero el primer museo del pa¨ªs merece m¨¢s recursos, que ya los devolver¨¢ con creces. El MNAC es un consorcio entre el Ayuntamiento, la Generalitat y el Estado y ha de operar como deben hacerlo las instituciones, independientemente de sus due?os.
?Y luego? Luego habr¨¢ que permitir que el Museo Nacional baje de la monta?a, se acerque a la ciudad y traslade su colecci¨®n moderna al Pabell¨®n Victoria Eugenia de la Fira. Para conseguirlo, necesitamos pol¨ªticos con visi¨®n institucional, que entiendan que la cultura de una ciudad, de un pa¨ªs, se construye a largo plazo. Pero tambi¨¦n necesitamos sociedad civil culta, a personas como Antoni Gallardo i Balart, cuyas donaciones enriquecen al Museo y, a la larga, a todos nosotros. En otros pa¨ªses, suele contar Pepe Serra, director del MNAC, muchos de sus empresarios compiten con los pol¨ªticos por hacerse un lugar en los patronatos de los museos. Aqu¨ª se compran un barco.
Si la arquitectura del Palau Nacional delata el retraso cultural de aquella Barcelona pose¨ªda por un capit¨¢n general hace noventa a?os, la historia de su otro gran museo, el de arte contempor¨¢neo de Barcelona (MACBA), muestra cu¨¢nto tiempo m¨¢s cost¨® y sigue costando en esta ciudad hacer sitio a las vanguardias art¨ªsticas: en 1960, la primera sede de lo que acabar¨ªa siendo el MACBA fue la c¨²pula del Cine Coliseum, una iniciativa privada que pugnaba por abrir la modernidad al p¨²blico. A mediados de los a?os ochenta del siglo pasado, el alcalde Maragall consigui¨® consorciarse a medias con la Generalitat de Pujol y encargar el proyecto del actual MACBA a Richard Meier, un arquitecto estadounidense que es Premio Pritzker. Esto hoy ser¨ªa m¨¢s dif¨ªcil, pues medio pa¨ªs pondr¨ªa el grito en el cielo, por aquello de la proximidad, de que aqu¨ª tambi¨¦n hay arquitectos (pero los Pritzker de aqu¨ª, RCR Arquitectes, de Olot, construyen en B¨¦lgica o en Francia sin problemas). En todo caso, el Museo arranc¨® en 1995 y nos permite hoy admirar obra como la de Antoni Muntadas (1942), acaso el m¨¢s culto de los grandes artistas barceloneses en activo (y residente en Nueva York, por cierto).
Ahora el MACBA trata de convencer al ayuntamiento de que su ampliaci¨®n natural es la Capilla de la Misericordia, en la misma plaza del Museo. Pero el consistorio, de pronto, decide que hay otras posibilidades, como instalar all¨ª un centro de atenci¨®n primaria. Que el museo se vaya con su arte a otro lado, m¨¢s lejos.
Que se marche no es ninguna buena idea: quienes visitan un museo quieren poder verlo entero sin necesidad de tener que coger un autob¨²s. El MACBA, casi como el MNAC, tambi¨¦n es gestionado por un consorcio. La clase pol¨ªtica habr¨ªa de dejar hacer a las instituciones, no deber¨ªa pretender apoderarse de ellas.
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