El periodismo, seg¨²n una serie de la BBC
La cadena brit¨¢nica ha estrenado Pres, que hace un diagn¨®stico sobre la prensa no muy halagador: bajan las ventas del papel y desde el digital no llega dinero
A pesar de mi convicci¨®n sobre la puerilidad de los spoilers¡aviso que este art¨ªculo est¨¢ plagado de ellos).
La BBC ha estrenado este mes de setiembre una serie de ficci¨®n de seis episodios sobre la industria de los peri¨®dicos. Se titula Press. No es una gran serie. La cr¨ªtica le ha reprochado manique¨ªsmo y simpleza de planteamientos. Pero su diagn¨®stico sobre la prensa no resulta muy halagador. Se centra en el enfrentamiento entre dos diarios. El Herald, publicaci¨®n honesta y de referencia, y el Post, sensacionalista sin escr¨²pulos. ?ste nada en la abundancia mientras que el Herald padece angustias econ¨®micas. Bajan las ventas de la edici¨®n impresa y la petici¨®n a sus lectores de aportaciones voluntarias desde el digital no da resultados. Total, tendr¨¢ que convertir la edici¨®n impresa en un diario gratuito y empezar a cobrar la lectura de art¨ªculos en el digital. Eso s¨ª, la victoria moral es del Herald y su gente. Al jefe de redacci¨®n del Post no le importa ni los m¨¦todos para obtener informaci¨®n ni machacar a las v¨ªctimas de sus noticias. Y cuando una de ellas se suicida, redobla la apuesta. La serie le deja pocos momentos para mostrar algo de humanidad. Por ejemplo, cuando no denuncia a la polic¨ªa una fuente del Herald sobre el espionaje masivo que practica el Gobierno y permite su fuga al Ecuador ¡ªeso s¨ª, publicar¨¢ un reportaje en primera acusando al Herald de perjudicar la seguridad nacional¡ª. Y su batalla de padre divorciado, y enamorado de una prostituta, para mantener el contacto con el hijo.
En los bares, los periodistas anestesian remordimientos; en las olvidadas cocinas de las redacciones est¨¢ lo mejor
En el Herald, las exigencias ¨¦ticas son compartidas por la redacci¨®n. En el Post algunos padecen una repugnancia insalvable por la manera de practicar el oficio que impera y se largan. Mientras, su jefe ser¨¢ ascendido. El ¨¦xito est¨¢ de su parte. Una conclusi¨®n no muy optimista sobre el mapa informativo brit¨¢nico y no ¨²nicamente brit¨¢nico.
El empresario feliz del Post no tiene un nombre identificable, pero el hecho de que su jefe de redacci¨®n provenga del News of the World puede hacer pensar en una oblicua referencia a Murdoch. Otra serie, Succession (HBO, 2018) se centra en la familia propietaria de un gran conglomerado medi¨¢tico, pero interes¨¢ndose m¨¢s por las guerras hereditarias que por el intr¨ªngulis del negocio. Al menos por lo que he visto, porque no la he terminado, como tampoco he seguido hasta el final La ciudad secreta (Netflix), una serie australiana de gran ¨¦xito en su pa¨ªs con una periodista indagando un oscuro asunto de geopol¨ªtica con China y Estados Unidos implicados.
En las series sobre periodismo el propietario, si aparece, no acostumbra a ser el protagonista. No es el caso de una curiosa serie ucraniana Nevine (The Paper). Es de 2016, pero Netflix la ha estrenado esta temporada. Tambi¨¦n aqu¨ª se extingue un buen diario comprado por un constructor que quiere ocultar la implicaci¨®n de un familiar en un accidente mortal de coche. Obviamente, a las ¨®rdenes de este empresario sin escr¨²pulos, el diario har¨¢ las campa?as pol¨ªticas que a ¨¦l le interesan mientras pueda seguir mandando en la redacci¨®n. La serie, al cabo de unos cap¨ªtulos, desv¨ªa su atenci¨®n hacia los tejemanejes pol¨ªticos de una administraci¨®n corrupta y sus guerras mafiosas. El final de la primera temporada deja muchos cabos sueltos que parece que Netflix, haci¨¦ndose cargo de la producci¨®n de una segunda temporada, intentar¨¢ resolver. Un peque?o signo de osad¨ªa de la serie es pintar a una autoridad eclesi¨¢stica de la cat¨®lica Croacia cazado en una pr¨¢ctica er¨®tica prohibida. A todo eso, los periodistas se pasan m¨¢s tiempo en los bares que en la redacci¨®n. De hecho en el cine de periodistas, el bar es su segundo hogar. Y no acostumbra a ser un lugar de celebraci¨®n. Es un espacio para sincerarse o anestesiar los remordimientos profesionales. Howard Good, viendo la abundancia de reporteros achispados en los bares de las pel¨ªculas, public¨® un libro: The Drunken Journalist.
Mientras, en Estados Unidos, la CBS ha resucitado Murphy Brown, despu¨¦s de veinte a?os. La periodista, ex alcoh¨®lica, interpretada por Candice Bergen, regresa llevando un informativo en una televisi¨®n de cable, combatiendo las fake news y el trumpismo agresor. Brown era un ejemplo de reportera que peleaba por los grandes temas y combat¨ªa la tendencia televisiva a la ligereza informativa y la frivolidad. No parece que su regreso haya sido un ¨¦xito de audiencia. Quiz¨¢s deber¨ªan probar con Lou Grant, la serie por antonomasia sobre el periodismo, sobre la cocina de las redacciones. Algo a lo que se acercan pobremente las ficciones sobre el gremio, m¨¢s atentas a los momentos ¨¦picos de un periodismo que fatalmente necesita ser heroico o a los ejemplos m¨¢s ponzo?osos. Y es en esa cocina donde est¨¢n los mejores ejemplos y las mayores miserias del oficio. Un d¨ªa a d¨ªa castigado en las pantallas, invisible, salvo casos brillant¨ªsimos como Spotlight.
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