Partidos, plataformas, liderazgos
El principal problema de la pol¨ªtica no son los partidos: es que su poder frente al dinero se ha limitado mucho
La irrupci¨®n de Podemos y sus marcas asociadas en Espa?a; los grillini en Italia; los inesperados ¨¦xitos personales de Trump, fuera de control del partido republicano, o de Macron, que construy¨® su propio movimiento para pasar de cero a la presidencia de la Rep¨²blica en un a?o, abrieron serios interrogantes sobre los partidos pol¨ªticos tradicionales. ?Pagar¨ªan estos la crisis de representatividad de las democracias liberales? La entrada en escena de estos presuntamente nuevos actores ¡ªorganizaciones improvisadas, con liderazgos adaptados al nuevo espacio comunicativo¡ª se tradujo en ¨¦xitos sonados que sembraron la inquietud en los partidos que se consideraban depositarios del poder. Y se puso de moda una categor¨ªa imprecisa -el populismo- para poner una barrera entre los de siempre y los reci¨¦n llegados.
Una vez los nuevos se han instalado en distintos niveles del poder, el principio de realidad ha hecho su trabajo y, unos m¨¢s, otros menos, aquellos l¨ªderes promesas que parec¨ªan destinadas a cambiar el rumbo de la democracia est¨¢n hoy en apuros. Partidos, plataformas, movimientos, confluencias, p¨®nganles el nombre que quieran pero siempre acaban chocando con la misma pared: a cualquier escala, el poder es piramidal y arriba s¨®lo hay uno. Y por eso no es extra?o que en vigilias de unas elecciones municipales ¡ªen el caso catal¨¢n, con el a?adido del inicio del juicio a los dirigentes independentistas, que marcar¨¢ la pr¨®xima etapa¡ª pocas organizaciones queden libres de conflictos de consolidaci¨®n o disputa de liderazgos. Cuatro ejemplos: Pedro S¨¢nchez impone a un outsider ¡ªPepu Hern¨¢ndez¡ª exseleccionador nacional de baloncesto, como candidato a la alcald¨ªa de Madrid; Podemos, en fase de explosi¨®n, se rompe, entre dos cabezas: Iglesias y Errej¨®n; el mundo independentista se carga el mito de la unidad sobre el que pretend¨ªa fundar una falsa cohesi¨®n, con los intentos de Carles Puigdemont de asegurar su preponderancia; la alcaldesa Colau huye de las querellas familiares para construir una lista electoral a su medida y sin fisuras. No hay organizaciones, hay l¨ªderes.
En una democracia, la funci¨®n de los partidos es articular la representaci¨®n pol¨ªtica de los ciudadanos, construir proyectos pol¨ªticos y propuestas ideol¨®gicas que canalicen las demandas de los sectores sociales, formar cuadros para asumir las responsabilidades de gobierno en los distintos niveles, y, por supuesto, garantizar la gobernabilidad cuando asumen el poder y el control de los que gobiernan cuando est¨¢n en la oposici¨®n. ?Cumplen eficazmente estas tareas? La percepci¨®n de la ciudadan¨ªa es que no. Los pol¨ªticos son vistos como una casta lejana, con intereses propios.
Si en el bipartidismo hab¨ªa funcionado el liderazgo burocr¨¢tico, como fue el caso de Rajoy, ahora se exigen liderazgos ruidosos
La crisis de representaci¨®n es innegable. Y los partidos son los primeros en ser se?alados. Plataformas, movimientos y dem¨¢s organizaciones deb¨ªan facilitar la incorporaci¨®n ciudadana. Funcion¨® en la calle, pero decay¨® a medida que tocaban poder. A la hora de gobernar aparecen los l¨ªmites: lidiar con ellos sin frustrar a la ciudadan¨ªa es muy complicado y requiere autoridad. El principal problema de la pol¨ªtica no son los partidos: es que su poder frente al dinero se ha limitado mucho. En este contexto, partidos, movimientos, plataformas se encuentran con las mismas barreras. Y a la militancia apenas les queda el derecho al pataleo. Ejemplo: elegir a S¨¢nchez contra los barones del partido que le hab¨ªan echado para salvar al PP.
Plataformas y organizaciones tuvieron un primer efecto revitalizador que cambi¨® la din¨¢mica de unas burocratizadas democracias bipartidistas. La multiplicaci¨®n de los actores reaviv¨® la pol¨ªtica y favoreci¨® la polarizaci¨®n, porque rompi¨® el corporativismo de los grandes. Pero no ha resuelto los problemas de la forma partido. Al contrario, ha reforzado la l¨®gica de los liderazgos. Si en el bipartidismo hab¨ªa funcionado el liderazgo burocr¨¢tico, como fue el caso de Rajoy, ahora se exigen liderazgos ruidosos. En este terreno, lo que marca las diferencias es la distancia entre el griter¨ªo y la autoridad, en el sentido noble de la palabra. Y ¨¦sta va escasa y cuesta asentarla.
Las nuevas formas organizativas buscaban abrir el juego: han multiplicado los actores, que ya es algo, y han resistido a los intentos de marginarlas, pero la pol¨ªtica es lucha por el poder y, en ¨¦sta, reina la complicidad sin amistad y la servidumbre voluntaria. Sin embargo, en todas partes la ciudadan¨ªa pide la palabra. El futuro de la democracia depende del reconocimiento que se d¨¦ a esta demanda. Y tendr¨¢ premio el que encuentre el modelo de organizaci¨®n que lo consiga.
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