Barcelona, 1928 y una Coca-Cola
Me pasa a menudo: siento las actitudes, los valores y los sue?os de aquellas d¨¦cadas m¨¢s cerca de m¨ª que los actuales
¡°?Aqu¨ª, numeritos ni uno!¡±, mascull¨® entre dientes mi madre mientras me dejaba exang¨¹e la mano derecha. Iniciaba yo una t¨ªmida protesta porque quer¨ªa un pastelito concreto y la dependienta me puso otro m¨¢s escuchimirrizado que intu¨ª (y as¨ª fue), much¨ªsimo menos cargado de crema. Ella tambi¨¦n lo sab¨ªa, pero pag¨® sonriente y marchamos sin rechistar, pura flema inglesa. Era en el mercado de la Abacer¨ªa Central de Gr¨¤cia, finales de los sesenta, donde su madre ten¨ªa un min¨²sculo puesto (el 361, en blanco sobre fondo rojo; l¨¢mpara de tulipa elegante y bombilla mortecina), poller¨ªa que resist¨ªa milagrosamente sin vender m¨¢s que pollos y gallinas ante puestos tres veces m¨¢s grandes que, pioneros, ofertaban ya alguna croqueta y plato precocinados. El secreto estaba en el c¨®digo de honor de mi abuela: m¨¢rmol como la nieve, proveedor desde los treinta y antes tirar la mercanc¨ªa y quedarse en n¨²meros rojos que enga?ar. El cliente era sagrado.
Imbuidos de esa moralidad y ¨¦tica de las clases populares forjadas antes de la guerra y que nunca tuvo la burgues¨ªa acomodada, la filosof¨ªa de casa pasaba por no montar esc¨¢ndalos y si, llegado el caso, te daban gato por liebre, pues no se volv¨ªa nunca m¨¢s a esa tienda y listos: se saludaba al pasar con educaci¨®n, pero ah¨ª quedaba todo. Unos y otros sab¨ªan el qu¨¦ de la cosa: no hac¨ªa falta nada m¨¢s... Me acord¨¦ de eso la semana pasada, cuando en una cafeter¨ªa del centro me atizaron con 3,60 euros por una Coca-Cola peque?a. Pagu¨¦ con una sonrisa y sin un tuit. No volver¨¦, claro.
Educado al ba?o mar¨ªa de un mundo de ayer clavado en los a?os veinte y treinta, la Guerra Civil como abismo, record¨¦, por el sablazo, que cuando la Coca-Cola lleg¨® a Barcelona en julio de 1928 costaba 35 c¨¦ntimos. Me pasa a menudo: siento las actitudes, valores y sue?os de esas d¨¦cadas m¨¢s pr¨®ximas a m¨ª que los actuales. Quiz¨¢ porque la Barcelona que en 10 a?os pas¨® de 700.000 a un mill¨®n de habitantes, cosmopolita a rabiar, siempre panza arriba ¡ªnac¨ªa el Gran Metro: de plaza Catalunya a Lesseps (1924), a rebufo de los de Londres (1864), de la imitada Boston (1896), Nueva York (1904) o Madrid (1919)¡ª aspiraba de verdad a urbe moderna y productiva, capital de una Catalu?a ya tan imposible en 1936 como se me antoja hoy.
Y as¨ª voy, 90 a?os entre un pie y otro: ante las selfies, rememoro el impacto del primer Photomaton, del 17 de febrero de 1929: hab¨ªa que esperar la eternidad de 16 segundos para que diera seis copias por 1,50 pesetas. Estaba en Pelai, 56, la calle de la modernidad, donde en abril de 1925 se inauguraban los grandes almacenes El ?guila (esquina Ronda Universitat), dura competencia para los otros dos vecinos: los Alemanes (n¨²meros 20-24) y Can Damians (n¨²mero 54, el de la bola de cristal), todos hoy franquicias textiles y hoteles. Iban a rebufo del m¨ªtico El Siglo de La Rambla, imbatible en precios y lujo, pero tambi¨¦n por sus vendedores famosos por su atenci¨®n y delicadeza, as¨ª a dandis como a obreros. A¨²n hoy, en casa, El Corte Ingl¨¦s de Portal de l¡¯?ngel es Can Jorba (1926), quiz¨¢s porque ten¨ªamos una colecci¨®n de postales de cuando su inauguraci¨®n.
Can Jorba se inaugur¨® seis meses despu¨¦s de que se abriera al p¨²blico el Park G¨¹ell, iniciativa privada de frustrada ciudad-jard¨ªn rescatada por el Ayuntamiento, que la adquiri¨® no sin pol¨¦mica en 1922. Ahora, si no eres vecino pagas entrada para ver el recinto hist¨®rico; m¨¢s que nada para dejar sitio, mientras los autocares a rebosar de turistas colapsan tanto el parque como la estrecha carretera de acceso a El Carmel.
En esa ¨¦poca que la prensa bautiz¨® como ¡°el xarampi¨® esportiu¡± porque no todo era f¨²tbol (nataci¨®n en playas y piscinas; ciclismo¡), me imagino entre los 60.000 que asistieron al combate de boxeo de los gigantes Uzcudun y Primo Carnera, convocados en noviembre de 1930 en el hoy en descomposici¨®n Estadi de Montju?c, r¨¦cord de concentraci¨®n pugil¨ªstica en Europa. Del mismo modo, paseo por la plaza de Catalunya ese 7 de octubre de 1926 de la primera Diada del Libro, mientras miro de reojo a esa nueva mujer de Art-d¨¦co, fascinante, rompedora, de cabellos cortos, sombreros contenidos y faldas por la rodilla, compitiendo de igual, en plena locura del charleston, con hombres de pantalones a cuadros, americanas ajustadas, gafas de sol y extravagantes sin sombrero y pelo engominado. Quiz¨¢ coger¨ªa un taxi, regularizados desde el 26 de noviembre de 1924, obligados por el Consistorio por vez primera a ir con tax¨ªmetro y en carrocer¨ªa landaulet (cuatro plazas a cubierto y el ch¨®fer, fuera). Tan controlados como hoy¡
En las descoloridas esteladas se me aparecen los pat¨¦ticos miedos de Alfonso XIII; el monarca iba en coche por Barcelona con Primo de Rivera y le espet¨®: ¡°Veo muchas banderas separatistas¡±; el dictador, asustado, mir¨®: ¡°Majestad, no veo ninguna¡±. ¡°Pues yo s¨ª: all¨ª donde no est¨¢ la bandera espa?ola veo escondida la bandera separatista¡±. Porque tampoco era todo id¨ªlico: en 1921 cada tres d¨ªas hab¨ªa un atentado hijo de la guerra entre anarquistas y patronal; construy¨¦ndose el Metro Transversal a destajo 24 horas los siete d¨ªas, murieron 11 trabajadores al hundirse las obras entre Gran Via y Villarroel (abril de 1924) y la Exposici¨®n Internacional de 1929 dej¨®, tras 42 surtidores de agua, 116 columnas de luz y nueve reflectores, 15 millones de deuda que la ciudad pag¨® en 34 a?os. Por no hablar de la gestaci¨®n de La Bandera Negra, j¨®venes violentos de Estat Catal¨¤ que intentaron atentar contra el monarca en el complot de Garraf (1925) o el de Prats de Moll¨® (1926) con Maci¨¤, 600 hombres de 6.000 previstos y apenas 80 fusiles.
Qu¨¦ quieren, se me cruzan los valores familiares con las cifras espectaculares de la mancomunitat en apenas 10 a?os de labor y con la de la Generalitat de hoy o la visita de Albert Einstein en 1923, atendido por un secretario general de Ense?anza T¨¦cnica y Profesional de la Mancomunitat, Rafael Campalans (socialista en gobierno conservador), que le atend¨ªa en alem¨¢n. Y vistos los candidatos de las pr¨®ximas elecciones municipales de mayo, uno se refugia con gusto en La ciutat moderna. Barcelona 1921-1930 (Albert¨ª Editor / Ajuntament de Barcelona), quinta entrega de la detallada serie que construye R¨°mul Brotons. Indeciso, huyendo del actual espacio-tiempo as¨ª en lo period¨ªstico como en lo vital, no s¨¦ a qui¨¦n votar entre tanto refugiado o pr¨®fugo, hoy aqu¨ª, ma?ana all¨¢. En las municipales del 5 de febrero de 1922, un voto se pagaba a 25 pesetas si los candidatos eran regionalistas y a 10 si eran radicales; los mon¨¢rquicos no ten¨ªan tarifa fija. Actualizado, son el 3%, prebendas, sillas, licencias¡ Y yo con la ¨¦tica de mam¨¢ y la abuela.
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