Mi primer collar de pinchos
En el fondo sab¨ªamos que busc¨¢bamos armaduras para un entorno que no nos aceptaba tal y como ¨¦ramos. Y nosotras felices
- A las 17 horas, en la puerta del McDonalds de Gran V¨ªa.
Mis amigas del instituto y yo forjamos nuestra amistad por defecto. Nos un¨ªa Evanescence, la impuntualidad y el aula de m¨²sica en el s¨®tano del instituto, donde pas¨¢bamos altas horas escondidas cantando y comiendo pipas. Hac¨ªa unos meses que no les ve¨ªa ya que aprovech¨¢bamos algunos veranos para volver a Taiw¨¢n a visitar a la familia. La necesidad de verles y quedar con ellas crec¨ªa exponencialmente. Con ellas no ten¨ªa que utilizar el humor como arma para integrarme en conversaciones vac¨ªas, ni indicar que yo era el elefante rosa en la habitaci¨®n, la excepci¨®n en el grupo de amigos, el que ten¨ªa que poner en evidencia su otredad y re¨ªrles las risas a los dem¨¢s para ser aceptado.
Cuando volv¨ª de Taiw¨¢n el verano del '14, cambi¨¦ los pantalones caquis y mis camisetas de la secci¨®n de F¨®rmula Joven por unos pintalabios negros y unas cadenas que colgaban sobre mis vaqueros rotos oversized. Mi pelo estaba engominado con gomina Gatsby y me pinchaba el pelo como los chicos que aparec¨ªan en los grupos japoneses de m¨²sica Visual kei. Poco sab¨ªa que d¨¦cadas despu¨¦s mis atuendos acabar¨ªan formando parte de una de las muchas an¨¦cdotas que ambientar¨ªan numerosas cenas inc¨®modas. Quer¨ªa ser como los heavies de la Gran V¨ªa. Miraba deseante, voyeur¨ªsticamente, c¨®mo pasaban mientras esperaba en la puerta del McDonalds a mis amigas del instituto. Como iconos de carne y hueso que adem¨¢s de formar parte del imaginario social de la ciudad, visibilizaban otras maneras de hacer y de ver las cosas.
Me imagino a Miguel Trillo sacando la c¨¢mara y capturando el momento, asombrado por sus cinturones de bala o los pins que adornaban sus chaquetas de cuero. La moda, o por lo menos los atuendos, apuntalaban la m¨²sica que escuch¨¢bamos. Hip Flow y MTV eran mis ¨²nicas fuentes y, gracias a ellos, empec¨¦ a escuchar a Ariana Puello, a Will Pan Åˬ|°Ø, o a Missy Elliott desde mi Ipod, descargando las canciones desde el Limewire y el Emule. No me atra¨ªa sus atuendos tanto como el sentido que les daban. Aunque no supiera verbalizarlo, sent¨ªa que utilizaban los atuendos en su conjunto como herramientas de resistencia pol¨ªtica. Me atra¨ªa la inconformidad de aquellas personas que se exhib¨ªan, que intentaban ser diferentes pero tambi¨¦n intentaban formar parte de algo. Vestirse diferente, pertenecer a una subcultura no era una herramienta puramente est¨¦tica, sino una de uni¨®n, de empoderamiento.
Me viene a la cabeza el documental de Sugar Coated, sobre la subcultura Lolita y c¨®mo una de las entrevistadas habla sobre c¨®mo le ayud¨® a hacer frente a su trastorno alimenticio. Salvando las distancias, encontraba en la indumentaria un sentimiento de aceptaci¨®n, de poder externalizar todo mi enfado, en primer plano. Era otra manera de crear comunidad desde el descubrimiento personal, desde la idea de que formabas parte de algo m¨¢s grande, de otras personas que se sent¨ªan tan solas como t¨² mientras transitaban por las calles de Madrid con los auriculares puestos para evitar escuchar comentarios de mierda, escondiendo sus caras detr¨¢s de la Loka Magazine en los vagones del metro para evitar miradas inoportunas y malignas de personas ajenas.
Hab¨ªa pocos lugares donde ahogar nuestra angustia adolescente, una de ellas, el Mercado de Fuencarral. Llamadme na?f, inocente, pero para nosotras este espacio fue un lugar que reflej¨® los cambios culturales y est¨¦ticos de la sociedad de finales de los 90. Part¨ªamos de la puerta del McDonalds y cruz¨¢bamos juntas la calle Fuencarral como si de una pasarela se tratara; ser vistas, provocar lo normativo, o lo que entend¨ªamos por ello, llev¨¢ndonos al mismo. Me acuerdo de las escaleras met¨¢licas, los repiqueteos que se produc¨ªan al bajar los pelda?os, y los fanzines, postales y flyers miscel¨¢neos amontonados en un rinc¨®n de la planta de s¨®tano.
Ah¨ª es donde recog¨ª, con miedo, mi primer Shangay, cuando todav¨ªa no hab¨ªa salido del armario, ni siquiera a mis amigas, y me aterrorizaba la idea de que alguien lo descubriera, aprovechando el momento en el que me escapaba unos minutos al ba?o y met¨ªa forzosamente la revista entre las p¨¢ginas del libro de texto de Conocimiento del Medio de Santillana. Ah¨ª fue donde me compr¨¦ mis primeras Martens, y mi primer collar de pinchos en la J Canovas mientras mi amiga T. Rebuscaba por las estanter¨ªas de ropa buscando un corset de encaje. En el fondo sab¨ªamos que busc¨¢bamos armaduras para un entorno que no nos aceptaba tal y como ¨¦ramos. Y nosotras felices.
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