Perros, ensaimadas y pat¨¦s
Menos pan a secas y grasas directas, hay canes dom¨¦sticos que comen de todo, contra la doctrina del veterinario que prefiere la dieta del pienso
Un perro de melena blanca y canela llamado Dic, un collie, posiblemente fue el animal mejor cuidado del pueblo. Cada ma?ana desayunaba ensaimada con su compa?era/protectora, una mujer que ahora seria animalista, si bien parte de la fortuna familiar engord¨® a partir de una matanza de cerdos. Dic era callejero, simp¨¢tico y dej¨® casta liberada.
La vecindad cre¨® la leyenda local sobre el bienestar canino con aquella mujer solitaria lectora y cin¨¦fila, que antes tuvo un loro hablador. En su cocina se guisaban dos men¨²s, en paralelo. Antes all¨ª rein¨® un gran dan¨¦s, Baby, una perra gigante, que iba de pesca con el abuelo, vinatero, y alert¨® de su muerte s¨²bita, ca?a en mano, en el litoral. El perro aull¨® y no se apart¨® del cad¨¢ver de su amo. En P¨°rtol, un can gigante parecido, medio siglo despu¨¦s, es el tercer habitante total de un caser¨®n rom¨¢ntico de artistas donde se cocina fiel a la tradici¨®n y al recetario propio de la matriarca extinta.
'Baby¡¯, una perra gigante que iba de pesca con el amo, alert¨® de su muerte s¨²bita, ca?a en mano, en el litoral
Entre los altos de Dei¨¤ y la costa de Barcelona, Best pareci¨® una perra tranquila y ultraeducada por sus due?os, gente creativa y social que suscita encuentros. En las comidas y sobremesas Best nunca incordi¨® con su hocico, ni insisti¨® en compartir plato de arroz o manjares italianos. Miraba o dormitaba, lo normal. Aquella perra adoptada en una guarder¨ªa, sin pedigr¨ª preciso, tranquila, recorr¨ªa su territorio mallorqu¨ªn invadido por las cabras. Un d¨ªa fue tras un cabrito por un risco, la cabra sali¨® a su encuentro, la cerc¨® al despe?adero y embisti¨® para despe?arla. Fin.
Menos pan a secas o grasas directas, hay perros dom¨¦sticos que comen de todo, contra la doctrina del veterinario que prefiere la dieta del pienso: en un lugar, a su hora y la misma raci¨®n. Pero un perro urbanita puede comer lechona, pescado crudo, gambas, sand¨ªa, estofado, patatas (hervidas), tomate no, mel¨®n, manzanas, zanahoria, alcachofa cruda, trazos de yogur, leche no, y no se diga queso y jam¨®n york. Los guisos, no picantes ni salados, lentejas, alb¨®ndigas, arroz seco...
Las jaur¨ªas de perros para cazar conejos, podencos, los cans eivissencs, recib¨ªan un men¨² de las sobras de las cocinas de los hoteles, sacos de panecillos secos. Pero en el instante primario, cuando se da la captura del roedor, el cazador sin armas da un premio sabroso: en el pasado era un cacho de butifarr¨®n seco.
'Terry¡¯, can de un cura,¡°iba a misa¡±, dec¨ªan los monaguillos: acud¨ªa a ver al oficiante hasta el mismo altar
Terry, un perro de un cura, ¡°iba a misa¡±, dec¨ªan los monaguillos. As¨ª qued¨® registrado en el runr¨²n beato: era un animal sin marca, de un vicario de sotana. Acud¨ªa a veces a la iglesia a ver al oficiante hasta el mismo altar. El perro nunca se despeg¨® de la figura del cura, su hermana y su criada. Al morir, de viejo, lo embalsamaron y qued¨® expuesto en su casal ¡ªante el templo¡ª junto al paso de la virgen Dolorosa de la procesi¨®n.
La serie de televisi¨®n de IB3 Amor de cans sucede entre la cocina, la locura y las disputas hereditarias y se cierra con un lapidario ¡°amor de perros, amor de hermanos¡±. Un poeta insular post generacional, y seriamente lesionado, vive entre su perspicacia sobre el pasado, mil p¨¢ginas de su escritura vital sobre Mallorca, las comidas los caciques y algo m¨¢s. El autor tiene la flama de la vida con la persona con quien vive y la fidelidad de tres y cuatro perros callejeros adoptados, siempre encima y a su alrededor, con los que come, poco, y dialoga, escribe, poco, y dialoga sobre la isla profunda y su f¨²tbol, el Baleares.
El olor que se expande en la apertura de una lata de pat¨¦ de cerdo de marca que empieza por M despierta el apetito de O, un bich¨®n malt¨¦s blanco, que acude y levanta la mirada y la trufa (el hocico), agudizando su instinto olfativo. Reacciona al o¨ªr el ruido de la hojalata, el celof¨¢n de bolsas de frutos secos o galletas y, al cazar, el perfume del sofrito de los arroces. O rest¨® meses al lado o a los pies de su ama enferma, que compart¨ªa pellizcos de su comida breve. Al acabar, mal, la historia, O busc¨® en los vac¨ªos y espera tras puertas y entre semejantes. Unos d¨ªas solitarios lame cantos de libros y agendas en el despacho sin ruido de teclas. Es otro instinto.
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