Una ex consejera de no Cultura
Laura Borr¨¤s es relevada de su cargo para presentarse a las elecciones generales. En el terreno de la cultura, que se sepa, nunca estuvo ni se la esper¨®
Borr¨¤s, no la he visto nunca en ning¨²n acto cultural de relieve. Ni tampoco, ya que estamos, en alguno de estar por casa. Es decir, no la vi nunca haciendo nada que tuviera que ver con el concepto bajo el cual cobr¨® puntualmente un sueldo todos los meses. Recuerdo unas declaraciones suyas, cuando en mayo de 2018 asumi¨® la consejer¨ªa de Cultura, declarando con ¨¦nfasis casi religioso que llegaba a ese departamento para servir a su pa¨ªs y a la cultura. La referencia al pa¨ªs ya me dio mala espina. Ya sabemos qu¨¦ suele ocurrir cuando alguien se dedica con tanto ah¨ªnco a su pa¨ªs o se deja la piel por ¨¦l. Ahora es relevada de su cargo, se supone que para servir mucho mejor a ese pa¨ªs, ya que en el terreno de la cultura, que se sepa, nunca estuvo ni se la esper¨®. Donde s¨ª estuvo casi con heroico denuedo fue en las manifestaciones a favor de los presos pol¨ªticos y en la sala del Tribunal Supremo d¨¢ndoles infatigable aliento; tambi¨¦n se la vio en Bruselas ¡ªme parece que en la casa de la Rep¨²blica catalana¡ª en las puerilidades de Quim Torra o Carles Puigdemont. En honor a la verdad, hay que reconocer que no falt¨® a la cita de los premios Gaud¨ª. Donde no estuvo, y su ausencia result¨® ofensiva, fue en el sepelio del editor Claudio L¨®pez Lamadrid. Se excus¨® por razones de agenda, aunque a lo mejor a nuestra exconsejera le pas¨® lo que suele pasarle a la gente un pel¨ªn fan¨¢tica, que eso de asistir al entierro de alguien que no es de su cuerda ideol¨®gica tiene que ser un palo. Para entierros, no hay como los de los correligionarios.
Hace unos d¨ªas, algunas calles de Barcelona fueron ocupadas por pianos. Pianos de cola para que el transe¨²nte ocasional que supiera, le sacara algunas notas. Tambi¨¦n pod¨ªa sentarse a tocar el que no tuviera ni idea de m¨²sica, s¨®lo por aporrear las teclas y vivir la experiencia de producir sonidos. En el tiempo que estuve, se sentaron al piano una chica y dos varones. La chica se marc¨® un Mozart muy rococ¨® y provocador. Uno de los varones nos regal¨® una partita de Bach ejecutada con mucha convicci¨®n. El segundo era un chico que no pasar¨ªa de los veinte y tantos a?os. Toc¨® algo que me pareci¨® m¨²sica New age. Era italiano e iba con una chica radiante como el d¨ªa que hac¨ªa. Todo el mundo escuchaba como si nunca hubiera escuchado nada parecido. Y lo que m¨¢s me llam¨® la atenci¨®n fue que la chica reaccion¨® como si nunca el chico le hubiera informado de su don para el piano. Obviamente, el chico toc¨® s¨®lo para ella. Relato estas an¨¦cdotas porque ese d¨ªa experiment¨¦ algo muy parecido a lo que me ocurri¨® hace unos meses con la escultura de Jaume Plensa que nos espera a la salida del Palau de la M¨²sica. Todo el mundo que pasa por all¨ª participa de la mujer de enigm¨¢ticos ojos cerrados. Los ni?os casi juegan con ella. Los adultos la miran extasiados. O como si la interrogaran.
Plensa y los pianos al alcance de todo el mundo me dejaron pensando, y ello me dio la sensaci¨®n de una cultura viva, algo irreverente, pr¨®xima a las personas. Como nunca lo hab¨ªa visto, quise saber de qui¨¦n hab¨ªa sido la feliz idea de los pianos en las aceras. Por un momento abrigu¨¦ la esperanza de que fuera de nuestra exconsejera de Cultura. Supe enseguida que quien dise?¨® ese formato musical para instalarlo en plena v¨ªa p¨²blica fue la asociaci¨®n del Concurso Internacional de M¨²sica Maria Canals de Barcelona y que funciona desde hace muchos a?os, con la colaboraci¨®n de la Fundaci¨®n Jes¨²s Serra, la Diputaci¨®n de Barcelona, la Generalitat y varios ayuntamientos de Catalu?a. Segu¨ª buscando en mi memoria m¨¢s inmediata alg¨²n evento digno de menci¨®n en que la consejera Laura Borr¨¤s, en aras del enriquecimiento de la sensibilidad y del esp¨ªritu art¨ªstico de la ciudadan¨ªa de Catalu?a, hubiera participado o hubiera sido su principal iniciadora o inspiradora, y no encontr¨¦ nada.
Un consejero (o ministro) de Cultura no llega a ese puesto para jurar que la servir¨¢ y despu¨¦s si te he visto no me acuerdo. Llega a ese privilegiado sitio para hacer cultura, para poner pianos en las calles. Y si fuera posible, poetas, magos, titiriteros y narradores de cuentos. S¨¦ que eso es imposible. Pero un consejero de cultura tiene que dar la sensaci¨®n que eso deber¨ªa hacerse. O por lo menos que esa maravillosa locura se le pas¨® por la cabeza.
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