Mujeres de mar
De piratas, sirenas y marines vestidas de hombre a las f¨¦minas de carne y hueso que hoy surcan los oc¨¦anos
Al so?ar se puede elegir ser Ching Shih, una feroz pirata viuda del siglo XIX que sucede a su marido y se dedica a surcar los mares. Hay que sufrir la mala prensa de saquear y matar, que compensan los quinientos barcos y tropecientos hombres a tus ¨®rdenes, un mont¨®n de ca?ones listos para la batalla y el oc¨¦ano a tus pies. Al vivir, la realidad machaca cualquier fantas¨ªa: dif¨ªcilmente se puede ser la bucanera del Mar de la China si se teme morir engullida por las olas, en un soleado paseo en lancha de las Islas Medas a Sant Feliu de Gu¨ªxols.
Pero no hay fobia suficientemente angustiosa como para alejar a las personas de una pasi¨®n. El v¨¦rtigo no pudo con el amor de Edward Lewis (Richard Gere) por el lujoso ¨¢tico de su hotel en la terrible ¡ªpor machista¡ª y maravillosa Pretty Woman. Ni el miedo gana a las ilusiones que esconde el mar en su vientre, donde se citan la vida y la muerte, como tan bien cuentan el periodista Agus Morales y el fot¨®grafo Edu Ponces, ganadores del premio Ortega y Gasset en su cr¨®nica Los muertos que me habitan.
En esa atracci¨®n fatal que siento por el mar, la semana pasada visit¨¦ el Museu Mar¨ªtim de Barcelona, oculto entre los turistas al final de La Rambla. En el antiguo recibidor se muestra la humilde exposici¨®n fotogr¨¢fica Dones de Mar. En blanco y negro, se puede ver a una mujer zurciendo una red, en el quicio de la puerta de una Barceloneta irreconocible, donde la ropa se seca al sol, colgada de un cordel que va de casa a casa. O vendiendo pescado, sobre cajas de madera, con el pa?uelo en la cabeza, y los brazos en jarras.
Son oficios tradicionales expulsados de la historia y las estad¨ªsticas del mar. No cuentan vidas como la de Esther Pujol (1921-2013), que a los 12 a?os cambi¨® la escuela por el camino ¡°de la arena a casa y de casa a la arena¡± en Sant Pol de Mar. Ni remendar redes ni vender lo que se pescaba en la orilla importaban porque lo hac¨ªan las mujeres, explican Eul¨¤lia Torra y Eliseu Carbonell en el libro Les Dones i el Mar.
El peque?o proyector, entre dos plafones explicativos, transita de las fotos en blanco y negro, como las de la Barceloneta, a las de color, como la imagen de Elvira Pujol ¡ªno confundir con Esther¡ª subiendo las escaleras de caracol de faro del Cap de Creus. ¡°Para m¨ª es una cuesti¨®n de estricto acoplamiento con el trabajo. Nada de romanticismo¡±, explic¨® a El PA?S en 1979, cuando se present¨® a las oposiciones. Estuvo 20 a?os como farera, hasta que el oficio se extingui¨® y abandon¨® la atalaya del famoso cabo azotado por el viento, repleto de calas con barcos hundidos, y, hoy en d¨ªa, tambi¨¦n de turistas en busca de las musas que inspiraron a Dal¨ª.
Clic-clic. Las mujeres ganan terreno a medida que las im¨¢genes pasan, como si fuesen diapositivas. Investigadoras en la Ant¨¢rtida, como Joana Vicente de Boves; estibadoras en el peliculero submundo del Puerto de Barcelona, como S¨ªlvia Puig; futuras oficialas de m¨¢quinas, como Martina P¨¦rez; regatistas y capitanas de la marina mercante, como Pilar Pasanau¡
En una de ellas se ve a la pescadora Maribel Cera, sonriente, con un mono amarillo y la cuerda en las manos, faenando en Sant Carles de la R¨¤pita. Su sonrisa recuerda a la de la francesa Sonia Borewski, que rompi¨® moldes en 1966 como patrona y mec¨¢nica de un barco pesquero en Francia. So?aba con ganar dinero suficiente para mantener a sus cinco hijos y dedicarse a la literatura, su verdadera vocaci¨®n.
¡°Nos ha servido para cambiar el discurso del museo, para saber mirar. Centrar el relato en la comunidad para hablar de hombres y mujeres¡±, explica Mireia Mayolas, responsable de educaci¨®n y actividades del Museo Mar¨ªtimo de Barcelona, sobre la exposici¨®n, que es parte de un proyecto m¨¢s amplio, Dona¡¯m la mar. Lo dirigen las periodistas Catalina Gay¨¤ y Laia Ser¨®, y busca recontar la historia del mar teniendo en cuenta a la mujer.
Hasta no hace tanto, una mujer en un barco era vista como ave de mal ag¨¹ero. No en vano las mitol¨®gicas sirenas eran medio mujeres que hund¨ªan a los hombres que escuchaban sus cantos en alta mar. Ulises tuvo que atarse a un m¨¢stil para sobrevivir a su endiablada seducci¨®n. Historias como la de la rusa Anna Ivanova Schetinita, primera capitana mercante de un buque que particip¨® en la Segunda Guerra Mundial, abrieron poco a poco camino en un mundo oficialmente masculino.
Si hasta entonces alguna mujer destac¨® en el mar lo hizo vestida de hombre. Como las populares piratas Mary Read y Anne Bonny, o Hannah Snell, que se enrol¨® en la Marina usurpando el uniforme y el nombre de su cu?ado. M¨¢s triste es la proeza de Mary Patten, que en 1856, con 19 a?os y embarazada, capitane¨® el buque en el que viajaba porque su marido enferm¨®. Fue una suplantaci¨®n obligada. A los 24 a?os muri¨® de tuberculosis, sin noticias de que hubiese vuelto a navegar.
Quiz¨¢ tras Dona¡¯m la mar, ya no haga falta so?ar con la pirata, y antes prostituta, Ching Shih. Si el relato de mujeres de carne y hueso, zurcidoras de redes e investigadoras en la Atl¨¢ntida, se normaliza, quiz¨¢ conquistaremos verdaderamente el mar.
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