Historias de limones
En los corrales/jardines/huertos de casas, urbanas, rurales o residenciales modernas, nunca falt¨® un limonero
Una cocinera civil, casi secreta, Cati Doctora, que no persigue la fama ni el negocio y que cocina cerca de la mar antigua que se ve desde Vilafranca y recrea el pintor Rafel Joan, formul¨® un postre al final de su mesa tan sabrosa: una bandeja de hojas de llimonera, un rebozado fino de pasta, frita, sobre los ap¨¦ndices verdes del ¨¢rbol oriental arraigado en el Mediterr¨¢neo. Al lado, sustantiva, una crema de lim¨®n, a cuchara. La delicadeza de las hojas solo hab¨ªa sido vista en libros viejos y un d¨ªa en IB3 se vio c¨®mo lo hac¨ªa una madonaen el Foravila de Felanitx, parec¨ªa que perfumaba la sart¨¦n...
Las hojas calientes imantan sus vigores y perfumes a la pasta de harina dulce. El postre es el forro, humilde y excelente bocado austero. El vegetal no se come pero siempre hay atrevidos o raros. Un d¨ªa, una periodista lleg¨® a la redacci¨®n con un presente para repartir: limones de su corral. Es un cl¨¢sico social de intercambio amistoso: regalar frutos de una cosecha generosa.
Nada es banal sobre casi nada y menos sobre el lim¨®n. ?rbol y frutos son historia ¨²til, simb¨®lica y necesaria porque crean, uno a uno, un espacio arm¨®nico, cierto cielo privado, un jard¨ªn cerrado, a tu lado, en el vecino, en villas y espacios lejanos. Los limoneros, articulados, altos o abiertos, dispersos, amparados, peque?os tambi¨¦n (o los naranjos enanos y ordenados), detallan el paisaje inmediato con un verde oscuro o brillante, permanente, moteado de flores y frutos dorados gran parte del a?o.
El lim¨®n es un argumento: perfuma, ambienta, matiza, cura almas y transforma comidas: pescados y carnes, asados o ensaladas o alcachofas negras. Hay qui¨¦n no sabe salir de casa sin un trago o un vaso de zumo de lim¨®n, ni comer pescado frito, al horno o crudo sin el aderezo. El arroz de pescado (arroz seco o paella) pide unas gotas de lim¨®n. Hay salsas y c¨®cteles y refrescos masivos que parecen desnudos sin una rodaja; el roce del vaso o el bautizo del c¨®ctel al pellizcar su piel amarilla.
Hay disertaciones mitol¨®gicas y doctrina religiosa sobre este ¨¢rbol y sus ofrendas. Motivo de gran negocio es el cultivo y explotaci¨®n de los c¨ªtricos amarillos casi sagrados, objeto y t¨®tem para viejos creyentes, cristianos de la norma papal o escindidos originarios. En Sicilia ¡ªy en N¨¢poles¡ª los limones son un capital que disputa la gran liga del mercado global: la mafia naci¨® del control y monopolio de los limones y las naranjas. Y grandes piezas literarias y patrimoniales son deudoras de los espejismos y detalles, de los para¨ªsos reencontrados, de los espejismos de los edenes perdidos. De Goethe a Machado, de Lampedusa a los Medici.
Hay donde ilustrarse y elegir: un buen libro de la jardinera Helena Attlee (El pa¨ªs donde florece el limonero) y siempre todo Josep Pla, un joyero de los detalles, ahora espigado por Jes¨²s Revelles en Cabotaje mediterr¨¢neo. La cient¨ªfica divulgadora Aina S. (Serra), Erice en sus libros y blogs, disecciona las biograf¨ªas de las plantas. Pero son los instintos y sentidos de la persona curiosa que determinan y eligen los libros.
El zumo de lim¨®n es antis¨¦ptico, adoba los asados o matiza los finales, construye helados, cremas, granizados, limonadas para beber, comer el fruto a gajos o con la piel a mordiscos al correr o nadar. Frena la acidez interior del cuerpo, baja la presi¨®n y recarga vitaminas. En la reposter¨ªa nativa las ralladuras y pieles son inevitables para acentuar pastas, helados o bebidas l¨¢cteas.
Por eso y muchas cosas m¨¢s en los corrales/jardines/huertos de casas nunca falt¨® un limonero. Los pueblos del Mediterr¨¢neo que habitaron los litorales ajenos al fr¨ªo escandaloso y los vendavales salados o helados fijaron un hito de su posesi¨®n en la tierra con uno a su vera. Desde Sicilia a Capdepera, de Djerba a Sa Col¨°nia de Sant Jordi, las viejas casas de veraneo guardaban el m¨ªnimo espacio interior para la sombra, el aroma y los frutos amarillos.
Los limones quedan muy bien pintados... son de un oro neto y gr¨¢fico, parecen nacer para las naturalezas muertas tambi¨¦n; hay algunas obras excelentes y una marea mediocre. Los frutos decoran y colorean las casas. Tan olvidados y con las arboledas y cosechas perdidas sin pay¨¦s a su cargo los hay en S¨®ller, Fornalutx, Dey¨¢, mientras que en las grandes superficies venden los frutos m¨¢s lejanos a precio alto. En una pasteler¨ªa de lujo la torta y el pastelillo de lim¨®n cotizan al alza. Y para la matanza particular son necesarios kilos y kilos de limones, zumo y piel, para depurar el contenedor de la sobrasada, las tripas.
Estos frutos ofrecidos como prenda o reserva perduran semanas y quien ha hecho navegaciones largas explica que nunca faltan en los barcos, porque con los calabacines son los vegetales sin conserva que menos se degradan. Quiz¨¢s por eso se les consider¨® s¨ªmbolo de eternidad y vida, escudo contra la amenaza de muerte. Antis¨¦ptico, se cre¨ªa que rechazaba el veneno.
La f¨¢brica artesana La Menorquina vaci¨® y congel¨® limones y los rellen¨® de helado, hace d¨¦cadas y sigue la ocurrencia en manos multinacionales. Un refresco mallorqu¨ªn de oportunidad, una limonada, naci¨® de frutos locales: Pep Lemon result¨® una historia fugaz, pero la aventura ideada por Verdaguer-Riutort fue trabada por la multinacional de nombre parecido, y el negocio cerr¨® a pesar de tener un tam-tam period¨ªstico y pol¨ªtico c¨®mplice y generoso.
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