La magia eternamente juvenil de Paul Anka arrasa en Peralada
Una noche para la nostalgia pura y dura, id¨®nea para que el p¨²blico recordara cuando a¨²n no peinaba canas, o simplemente a¨²n se peinaba
Si todav¨ªa hay quien cree en los milagros, los pactos con el diablo o cosas parecidas, el s¨¢bado deber¨ªa haber acudido a los jardines del castillo de Peralada para confirmar todas sus creencias. Un jovencito Paul Anka, que dentro de diecisiete d¨ªas cumplir¨¢ setenta y ocho a?os, se presentaba con un pu?ado de canciones que, excepto una, cargaban todas con bastantes d¨¦cadas a sus espaldas, servidas en sus arreglos originales tambi¨¦n entrados en a?os. Es decir, una noche para la nostalgia pura y dura, id¨®nea para que el p¨²blico recordara cuando a¨²n no peinaba canas, o simplemente a¨²n se peinaba.
Nada m¨¢s lejos de la realidad: el concierto de Paul Anka en Peralada fue una explosi¨®n de vitalidad y una demostraci¨®n de que el viejo cancionero, cuando est¨¢ servido con algo m¨¢s que profesionalidad y entusiasmo, sigue siendo igual de efectivo. Y el p¨²blico se olvid¨® de las canas o de su ausencia y hasta hubo conatos de desmelenarse.
Es cierto que para algunas canciones no pasan los a?os y m¨¢s si los arreglos van firmados por Don Costa o Nelson Riddle, pero para sus int¨¦rpretes suelen pasar de forma dram¨¢tica. No es el caso de Paul Anka. Por supuesto que su voz no es la del cr¨ªo que cantaba Diana en 1957 pero sigue conservando una belleza, una fuerza y una amplitud de registro envidiables. Y la mantiene indemne, con toda su potencia y esplendor durante m¨¢s de cien minutos en los que no para ni un segundo. Volvamos a hablar de pactos con el diablo.
A?adamos a toda esa magia un dominio total del escenario. Todo lo que se le puede pedir a un showman lo posee y lo derrocha el canadiense arropado por una big band de altura con buenos solistas. Y, adem¨¢s, cae simp¨¢tico hablando una y otra vez, sin saber muy bien a cuento de qu¨¦, de los catalanes.
Anka presentaba su nuevo espect¨¢culo dedicado a su amigo Frank Sinatra. O sea, que a su repertorio habitual se uni¨® esa noche el del Ol' Blue Eyes, dos bombas explotando al un¨ªsono.
Comenz¨® ya pisando fuerte. Destiny, Diana y Adam and Eve abrieron la velada con el cantante pase¨¢ndose entre p¨²blico, haci¨¦ndose selfies, bromeando con alguna chica y poniendo a cantar a los asistentes (cosa harto dif¨ªcil por estos pagos). Sigui¨® intercalando Sinatra con sus propios recuerdos: I've got you under my skin, For once un my life, Strangers in the night (la canci¨®n m¨¢s bella de Sinatra, dijo), She's a Lady, That's Life y l¨®gicamente para coronar la velada My Way y New York, New York. Adem¨¢s puso al p¨²blico a bailar (s¨ª, a bailar) con Eso Beso y para completar toc¨® el piano, la guitarra y tuvo un recuerdo para los Everly Brothers (Bye Bye Love), otro para Prince (Purple Rain) y un ca?onazo final apote¨®sico con el Pround Mary de los Creedence y todo el p¨²blico de pie cantando aquello de Rollin', rolllin', rollin' on the River.
La ovaci¨®n de despedida fue de las que se ven pocas veces. Anka abandon¨® el escenario a los acordes de Amapola con la chaqueta al hombro, como hac¨ªa su amigo Frankie. Al salir todo eran risas y entusiasmo entre los asistentes. Una velada m¨¢gica.
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