Supersonic Blues Machine se aferran en el Bot¨¢nico al legado de ZZ Top
Al m¨ªtico y barbado Billy Gibbons le bastaron 30 minutos para alborotar una noche que comenz¨® demasiado afable
Dec¨ªa hace poco nuestra Susan Santos, la afilada guitarrista de Badajoz, que quien encuentra monoton¨ªa en un g¨¦nero como el blues es porque no se ha puesto a escuchar el disco m¨¢s indicado. Santos ejerci¨® este martes como telonera en las Noches del Bot¨¢nico y certificar¨ªa despu¨¦s desde el p¨²blico que con los protagonistas principales de la noche, Supersonic Blues Machine, podr¨ªamos comprarnos los elep¨¦s que fueran necesarios.
Su aproximaci¨®n al viejo g¨¦nero de los 12 compases es tan electrizante, afable y ecl¨¦ctica que cualquiera puede someterse sin temor a una dosis introductoria. Otra cosa es que vayamos a descubrir de su mano alg¨²n secreto trascendental que nos erice la cabellera. Qu¨¦ va: SBM es un ameno veh¨ªculo para el lucimiento, pero en la explanada de la Complutense no aconteci¨® esta vez nada de aut¨¦ntica enjundia hasta que el ilustr¨ªsimo Billy Gibbons, fundador de referencia de ZZ Top, asom¨® sus luengas y caracter¨ªsticas barbas por el extremo izquierdo del escenario. Era, a fin de cuentas, la primera noche del ya agonizante ciclo -los madrile?os Rufus T. Firefly y Russian Red echan hoy el cierre- en que no habr¨ªa sido descabellado lucir manga larga.
Y el relativo car¨¢cter minoritario de esta M¨¢quina Supers¨®nica rebaj¨® la asistencia a solo 2.500 personas, una cifra extraordinaria pero alejada del lleno en un recinto tan holgado. La banda comenz¨® algo mustia, las dos coristas se peleaban con la afinaci¨®n y el pintoresco bajista Fabrizio Grossi, un milan¨¦s que no querr¨ªamos encontrarnos en un callej¨®n oscuro, se sinti¨® obligado a exclamar a la media hora: ¡°?Madrid, co?o, necesito ese noise!¡±. Pero en esas acababa de comparecer el primero de los convidados ilustres, el californiano Joe Louis Walker, y el patio se alborot¨® enseguida. Walker es un ilustre integrante del Blues Hall of Fame, dispone de una voz flam¨ªgera y rugosa (Do you love me) y aviv¨® las ansias de electricidad de Kris Barras, guitarrista de la banda anfitriona y art¨ªfice de un solo muy potable durante Hard times.
Pero la fortaleza sonora y solvencia t¨¦cnica de estos Supersonic no bastan para eludir la impresi¨®n de que no hay gran cosa memorable en su repertorio, de que todo transcurre con un agrado que ma?ana mismo habr¨¢ transmutado en indiferencia y pasado, en olvido. Con excepciones, de acuerdo. Elevate pone un pie en el hard rock y sirve al asilvestrado Kenny Aronoff para lucir m¨²sculo a la bater¨ªa. Y Right now, con el regalo de la sabrosa arm¨®nica de Walker, anhela ser coreada alg¨²n d¨ªa en el calor de un gran estadio. Todo cambi¨® de color cuando a las 23.30, por fin, se hizo presente William Frederick Gibbons, ese tejano escu¨¢lido y diminuto de sombrero y gafas oscuras, el hombre que convirti¨® en icono las barbas hasta casi la barriga.
Gibbons activ¨® el ritmo salvaje y reiterado de La grange, puro boogie, y la noche cambi¨® de color. Han transcurrido 46 a?os desde la primera vez que esa historia de burdeles sacudi¨® los cimientos del rock yanqui, pero hoy sigue siendo imposible evitar que unos cuantos miles de cuellos sigan su comp¨¢s tal que en una inmensa procesi¨®n de ¨¢nades. As¨ª fueron siempre las cosas con ZZ Top. Los de Texas nunca le temieron a la vertiente m¨¢s rupestre del g¨¦nero, pero eran infalibles golpe¨¢ndole al oyente en la boca del est¨®mago. A sus casi 70 a?os, Gibbons se abalanz¨® sobre el p¨²blico como un muchacho ansioso: ¨¢vido de velocidad y estribillos mascullados. Sin solos ni circunloquios ni digresiones ni gaitas. Su media hora escasa vali¨® m¨¢s, mucho m¨¢s, que los 90 minutos restantes. De la mecha de SBM sal¨ªa alg¨²n chispazo, pero solo el legado de ZZ Top (Sharp dressed man) provoc¨® una verdadera llamarada.
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