?Ya est¨¢n aqu¨ª!
Intuir las luces de la fiesta al fondo y escuchar el barullo me emocionaba de peque?a... Y me sigue pasando
A estas alturas del a?o, en mi localidad, toca hablar de las fiestas. En el pasado, para m¨ª, eran como una forma de prorrogar el verano. Cuando ya hab¨ªa acabado las vacaciones en la playa, en el pueblo o en el kaura (un parque del Municipio), que quedaran esos d¨ªas me resultaba no solo bueno sino, sobre todo, justo y necesario. Era como una transici¨®n hacia los momentos duros de actividad, fr¨ªo, poca luz y noches largas; la ¨²ltima inyecci¨®n de energ¨ªa antes de que comenzara el colegio o el instituto. Lo mejor era que pod¨ªa permitirme ciertas licencias y me dejaban salir hasta m¨¢s tarde la noche de los fuegos artificiales, cuando se incendiaba el cielo, explotaba y se llenaba de colores.
Pero las fiestas han tenido varias fases: De peque?a, o me llevaban mis padres o los de mis amigas. ?bamos a los patitos, que eran unos mu?ecos de goma que deb¨ªan pescarse y, en funci¨®n de los que se obten¨ªan, te daban un regalo. Creo que era as¨ª, me acuerdo poco. Las atracciones en esta etapa ten¨ªan poca gracia, puesto que m¨¢s all¨¢ de los tiovivos y el tren de la bruja, no contaba con demasiado margen.
A medida que fui cumpliendo a?os, la cosa empez¨® a ponerse interesante. Quienes ¨¦ramos j¨®venes, entonces, empezamos a pelar la pava en torno a los coches de choque, mientras sonaban Camela, las cantaditas o el m¨¢s terrible de los bakalaos (ahora lo llamar¨ªan techno, creo). Yo, rara vez, me mont¨¦ en alguno porque siempre he sido mala conduciendo y acababa confinada en alg¨²n rinc¨®n, recibiendo golpes del resto. Otro gran hit era la olla, un redondel con asientos alrededor que te zarandeaba hasta tirarte a una pista en el centro, mientras, un se?or comentaba con micr¨®fono la jugada. Creo que, en la actualidad, no me har¨ªa tanta gracia. Pero sin duda, el que m¨¢s me gustaba era el Hulk. Hab¨ªa un tipo que hac¨ªa la ronda para pedirnos las fichas de pl¨¢stico que hab¨ªamos comprado y luego se las met¨ªa en la ri?onera. En cuanto conclu¨ªa, comenzaba lo bueno. Aquel artilugio, en cuesti¨®n de segundos, consegu¨ªa menearme el est¨®mago de los pies hasta la cabeza. En aquella ¨¦poca, eso eran, para m¨ª, las emociones fuertes.
Y emoci¨®n me provocaba, tambi¨¦n, caminar desde mi barrio, intuir las luces al fondo y escuchar el barullo que generaba la m¨²sica del recinto ferial, seg¨²n me iba acercando. Confieso que todav¨ªa me pasa. Con algo m¨¢s de edad, dejaron de impresionarme las atracciones y empec¨¦ a disfrutar de los conciertos. En fiestas, puedes ver a artistas a los que jam¨¢s has escuchado, que no te hacen demasiada gracia, que te fascinan o a los que nunca te habr¨ªas planteado ver en directo. Da igual, es gratis.
Lo de los chiringuitos tambi¨¦n tiene su aquel. Es una manera maravillosa de reencontrarse con los ex compa?eros de la escuela o de la actividad extraescolar de turno. Supone seguirse la pista, aunque sea de lejos, pese a que solo levantemos la ceja a modo de saludo al vernos, implica saber que continuamos donde siempre y que estamos bien. Eso es importante y delicioso si lo hacemos con una patata asada o con alguna de las raciones que preparan ah¨ª y que, a ciertas horas, sientan divinamente. ?Salud!
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