La Diada de unos cuantos
A partir de 2012, la Diada se convierte en un acto de comuni¨®n con el Govern y en un pulso ciudadano a las instituciones del Estado, aunque tambi¨¦n a las de la propia Generalitat
En los a?os previos a la aprobaci¨®n de la Constituci¨®n de 1978, el 11 de septiembre en Catalu?a se convirti¨® en una jornada de unidad catalanista y democr¨¢tica contra el franquismo. Ese esp¨ªritu llev¨® a que, ya como comunidad aut¨®noma, fuera declarado por el Parlament como Diada Nacional de Catalunya. Desde entonces, durante el 11 de septiembre se celebraban por la ma?ana actos institucionales donde todo el catalanismo ten¨ªa cabida; y por la tarde, manifestaciones independentistas. En 2012, se produce, sin embargo, la mutaci¨®n de la manifestaci¨®n de la tarde en un acto de comuni¨®n con el Govern de la Generalitat, liderado por Artur Mas, erigido en el l¨ªder del independentismo (todav¨ªa impl¨ªcito), frente a Esquerra. Aunque ahora parezca centenaria, tambi¨¦n es de aquella ¨¦poca la ANC, un movimiento de la mal llamada sociedad civil, con un objetivo muy concreto: movilizar a la ciudadan¨ªa en favor de la independencia.
Desde entonces, la Diada se convierte en un pulso ciudadano, de la mano de las instituciones de la Generalitat, a las instituciones del Estado, aunque tambi¨¦n a las de la propia Generalitat, con quien mantienen una relaci¨®n ambivalente: el activismo civil quiere las urnas s¨ª o s¨ª, aunque no sea posible en el marco constitucional, aunque suponga deso¨ªr a la mitad de catalanes y aunque suponga hacer saltar el equilibrio convivencial mantenido durante 30 a?os. El 11-S tiende a ser una reuni¨®n de los independentistas unilateralistas, que nos perciben a los dem¨¢s como molesto atrezo sin suficiente pedigr¨ª nacional.
Hace unas semanas, hablaba de c¨®mo el independentismo pol¨ªtico se divide entre pragm¨¢ticos y activistas. Los pragm¨¢ticos son conscientes de que la v¨ªa de la unilateralidad y la divisi¨®n de identidades no lleva a ning¨²n lado, y especialmente, no a la rep¨²blica catalana. Es necesario un cambio de rumbo urgente, cosa que, en cambio, los activistas niegan, lanzando discursos cada vez m¨¢s polarizantes, populistas y cercanos, si no lo son ya, a discursos propios de reg¨ªmenes autoritarios. Lean, si no, las nuevas propuestas de la ANC, las proclamas del president Torra o las definiciones de catalanidad de Puigdemont.
Esta polarizaci¨®n de los debates no solo es patrimonio del independentismo. Y no es solo una caracter¨ªstica del debate pol¨ªtico-institucional. El debate p¨²blico en los medios, y especialmente en redes sociales, est¨¢ adoptando criterios de comunicaci¨®n contrarios a favorecer una conversaci¨®n p¨²blico-ciudadana. O est¨¢s conmigo o est¨¢s contra m¨ª. Si no se comparte el mensaje encapsulado en 280 caracteres, se pasa r¨¢pidamente a formar parte del enemigo. El matiz, el gris, la duda incluso no son aceptados. Y es una l¨¢stima porque las redes pueden dejar de ser foros p¨²blicos y abiertos de intercambio para convertirse en rings de batallas entre hooligans. Ese fen¨®meno, en sociedades complejas como la nuestra, no lleva a nada bueno y no propicia el acuerdo ni la transacci¨®n.
Adem¨¢s, en Catalu?a, el discurso del independentismo se refuerza con una m¨ªstica para-y pre-democr¨¢tica, con tintes religiosos, que poco tiene que ver con una sociedad moderna integradora. La identidad pol¨ªtica catalana se construye, por ejemplo, en la reivindicaci¨®n de los 130 presidentes de la Generalitat previos a Quim Torra. No nos explican, sin embargo, qui¨¦nes, qu¨¦ y a qu¨¦ representaban aquellos pret¨¦ritos presidents. Lo cierto es que, por poco que se rasque, no hay atisbos de figuras parecidas a un presidente democr¨¢tico previos a la Segunda Rep¨²blica espa?ola. Como afirma el historiador Roger Molinas, es bajo este r¨¦gimen donde cabe situar la configuraci¨®n de la Generalitat como estructura institucional de autogobierno democr¨¢tica, y, por tanto, cuando puede hablarse de Presidencias de la Generalitat. Obviamente, los 131 presidents sirven para mostrar la existencia pol¨ªtico-nacional de Catalu?a desde hace diez siglos. Pero esa utilizaci¨®n legitimista de la historia presenta un grave problema: la continuidad institucional se da dentro del mismo r¨¦gimen o, como m¨ªnimo, parecido. Catalu?a no necesita releer su historia para legitimarse como entidad pol¨ªtica.
Las esencias no admiten amplitudes, solo lealtades inquebrantables. Hoy en d¨ªa, los sentimientos de pertenencia pueden ser m¨²ltiples porque hace mucho tiempo que dejamos de ser sociedades puras, homog¨¦neas. Pretender hacer mayoritaria una identidad ¨²nica tiene dif¨ªcil recorrido. Solo se suele conseguir cuando se hacen trampas democr¨¢ticas, y se hace un abuso populista de la naci¨®n y se exacerba el nacionalismo. Nuestra historia reciente hace poco aconsejable seguir este camino.
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