Es lo que parece
Aqu¨ª hay una mezcla de revoluciones pendientes y experiencias para descubrir. Hay motivos para el desconcierto y razones para la decepci¨®n. Pero nada de todo esto avala una barricada

Ya no es que el sentido com¨²n sea el menos com¨²n de los sentidos, que lo sigue siendo. Tampoco que la l¨®gica haya desplazado su centro de gravedad, que lo ha hecho. Es que observando lo mucho que pasa a nuestro alrededor parece como si la raz¨®n haya perdido su af¨¢n y la insensatez vaya ganando batallas.?
Si repasamos lo que acontece con m¨¢s templanza que pasi¨®n, pocas cosas resisten el an¨¢lisis pormenorizado que responda al orden natural que hab¨ªamos convenido. Pasamos de la admiraci¨®n a la condena en un abrir y cerrar de ojos. Y de la esperanza al desencanto a la velocidad de la luz. Por no decir del pacifismo a la violencia, que es de lo que tristemente nos estamos ocupando estos d¨ªas.
Nada justifica ojos perdidos, test¨ªculos mutilados, contusiones craneoencef¨¢licas ni v¨¦rtebras dislocadas
Gandhi, Martin Luther King o Nelson Mandela han quedado en el rinc¨®n del olvido. Ahora no toca. Ya se les cit¨® con fruici¨®n. Tanto se les exprimi¨® que sus sentencias deben parecerles arcaicas a quienes han optado por archivarlas. Ya no convienen porque lo que se lleva es mirar hacia Hong Kong, a donde se han enviado esteladas para que los chicos de negro puedan mostrar solidaridad con los catalanes alterados. Y hacer entender que los des¨®rdenes p¨²blicos se est¨¢n internacionalizando por momentos, como si todos fueran iguales, como si una suprema mano inteligente hubiera podido elegir los particulares caminos hacia el descontento universal. Y sin embargo, cualquier comparaci¨®n es exagerada.
Dicho esto, parece evidente que alg¨²n m¨ªnimo com¨²n denominador debe existir cuando en partes distintas y distantes del planeta surgen sublevaciones por unas razones que, vistas y seguidas desde la lejan¨ªa, parecen insuficientes. El precio del billete de metro en Santiago de Chile, por ejemplo. O el pago de las llamadas por WhatsApp en el L¨ªbano. Podr¨ªa entenderse la causa ecuatoriana porque el aumento del coste de la gasolina tiene consecuencias en todos los bolsillos. O las sospechas de fraude electoral en Bolivia, pa¨ªs convulso, por otra parte, cuya divisi¨®n hist¨®rica se representa en la doble capitalidad: La Paz, pol¨ªtica, y Santa Cruz, econ¨®mica. Pero aun as¨ª, ?qu¨¦ tienen que ver estos casos con el catal¨¢n? Tampoco los chalecos amarillos franceses, ni la crisis egipcia, salvo que algunos persigan la formaci¨®n de una internacional del cabreo.
Ninguna de aquellas protestas cuenta con su respectivo apoyo institucional. Al contrario. Han hecho caer gobiernos (L¨ªbano) u obligar a remodelarlos (Chile), cuando no a tenerlos sometidos y situarlos entre la espada ajena (China) y la pared propia (Hong Kong). En cambio, aqu¨ª tenemos un Ejecutivo con un president al frente que si no anima a la calle es porque est¨¢ en ella. Y cuestiona a su polic¨ªa como si no fuera ya una de aquellas estructuras de Estado para las que supuestamente el independentismo deb¨ªa trabajar desde las instituciones. Y hete aqu¨ª que defenderse de los ataques organizados con la legitimidad democr¨¢tica que otorga el sistema se ha convertido en pecado capital. ?Eso permite a las fuerzas de seguridad hacerlo de cualquier manera? En absoluto. Es una obligaci¨®n revisar aquellas actuaciones que se consideren abusivas. Como est¨¢n haciendo los Mossos y deber¨ªa hacer tambi¨¦n la Polic¨ªa Nacional. Y tomar las decisiones correspondientes y abrir los expedientes imprescindibles pero sin olvidar que nadie est¨¢ en posesi¨®n de la verdad absoluta. Ni tan siquiera esos chicos y chicas a los que sus madres y abuelas tutelan exigiendo que no se les toque y sus profesores protegen con sus tolerantes evaluaciones. Definitivamente, no quieren que maduren.
Tenemos un Govern con un presidente al frente que si no anima la calle es porque ya est¨¢
Muchachos y muchachas a quienes nadie parece haber instruido en la necesidad de llevar la cara descubierta si quieren ser coherentes con lo que exigen y no ser confundidos con aquellos a los que la polic¨ªa tradicionalmente castiga. Lo hemos visto tambi¨¦n en la universidad. Una minor¨ªa encapuchada impidiendo el derecho a estudiar de la mayor¨ªa y actuando como si de aprendices de comandos se tratara. No es extra?o que el rector de la Pompeu Fabra se sintiera desarmado ante los intransigentes que bloquearon el centro y a los que achac¨® no haber pensado en lo que hac¨ªan.
Hay aqu¨ª una mezcla de revoluciones pendientes y experiencias por descubrir. Hay motivos para el desconcierto y razones para la decepci¨®n. Pero nada de esto avala una barricada, una intimidaci¨®n ni una batalla campal. Nada justifica ojos perdidos, test¨ªculos mutilados, contusiones craneoencef¨¢licas ni v¨¦rtebras dislocadas. Y mucho menos una resistencia a la condena de la violencia, o una versi¨®n matizada, o esa mirada hacia el otro lado que tanto nos gusta practicar cuando es el adversario el que recibe y tanto insistimos en atacar cuando es nuestra la v¨ªctima.
Cuando esto pasa, cuando necesitamos de una maldita adversativa para avalar nuestra incongruencia y matizarnos, entonces s¨ª que hay que volver a Gandhi. Al Mahatma que dijo: ojo por ojo y todo el mundo ciego.
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