El brillo de unos ojos
Estopa desarbola el Sant Jordi en una noche de fiesta en el barrio
Hay artista estirados, lejanos, antip¨¢ticos y orgullosos, artistas que bien por muy feos o por demasiado guapos algunos querr¨ªan ver estampados, su fama y fortuna dilapidadas, sus canciones ca¨ªdas en el olvido, sus discos cubiertos por el polvo y sus figuras arruinadas por el paso del tiempo y los hidratos de carbono. Tambi¨¦n los hay que generan indiferencia, como si no existiesen excepto para los suyos, un pu?ado m¨¢s de arena en la playa para los dem¨¢s. No es el caso de Estopa, que quiz¨¢s no son unos artistas sublimes, originales o rompedores de esos de quienes en los documentales alguien afirman ¡°hubo un antes y un despu¨¦s de escucharlos¡±, pero nadie les desea mal y a casi nadie caen mal. Son m¨¢s transparentes que un vestido de organza, son los vecinos, el primo a quien sonri¨® la fortuna y un buen d¨ªa se hizo famoso y hasta rico. Y as¨ª llevan 20 a?os.
Veinte a?os que parecieron no haber transcurrido, pues los primeros acordes de Tu calorro?desataron un griter¨ªo en el Sant Jordi propio de una primera vez, de cuando el grupo est¨¢ en plena ascensi¨®n, tocado por la moda. Ocurri¨® lo mismo con las finales Cacho a cacho o Como Camar¨®n?o tras la segunda pieza, Vino tinto, cuando David habl¨® para mostrar su pasmo y agradecimiento ante un hecho que se repite cada vez que presentan un disco. No hay ¨®xido en su fuselaje, no hay aburrimiento en su p¨²blico, no hay cansancio, solo alegr¨ªa, entrega y empat¨ªa por esa pareja de tipos tan corrientes que s¨ª, tienen m¨¢s dinero que nunca, pero no lo ostentan como nuevos ricos e incluso son de esos cuya fortuna hace pensar que en el mundo a¨²n queda un poco de justicia. Son de lo que casi no hay.
Porque a¨²n son tan parecidos e ingobernables como cuando eran unos pardillos en un mundo desconocido. Tan es as¨ª que en el Sant Jordi rompieron los protocolos, y pese a que en el guion estaban previstas cinco alocuciones, los hermanos Mu?oz no pararon de hablar con ese regusto de taberna con callos y carne adobada que hay en sus comentarios, el mismo que en sus canciones, en las que, dijo David entre risas ¡°ahora no hay porros¡±. Y se volvieron a saltar las previsiones en el tramo ac¨²stico de los bises abordando una versi¨®n improvisada del Me¡¯n vaig a peu de su admirado Serrat, en ese catal¨¢n h¨ªbrido hijo de la inmigraci¨®n que gastan. Antes, en un concierto de m¨¢s de dos horas, cayeron gran parte de sus ¨¦xitos rumberos y de las canciones de su nuevo disco, ocho de doce, cuya interpretaci¨®n no supuso ning¨²n bajonazo, aceptadas ya por el p¨²blico.
Y la clave de todo ello se hizo visible en los ojos de David, brillando m¨¢s que los focos del escenario, ojos de felicidad y entrega, ojos viendo su milagrito hecho una vez m¨¢s realidad. Como para seguir pellizc¨¢ndose hasta el fin de los d¨ªas. Esos ojos como teas, esa mirada de barrio que a ¨¦l se debe y a ¨¦l le ata es la garant¨ªa de que hay Estopa para rato. Mientras el nexo con la que fue su realidad no se diluya, Estopa tendr¨¢ gasolina porque su p¨²blico les seguir¨¢ viendo como iguales. No importa que su m¨²sica no sea original, que ellos no sean prodigios y que el grueso de sus composiciones no destaquen por una musicalidad rese?able, ya que cumplen con el requisito esencial, son himnos de quienes pelean su cotidianidad a contrapelo. Son Estopa, una realidad tozuda, unos ojos brillando con igual intensidad veinte a?os despu¨¦s del estampido.
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