El m¨®vil diab¨®lico
Al 'heredar' un tel¨¦fono me he visto sabiendo a la fuerza de aspectos del antiguo propietario. Pod¨ªa espiarle. O, ya puestos, vivir con su vida
Le he arrancado el coraz¨®n, pero sigue vivo. Es inquietante. Como estudi¨¦ en un colegio de monjas, s¨¦ que Dios ya nos ha predestinado tanto las plagas particulares como los beneficios de cada hombre y a cada uno, a su propio tiempo, ordena que esos males le visiten. Y a m¨ª me ha tocado, ahora, enfrentarme al mal en forma de m¨®vil. Sin duda, lo tengo pose¨ªdo. El diablo est¨¢ en las entra?as de esta bestia electr¨®nica m¨ªa, al menos desde que se manifest¨® hace unos dos meses: sin previo aviso, aunque la bater¨ªa hac¨ªa ya un tiempo que sesteaba en el 50% de su capacidad por m¨¢s que se pasara la noche enchufado, se qued¨® en negro, ninguna tecla respond¨ªa. As¨ª, de golpe. Sin m¨¢s. Kaputt. La obsolescencia programada lo dej¨®, a sus apenas cinco a?itos, bien muerto. Y sin posibilidad de rescatar nada.
Por miserias que no vienen al caso (pero que responden a la misma filosof¨ªa por la que, hace unos d¨ªas, en la autopista un indicador me obligaba a ir a 90 kil¨®metros por hora por ¡°episodio de contaminaci¨®n fuerte¡±, apenas 500 metros antes de la petroqu¨ªmica de Tarragona, donde una chimenea inmensa ard¨ªa impasible y voraz en la noche en un fotograma escapado de Blade Runner), no he obtenido de la empresa un m¨®vil nuevo de recambio y me he quedado, como el m¨ªsero sabio versificado por Calder¨®n de la Barca, con el aparato que un compa?ero m¨¢s afortunado (y de mayor rango laboral) arroj¨® hace poco.
El diablo habla a trav¨¦s de sus or¨¢culos, me ense?aron tambi¨¦n las monjas ¡ªque de n¨²meros, letras y ciencias, pocos, pero miedos y temores y rezos me los inculcaron todos¡ª, y as¨ª el m¨®vil adoptado empez¨® con rebeld¨ªas extra?as. Un aviso. En principio, estaba l¨ªmpido, todo su contenido se hab¨ªa borrado, pero a las primeras aparecieron de nuevo en alg¨²n pliegue rec¨®ndito de a saber qu¨¦ carpeta m¨¢s de 950 im¨¢genes de su antiguo propietario; eran mayormente castas, si bien asomaban entre ellas el DNI de su esposa, algunas fotos familiares, colegas en actitud festiva y poses ante parajes o carteles. Selfief¨®bico que es uno y pudoroso hasta la estrechez (monjil), presto las borr¨¦. Pero, no s¨¦ tecnol¨®gicamente por qu¨¦, no he podido hacerlo con la imagen del salvapantallas, una acuarela de R¨ªo de Janeiro de la esposa del antiguo propietario. En fin, gustos art¨ªsticos aparte, resignaci¨®n.
Me queda el escalofr¨ªo de si, cuando cambiamos de m¨®vil, en verdad fuimos borrados de nuestros viejos aparatos o a saber en qu¨¦ vertedero o rinc¨®n del mundo seguimos en ellos o a qu¨¦ manos hemos ido a parar
Mucho m¨¢s duro est¨¢n siendo los sobresaltos sobre las tres de la madrugada por las alertas con los trascendentales resultados del Milwaukee o de los Mavericks en la NBA, que tampoco he sabido desactivar; o las noticias de ¨²ltima hora de tres diarios deportivos y de informaci¨®n general; o los avisos de que nombres rocambolescos han colgado nuevas fotos en sus Instagram. Y eso le ocurre a un tecnof¨®bico cognitivo, por no decir ansioso, y claro portador del IFS (s¨ªndrome de fatiga informativa, en ingl¨¦s). Y tambi¨¦n a quien por evitar v¨ªnculos afectivos (nunca son correspondidos: la oficina es el peor campo del homo homini lupus plautoniano), hasta he renunciado a las cenas navide?as con los colegas del trabajo (reminiscencia freudiana de mis tiempos en Diari de Barcelona, cuando cada encuentro era porque desped¨ªamos a uno v¨ªctima de la s¨¢dica reducci¨®n de personal, porque hu¨ªan a otros medios o porque, sabios, dejaban el oficio). Y ahora, por un m¨®vil, me ve¨ªa sabiendo a la fuerza de la vida de otro. S¨ª, de alguna manera, pod¨ªa reconstruirle, espiarle, incluso. O, ya puestos, fantasear con la tentaci¨®n de vivir con su vida, si tan a disgusto estaba con la m¨ªa.
Pero todo fue a peor hace apenas una semana. De pronto, mi viejo m¨®vil resucit¨®; en el arrebato de desesperaci¨®n tras apretar todas las teclas mil veces, enchufarlo y desconectarlo compulsivamente y hasta golpearlo, debi¨® quedarse conectado a la red el¨¦ctrica y as¨ª lo deb¨ª abandonar d¨ªas enteros. El trasto se hizo zombie porque algunas teclas segu¨ªan sin responder, pero la bater¨ªa se hab¨ªa cargado al 100% como hac¨ªa un a?o que no ocurr¨ªa. Y los correos electr¨®nicos estaban actualizados al segundo. Lo ¨²nico inviable era, claro, consultar los whatsapp y hacer llamadas, porque al aparato ya le hab¨ªa arrancado su coraz¨®n, el chip.
?qui¨¦n posee a qui¨¦n? ?Yo al artilugio o ¨¦l a m¨ª? Pens¨¦ que debiera pregunt¨¢rselo al provecto cardenal alban¨¦s Ernst Simoni, que al parecer hace cada d¨ªa entre cuatro y cinco exorcismos por el m¨®vil; pero, ?a qui¨¦n exorciza: al trasto o a m¨ª??
No sin cierta angustia se me ocurri¨® ir a la galer¨ªa de im¨¢genes y, luego, a las notas. Como se hab¨ªa quedado totalmente bloqueado, en su momento no hab¨ªa podido rescatar nada. O sea, que ah¨ª estaba mi vida hasta donde se par¨® aquel mediod¨ªa en que el m¨®vil dej¨® de funcionar: mis hijos soplando las velas de sus aniversarios con mi suegra el s¨¢bado anterior; reproducciones de art¨ªculos; portadas de libros; tallas de mis camisas, zapatos y ropa interior seg¨²n marcas; el listado de las mejores pizzer¨ªas de Barcelona; obras de mis compositores barrocos preferidos; vinos seg¨²n calidad-precio por supermercados; el n¨²mero de los vol¨²menes de las obras completas de Josep Pla que ya poseo y, como salvapantallas, un querub¨ªn, fragmento de un mosaico medio derruido de una antigua mas¨ªa abandonada en el Priorat; lo mir¨¦ fijo unos instantes: seg¨²n c¨®mo, pens¨¦ tras mi experiencia con el otro aparato, una mente enferma podr¨ªa leerlo de manera ignominiosa¡ Porque ?qu¨¦ dice de uno su m¨®vil? Trasteando por sus entra?as, incluso hasta podemos ser unos extra?os ante nosotros mismos.
Me queda, adem¨¢s, el escalofr¨ªo de si, cuando cambiamos de m¨®vil, en verdad fuimos borrados de nuestros viejos aparatos o a saber en qu¨¦ vertedero o rinc¨®n del mundo seguimos en ellos o a qu¨¦ manos hemos ido a parar. Y luego, ?qui¨¦n posee a qui¨¦n? ?Yo al artilugio o ¨¦l a m¨ª? Pens¨¦ que debiera pregunt¨¢rselo al provecto cardenal alban¨¦s Ernest Simoni, que al parecer hace cada d¨ªa entre cuatro y cinco exorcismos por el m¨®vil (no especifica c¨®mo y si para ello usa el palo telef¨¦rico para las selfis). La verdad es que tampoco sabr¨ªa aclararle si el demonio a expulsar ser¨ªa del aparato o de mi interior. O si, en el fondo, es lo mismo.
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