Fiestas de fuego y carne
Los canales emocionales de la fiesta compartida sobrepasan ahora los sentimientos originarios y m¨¦todos convencionales, l¨®gicos
El calendario que entra con el invierno muda, cambia y adec¨²a la piel geogr¨¢fica y humana, los sonidos, olores, sabores y colores del pa¨ªs y del paisanaje. El aire y la niebla baja huelen a noche quemada, ahumada, a carne y grasa asadas al fuego desatado de la fogata com¨²n: sobrasada/longaniza, tocino, lomo, botifarron. Fiesta, fr¨ªo y gesto de congregaci¨®n; comida, fuego y gente; muchos demonios/diablos, muchos, y algunos cantos viejos con el ronco sonar macho de la zambomba.
La excusa del gran acontecimiento nace de los tiempos de los antiguos pero el guion y el maquillaje son nuevos, referencias a santos barbudos y al ganado, ¨¦pocas de miedos, pestes y p¨¢nico ante al fr¨ªo. Pero las costumbres reviven y se reinventan en fiestas de calle, con bullicio generalmente. Los actos de enero acontecen injertados y multiplicados en multitud. Es una tradici¨®n de fecha reciente, una interpretaci¨®n universal de las costumbres de una sociedad cerrada.
El ¨¦xito creciente parece imantado en la competencia entre pueblos vecinos, y son ceremonias con gent¨ªos, de un lejano motivo religioso, sucesos amparados en las parroquias pero consagrados por la divulgaci¨®n televisiva. La ventana y el espejo de IB3 tienen que algo que ver: la globalizaci¨®n isle?a pasa por el foco campesino real de Sa Pobla y gira por Manacor, Muro, Art¨¤, Ses Salines, Algaida... El pino de Pollen?a y los tres tocs de Ciutadella son rituales aparte. Palma, la gran mezcolanza.
Es una gran contradicci¨®n contempor¨¢nea. Esta explosi¨®n comunal folcl¨®rica de campesinos, de cultura popular por ser masiva, sucede en pleno proceso de devastaci¨®n, la extinci¨®n progresiva e inexorable del tiempo de ayer, aquel dominio tranquilo y secular ligado al sistema rural, el circuito campesino de la dura vida y la micropropiedad y las cosechas.
En los calendarios rurales, pron¨®sticos para nativos temerosos, se citan rituales at¨¢vicos campesinos que no siempre cuadran con la ret¨®rica y los libros sagrados. El d¨ªa 1 de enero, por fin de a?o, tambi¨¦n la Virgen de Bonany y San Salvador, los campesinos hablaban a los ¨¢rboles para que agradecidos diesen m¨¢s y mejores frutos.
Algunos protocolos de curaci¨®n eran orales y se heredaban en secreto, como quien recib¨ªa el poder de quitar pecas o verrugas, o ten¨ªan dotes para calmar quemaduras o picaduras porque nac¨ªa el d¨ªa de su santo. Los ciclos de la luna rigen la poda y la siembra.
La iglesia re¨²ne oficios se?alados con unciones de ¨®leo en el cuello, ceniza por la frente, y bendiciones para y por todas las partes del cuerpo; y entrega micropanecillos sagrados contra los rayos. Tradiciones y conjuros.
Los ¨²ltimos protagonistas de esta historia que naci¨® casi hace un milenio miran y asan entre la masa joven sus pen¨²ltimos botifarrons, con la espalda inclinada pero dignos, manos huesudas y ojitos peque?os. Viven este renacimiento de esa indefinida identidad mezclados con los urbanos. Se calientan y comen all¨¢ donde queman troncos de sus ¨¢rboles que mueren de pie (almendros olvidados, enfermos). La cremaci¨®n del fracaso, un fogata, un funeral festivo.
Esos acontecimientos ¡ªfogatas, comer, bailes y cantos populares, municipales, corales, del mes de enero¡ª parecen una completa celebraci¨®n, un r¨¦quiem avanzado, prolongado. Renace un relato social de fuego y carne, con dominante de eco religioso, lit¨²rgico, pero donde los diablos son inmensa mayor¨ªa.
A mitad del camino, directa a la mudanza final, entre los argumentos de las fiestas espor¨¢dicas que retoman, se intuye, se evidencia, una lenta sustituci¨®n social de protagonistas y sus voces, por sectores vecinales; no solo es el declive agr¨ªcola y en los pueblos. El canto viejo de una lengua antigua se expresa con mayor¨ªa juvenil y anciana en los pueblos ¡ªcon un 15% de migraci¨®n internacional¡ª, pero en las capitales y en los n¨²cleos de perfiles tur¨ªsticos, el uso de la lengua que era propia ha reculado hacia la minor¨ªa.
Los canales emocionales de fiesta compartida sobrepasan ahora ¡ªy siempre¡ª los sentimientos originarios y m¨¦todos convencionales, l¨®gicos. Son casi un enga?o en el reino del sentidos. Asar carne en las brasas o llamas de una hoguera comunal, en parrillas improvisadas, acaba con el bocado carbonizado, quemado, chamuscado por fuera.
La boca, la lengua, el paladar y los m¨¦dicos deber¨ªan rebelarse por el peligro asumido. La fiesta del fuego y las torrades no es un acto gastron¨®mico ni gastros¨®fico, o gastrol¨¢trico, seg¨²n los cl¨¢sicos premodernos. Es una manifestaci¨®n contradictoria, entre ecos neotribales y una reuni¨®n vac¨ªa de indumentaria social.
Esos fuegos urbanos controlados, con bulla de demonios y el ronco eco de las zambombas suscita, escasamente, el bello gemido de las voces met¨¢licas casi africanas de los cantaores viejos y noveles, donde sa Pobla mana. Es de lo m¨¢s bello y raro, la ventana abierta a la caverna. Hierve la juventud y los mayores entre el fr¨ªo y el fuego de aquellas tradiciones micropopulares ahora agigantadas, repetidas, copiadas. Quiz¨¢s ser¨¢n, al final, neofiestas de juerga, alegr¨ªa y gritos, trazos de folklore y gastronom¨ªa m¨ªnimos. Nuevas comunidades.
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