De la falta de reconocimiento a la falta de respeto
Con el fracaso de la v¨ªa unilateral emprendida por el soberanismo, Catalu?a ha perdido mucho m¨¢s que una batalla pol¨ªtica. Ha da?ado la autoestima colectiva y la capacidad de hacerse respetar
Esta semana se ha consumado un fin de ciclo: el final de la escapada del independentismo por la v¨ªa unilateral. La comparecencia del Presidente Torra certificando la ruptura entre los dos socios de Gobierno abre un nuevo tiempo pol¨ªtico. De c¨®mo evolucionen las cosas depender¨¢ que Catalu?a se precipite a¨²n m¨¢s por la sima de la degradaci¨®n pol¨ªtica e institucional, o inicie una etapa de recuperaci¨®n que devuelva a la sociedad catalana la cohesi¨®n y la autoestima perdida. Porque lo que hace diez a?os empez¨® siendo un problema de reconocimiento, en el sentido acu?ado por el fil¨®sofo Axel Honneth, ha pasado a ser un problema de respeto. En el fracaso de la v¨ªa unilateral emprendida por el soberanismo, Catalu?a ha perdido mucho m¨¢s que una batalla pol¨ªtica. Ha perdido capacidad de generar empat¨ªa e imponer respeto.
Si la autoestima se construye, como explica Dorothy Corkille en El ni?o feliz, un cl¨¢sico de la psicolog¨ªa infantil, a partir del reflejo que devuelve la mirada de los dem¨¢s, la imagen que Catalu?a recibe de la mirada exterior no es precisamente buena. La gesti¨®n que el independentismo ha hecho del conflicto, lejos de lograr el reconocimiento que le era negado, ha malbaratado el capital pol¨ªtico conseguido por el catalanismo. Con el acta de eurodiputado Carles Puigdemont ha ganado una batalla legal, pero la guerra est¨¢ perdida. Todo el mundo sabe que es una victoria ef¨ªmera y es muy significativo que el grupo de Los Verdes lo haya rechazado porque no cree que tenga voluntad de di¨¢logo.
Lo vivido desde octubre de 2017, con la proclamaci¨®n solemne de una rep¨²blica ficticia, es la cr¨®nica de una degradaci¨®n anunciada. Junts per Catalunya act¨²a como un partido antisistema y el pat¨¦tico espect¨¢culo de esta semana abochorna a buena parte de las ¨¦lites culturales y acad¨¦micas, incluidas las que apoyaron la independencia. El ¨²ltimo CEO certifica que el 61,6% de catalanes opina que este gobierno ¡°no sabe c¨®mo resolver los problemas del pa¨ªs¡±. Solo un 1,6% cree que los est¨¢ resolviendo.
Lejos quedan los tiempos en que se suced¨ªan iniciativas y experiencias piloto que atra¨ªan el inter¨¦s de expertos de todas partes. Las primeras d¨¦cadas del autogobierno estuvieron marcadas por la voluntad del catalanismo pol¨ªtico de afirmarse en la excelencia y la innovaci¨®n. El reflejo que le devolv¨ªa la mirada de los dem¨¢s propiciaba un sentimiento colectivo de autoestima que daba sentido al pacto constitucional. El desarrollo del Estado de las Autonom¨ªas como artefacto federalizante era el marco aceptado. El independentismo apenas era una an¨¦cdota, incluso despu¨¦s de que el ¡°caf¨¦ para todos¡± tratara de diluir la singularidad de las nacionalidades hist¨®ricas.
Todo cambi¨® cuando el PP de Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar lleg¨® a la Moncloa con una agenda oculta de recentralizaci¨®n que romp¨ªa el modelo, lo que, en un mundo crecientemente globalizado, fue percibido en Catalu?a no solo como una amenaza para el autogobierno, sino tambi¨¦n para la identidad colectiva. La respuesta fue una reforma del Estatut que amarrara el pacto y permitiera mayor capacidad de decisi¨®n sobre el propio destino. El rechazo de esa v¨ªa en la sentencia del Tribunal Constitucional fue interiorizado por gran parte de la sociedad catalana como una afrenta. ?C¨®mo era posible que un aparato jur¨ªdico-pol¨ªtico ama?ado con malas artes por el PP se permitiera ignorar las razones de quienes se consideraban con derecho a ser escuchados?
En los conflictos por falta de reconocimiento siempre hay un sentimiento de humillaci¨®n. Ese combustible llev¨® al independentismo a la mayor¨ªa absoluta en pocos a?os. Sus dirigentes creyeron entonces que con esa fuerza podr¨ªan doblegar a un gobierno espa?ol que se negaba a negociar. Pero no supieron gestionar el conflicto y acabaron dej¨¢ndose arrastrar a una espiral unilateral condenada al fracaso. Una parte del soberanismo todav¨ªa no lo ha asimilado. Y mientras sus dirigentes se lamen las heridas, los adversarios hist¨®ricos del catalanismo andan envalentonados. La presidenta de Madrid amaga con llevarse el Mobile Congress y el de Andaluc¨ªa anuncia que abrir¨¢ una embajada en Barcelona para proteger a los 800.000 andaluces que viven en Catalu?a y aprovechar la inestabilidad pol¨ªtica para captar inversiones, mientras Pablo Casado exige aplicar el 155 si Quim Torra no deja la Presidencia de la Generalitat.
Catalu?a tiene un presidente inhabilitado por negarse a retirar una pancarta que acab¨® retirando. Un gesto in¨²til, pero al ser despojado del acta de diputado pretend¨ªa arrastrar al Parlamento al abismo de desobediencia al que se hab¨ªa precipitado en un acto tan simb¨®lico como in¨²til. Si alguien hubiera predicho un escenario como este cuando el autogobierno ech¨® a andar, hubi¨¦ramos dicho que estaba loco. Costar¨¢ mucho restaurar la imagen de Catalu?a y recobrar la autoestima perdida.
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