Ya no est¨¢n
Echo de menos los negocios que murieron y mi infancia, por eso siento pena y algo de rabia
Camino siempre que puedo por mi barrio y me encuentro un mont¨®n de locales que he visto desde bien peque?a cerrados. Hay tramos en los que hay varios seguidos con el cierre echado. Me da hasta rabia leer los carteles de se alquila o se vende. En realidad, es l¨¢stima porque me consta que son los luminosos de ne¨®n que advierten de que hay una ¨¦poca que termina.
Se acabaron los nombres propios, los de las tenderas, los nuestros, el granel (aunque ahora hay sitios modernos que lo est¨¢n recuperando) y las historias compartidas.
Me lleno de morri?a puesto que soy consciente de que aunque podr¨ªan venir negocios diferentes, pr¨®speros y bonitos, seguro, ya nada ser¨¢ lo mismo. El momento tampoco lo es, la gente compra en supermercados hasta los domingos por la tarde, con prisa y sin interactuar con nadie. Los rostros se cruzan sin mirarse.
Me apena debido a que parece que, ya s¨ª que s¨ª, se acab¨® el tiempo de lo cercano, de las tardes sin deberes que se estiran y de las conversaciones en las tiendas de siempre con gente conocida.
Me duele toparme con espacios vac¨ªos y yermos donde antes hab¨ªa prados y vida.
Me provoca ternura y nostalgia llamar a un sitio en el que he estado en infinidad de ocasiones, da igual que en la actualidad sea algo completamente diferente, de la manera en la que lo he hecho siempre. A veces, incluso por el nombre del due?o que lo precedi¨®. En mi vecindario, da igual que ahora sea una florister¨ªa, que el propietario anterior se jubilara hace m¨¢s de una d¨¦cada y que entre medias haya habido otro negocio, quienes tenemos una edad siempre diremos, cuando estemos indicando algo que quede cerca, que lo que sea est¨¢ ¡°por donde Goyo¡±, casi como un ejercicio de resistencia.
Conocimos a Goyo y a tres de sus hijos que tambi¨¦n trabajaban en la tienda. Le echamos de menos a partir del d¨ªa en el que se jubil¨® y se qued¨® F¨¦lix, el mayor, ocupando su puesto. Luego cerr¨®. Podr¨ªa decirse que era una tienda de ultramarinos, y, aunque cerrara a la hora de la comida y la siesta, dado que eso antes se respetaba, era de los que estiraba un pel¨ªn. Si le dec¨ªas a tu madre que te ibas a hacer recados con amigas y te enrollabas m¨¢s de la cuenta sin cumplir tu cometido, con el coraz¨®n en un pu?o porque ya cre¨ªas que te ibas a quedar sin la pistola de pan y te iban a rega?ar, ibas y ah¨ª, cual salvador, te lo encontrabas con la puerta entornada. Te pod¨ªa vender un kilo de tomates frescos, una caja de galletas, chucher¨ªas o tampones. No obstante, independientemente de su mercanc¨ªa, lo que no olvidamos es su atenci¨®n cercana, que se interesara por c¨®mo est¨¢bamos, que preguntara por la vecina que siempre nos acompa?aba y ese d¨ªa no estaba, que supiera lo que nos gustaba y que pudi¨¦ramos decirle ¡°luego te lo paga mi madre¡±. Yo ni sab¨ªa si tomaba notas mentales o lo apuntaba en alguna libreta pero las cuentas se saldaban y la armon¨ªa continuaba.
Echo de menos los negocios que murieron y mi infancia, por eso siento pena y algo de rabia.
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