Juntas
Las vecinas, que siempre han estado al otro lado del descansillo de la escalera y de la vida, se vuelven m¨¢s vecinas y aportan consuelo, calor conocido
En mi juventud hab¨ªa dos tipos de madre en relaci¨®n al tema de tener pareja: estaban las que te dec¨ªan que te quedaban muchos a?os por delante y que era mejor que pasaras tiempo con tus amigas y aquellas que entend¨ªan que el amor rom¨¢ntico deb¨ªa situarse en el centro de tu actividad.
Recuerdo, incluso, que cuando alguien de mi grupo se echaba un ¡°amiguito¡±, como dec¨ªan los mayores, y pasaba ¡°demasiado¡± tiempo con ¨¦l, sol¨ªa caerle una bronca del resto. Pon¨ªamos de relieve, no sin cierta indignaci¨®n, lo importante que ¨¦ramos, puesto que la conoc¨ªamos mucho antes que aquel advenedizo. No obstante, si la relaci¨®n terminaba, la recibir¨ªamos en el mismo banco del parque y sin rencor.
Buena parte de las madres que, en esa ¨¦poca, daban consejos de un signo, del contrario o a mitad de camino entre ambos, rondan ya los setenta y, por desgracia, algunas se han quedado viudas. Muchas de esas mujeres carecen de un c¨ªrculo s¨®lido de gente con las que entrar, salir o estar, debido a que renunciaron a su vida personal para centrarse ¨²nicamente en cuidar a sus familias. Ahora, con bastante m¨¢s edad que las chiquillas que fuimos y a quienes aconsejaban, lamentan la p¨¦rdida y tratan de recomponerse. Algunas empiezan de cero, con la timidez, el miedo y la angustia que supone tener delante una hoja en blanco, pese a haber escrito muchas p¨¢ginas con trazo recto y firme a lo largo de su existencia. Les toca caminar sin sus compa?eros y la mayor¨ªa lo hace, dado que lo hace, pero con dolor y con nostalgia. Es entonces cuando las vecinas, que siempre han estado al otro lado del descansillo de la escalera y de la vida, se vuelven m¨¢s vecinas y aportan consuelo, calor conocido, alivio contra la soledad pertinaz y pasan a llamarse amigas.
Como en todo, la recuperaci¨®n o el acostumbramiento tienen sus fases. Primero va el recogimiento, el no querer ver a nadie; un poco m¨¢s tarde, comienzan a recibir visitas cortas en casa, manteniendo conversaciones que son lamentos largos y luego, poco a poco, abandonan el hogar y se dejan llevar por una calle que al principio, pese a haberla transitado siempre, les baila, como si fuera un zapato que les quedara grande. Pero no est¨¢n solas, van en cuadrillas y as¨ª rellenan los huecos y se insuflan ¨¢nimo cuando los d¨ªas vienen grises aunque brille el sol bien alto.
Las mujeres de ayer viven, est¨¢n y son tambi¨¦n hoy. Las hay que son muy activas, y se apuntan a clases en la Universidad Popular, ya que, en su momento, no pudieron estudiar tanto como les hubiera gustado. Tambi¨¦n es com¨²n que funden o se unan a clubes de lectura, con el fin de devorar las obras a las que no prestaron atenci¨®n por estar metidas en mil fregaos propios y, sobre todo, ajenos. Luego est¨¢n los cursos de inform¨¢tica, ¨²tiles para ponerse al d¨ªa, subir fotos y tener a mano informaci¨®n sobre la familia. La hora de gimnasia, en el parque o a cubierto, tampoco suele faltar. En el sitio al que va mi madre, les ponen el ¡°D¨²o Din¨¢mico¡± y recuerdan mientras se mueven y se mueven recordando¡ juntas y en el barrio.
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