A pie
Por aquel entonces, a diferencia de buena parte de la gente que conozco en Madrid centro, no recuerdo a casi nadie que fuera en coche o en metro a clase
Mis padres escogieron el colegio en el que pas¨¦ toda la EGB porque estaba m¨¢s o menos cerca de mi antigua casa. Ese era uno de los criterios m¨¢s comunes de elecci¨®n. Por aquel entonces, a diferencia de buena parte de la gente que conozco en Madrid centro, no recuerdo a casi nadie que fuera en coche o en metro a clase ya que, precisamente por esa proximidad a la que he aludido con anterioridad, no era necesario.
Como todav¨ªa no se hab¨ªa producido una incorporaci¨®n masiva de las mujeres al trabajo no dom¨¦stico y remunerado, eran sobre todo las madres quienes llevaban a sus v¨¢stagos a clase andando. Tambi¨¦n era habitual que se fueran turnando y que cada semana una se encargara de varios ni?os. No hab¨ªa ni subterr¨¢neo en el sur y si mi memoria no me falla, ¨²nicamente aquellos que iban a centros privados se desplazaban en autob¨²s.
Los dem¨¢s sol¨ªamos ir a pie y, a partir de una edad, en mi caso a los nueve a?os, solos. Necesitaba unos veinte minutos para subir la enorme cuesta que me separaba del centro al que asist¨ªa y que me parec¨ªa eterna por el peso que llevaba a la espalda. Sin embargo, dejando a un lado el tema de las mochilas esas cuadradas que pesaban m¨¢s que las que usan en el ej¨¦rcito y que encima no ten¨ªan ruedas, caminar era genial por muchos motivos.
Primero nos serv¨ªa para espabilarnos. En invierno, con el fr¨ªo que hac¨ªa, capaz de cortarnos la piel del rostro y te?ir nuestras narices de rojo, nos despertaba m¨¢s que la ducha. En realidad, daba igual en qu¨¦ estaci¨®n nos encontr¨¢ramos, a partir de la primavera, entre el polen y la luz, ya no hab¨ªa quien nos durmiera.
Segundo, era una manera de socializar, de hacer amistades y de intercambiar confidencias, no solo con el alumnado de la misma clase, que para eso, obvio, estaba el recreo, sino tambi¨¦n con compa?eros de otros cursos que eran del vecindario y recorr¨ªan el mismo trayecto.
En tercer lugar, ya en el instituto, hay que pensar que varios romances de juventud se gestaron en esas rutas que nunca quer¨ªamos que acabaran. Que si "me gusta alguien de clase"; que si, "ah, s¨ª, ?qui¨¦n?"; que si, "t¨² le conoces..." y ya saben c¨®mo acababan (o comenzaban) esas cosas. Ahora bien, hubo personas, entre las cuales me incluyo, que se quedaron siempre en el punto anterior, en el de afianzar las amistades. Da igual, tambi¨¦n estaba bien.
Desde un punto de vista acad¨¦mico, ese rato pod¨ªa servir para repasar el temario los d¨ªas de examen y elucubrar qu¨¦ preguntas podr¨ªan entrar.
Algo destacable y digno de valorar es que era una forma de luchar contra el sedentarismo del que tanto se habla en la actualidad. Como lleg¨¢ramos tarde, las carreras que nos ech¨¢bamos no ten¨ªan nada que envidiarle al test de Cooper.
Pero hay m¨¢s, ir sola o con amigas a clase era una manera de ganar independencia, de ir asumiendo responsabilidades y, por tanto, de crecer por dentro. Tambi¨¦n resultaba ¨²til para conocer los rincones del barrio, perderles el miedo, amarlos y hacerlos propios. Muchas personas gestaron su barrionalismo yendo y volviendo del colegio.
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