Plaza Baquedano, coraz¨®n de cemento
Abandonadas, las ruinas del acceso a Baquedano son un monumento elocuente de dos formas muy chilenas de abordar los problemas. Es la identidad hecha agujero inmenso en el centro de la capital
La Plaza Italia es el coraz¨®n simb¨®lico de Santiago de Chile. Es una frontera, un lugar que divide en dos fracciones ¡ªo m¨¢s¡ª el espacio social chileno. Es el lugar que establece la frontera de Plaza Italia para arriba y de Plaza Italia para abajo. Dada su ubicaci¨®n, es el punto de reuni¨®n para festejos y protestas. Un hito. Un monumento. Un eje en torno al cual gira la ciudad. Un coraz¨®n aplanado de...
La Plaza Italia es el coraz¨®n simb¨®lico de Santiago de Chile. Es una frontera, un lugar que divide en dos fracciones ¡ªo m¨¢s¡ª el espacio social chileno. Es el lugar que establece la frontera de Plaza Italia para arriba y de Plaza Italia para abajo. Dada su ubicaci¨®n, es el punto de reuni¨®n para festejos y protestas. Un hito. Un monumento. Un eje en torno al cual gira la ciudad. Un coraz¨®n aplanado de cemento.
Hay un c¨ªrculo que es el n¨²cleo de la plaza: all¨ª donde yace el plinto vac¨ªo sobre el que alguna vez estuvo la estatua de Manuel Baquedano en su caballo Diamante. Bajo este monolito se encontraban enterrados los restos de el soldado desconocido, en homenaje a ¡°uno de los soldados con que el general Baquedano forj¨® los triunfos del hero¨ªsmo chileno¡±, seg¨²n rezaba el bajorrelieve. La estatua ya no est¨¢ all¨ª: fue pintada, repintada, se subi¨® gente ¡ªmucha gente¡ª, le colgaron lienzos, le trataron de quitar la espada, hubo un intento de botarla cortando las patas del caballo; se subi¨® m¨¢s gente, hasta que decidieron quitarla para una restauraci¨®n profunda. Hoy, descansa en un museo, para molestia del Ej¨¦rcito.
Si esta plaza es el coraz¨®n de la ciudad, el Metro son sus arterias. Bajo la explanada que forman la rotonda, las plazas y el z¨®calo que dejan los antiguos edificios Turri, yace la Estaci¨®n Baquedano. All¨ª combinan las l¨ªneas 1 y 5 del Metro, las dos m¨¢s utilizadas por los santiaguinos. Sumadas, representan m¨¢s de la mitad de los viajes hechos en la red. Por dentro suyo transitan a diario cerca de 40 mil personas. Pese a la inmensidad de la estaci¨®n, que tiene seis plantas, hay un lugar que concentra la atenci¨®n desde 2019: el acceso B. Se trata de la entrada principal al subterr¨¢neo, que centraliz¨® gran parte de las protestas, un espacio asolado por la violencia, hoy convertido en tierra sagrada para algunos y signo de oprobio para otros.
Acceso B: dos palabras que dicen poco sobre el lugar que lo dice todo sobre Chile. Sobre sus heridas, sobre el estallido social de 2019, sobre su manera de recordar y procesar sus diferencias pol¨ªticas. Por encima de todo, sobre la forma en que este pa¨ªs hace su duelo y se enfrenta a su historia.
Si se googlea estallido social Chile, la mayor parte de las im¨¢genes se relacionan con esta plaza y sus alrededores. Se ve a manifestantes sobre la estatua del general Baquedano bajo un cielo enrojecido, lleno de humo, de banderas negras de Chile y de la llamada wenufoye, el s¨ªmbolo mapuche que lleva un cultr¨²n al centro. Estos elementos ¨Cel cielo, el humo, las banderas, lo ind¨ªgena, mezclados de modo kitsch¨C reflejan la llamada est¨¦tica y pol¨ªtica octubrista, un concepto que ha sido discutido por laxo, porque pareciera contener todo lo malo que sucedi¨® durante aquellos meses ag¨®nicos de 2019. Es cierto que la palabra se ha usado para casi todo, pero no deja de tener un contenido real, una est¨¦tica, incluso una pol¨ªtica. Es, de hecho, parte de lo que eligi¨® representar la fallida Convenci¨®n Constitucional y su propuesta de texto, alabado en un comienzo, rechazado por muchos al final de ese proceso (un 62% vot¨® Rechazo en septiembre de 2022).
Las fotos y videos muestran del lugar tambi¨¦n otras cosas. La que se llam¨® la marcha m¨¢s grande de Chile, donde millones de personas se congregaron en el sector, desbordando las calles, las plazas, el r¨ªo Mapocho, la seguridad policial, los m¨¢rgenes de comprensi¨®n del Gobierno de Sebasti¨¢n Pi?era, y los de todo el arco pol¨ªtico, dando la impresi¨®n de una marea humana inmensa, como si hubieran dado vuelta un gigantesco balde de agua en ebullici¨®n para que corriera libre por el centro de Santiago.
En esa ¨¦poca emergieron muchos s¨ªmbolos que pretend¨ªan condensar ese Chile nuevo que nunca apareci¨®. Hoy parecen un mal recuerdo, una imagen deslavada del frenes¨ª que surgi¨® all¨ª: el perro Matapacos, la T¨ªa Pikachu, el Pelao Vade, Pareman y la primera l¨ªnea que, tan r¨¢pido como aparecieron, se esfumaron en el aire, en las redes sociales, probablemente porque, al final, no representaban mucho.
La idea de que la entrada a la estaci¨®n Baquedano era la puerta a un infierno de torturas y violencia ¨Ccomo denunciaron conspicuos representantes pol¨ªticos, idea desestimada por la Fiscal¨ªa y el INDH¨C cobr¨® mucha fuerza y circul¨® con rapidez y amplitud. No era para menos. Quiz¨¢s eso explica la furia que se desat¨® contra el acceso B. Quiz¨¢s, tambi¨¦n, eso ayuda a entender que en el mismo lugar se haya erigido lo que bautizaron como el Jard¨ªn de la resistencia. La organizaci¨®n Museo del Estallido Social describe as¨ª los pilares fundamentales de este lugar: ¡°La recuperaci¨®n de la biodiversidad y la apreciaci¨®n de nuestro paisaje a trav¨¦s de la flora nativa, la sabidur¨ªa de los pueblos originarios, la conexi¨®n con la tierra y su espiritualidad¡±.
El contraste entre la declaraci¨®n y el estado actual del lugar no podr¨ªa ser mayor. El paso del tiempo, la temperatura, la falta de riego, la indiferencia, extinguieron esa vida que se pretend¨ªa resguardar.
Lo que antes era el acceso a una estaci¨®n de metro pretendieron transformarlo en un santuario a octubre, al estallido, al Chile despert¨®. Un lugar que pretende recordar, inmovilizar, esas sensaciones, tratando de aferrar el mensaje de aquellos momentos a las paredes del lugar, pintadas, grafiteadas, pintadas, grafiteadas, una y otra vez. Esa fue la din¨¢mica durante varios meses: luego de la primera etapa, Metro pint¨® de gris las murallas del acceso B, aunque sin tocar el jard¨ªn. Los volvieron a rayar; los volvieron a pintar. Hoy, el fondo es blanco y sigue rayado.
¡°Libertad a los presos¡±, ¡°Faltan los presos¡±, ¡°No van a acallar la voz del pueblo¡±, ¡°No olvidamos¡±, ¡°Existir para resistir¡±. Las paredes quieren gritar. Tambi¨¦n le gritan a Gabriel Boric. Un stencil lo muestra junto a su exministra de Interior, Izkia Siches, ambos sonrientes, pintados de amarillo. Bajo sus caras reza la leyenda: ¡°Boris, tu acuerdo de paz descansa sobre nuestros presos pol¨ªticos¡±. Como Cronos en el mito griego, la violencia termina devorando a sus hijos.
Hasta hoy se discute qu¨¦ hacer con el acceso B. Es el acceso principal a una estaci¨®n que utiliza mucha, much¨ªsima gente. En alg¨²n momento se debe recuperar alguna normalidad del centro de Santiago, todav¨ªa con heridas visibles del estallido. Pero cuando Metro anunci¨® los trabajos para rehabilitar este espacio, sus ocupantes ¨Csiempre an¨®nimos¨C rehusaron asistir a las reuniones con la empresa.
Hace algunos meses comenz¨® el segundo intento por trabajar en la zona. Muros de concreto prefabricado cierran el per¨ªmetro del lugar para resguardar las obras de recuperaci¨®n de la zona, para limpiar y habilitar el acceso. Pero la discusi¨®n excede con creces a ese mero lugar. Simboliza mucho m¨¢s que reabrir o no, si poner una placa conmemorativa, un monumento, una decoraci¨®n, un mural o un mosaico que aluda a octubre, o si todo esto se hace con un proceso participativo.
Jorge Luis Borges titul¨® El Aleph su cuento sobre aquel punto donde convergen todos los puntos. El acceso a Baquedano es como un sucio Aleph del alma de Chile. Abandonadas, las ruinas del acceso son un monumento elocuente de dos formas muy chilenas de abordar los problemas. Es la identidad hecha agujero inmenso en el centro de la capital.
Ya he mencionado esa primera actitud: la sacralizaci¨®n acr¨ªtica del recuerdo, el olvido de la violencia, los saqueos, el vandalismo. La otra actitud es mirar para el lado y esperar a que los problemas evidenciados, los nudos, se apacig¨¹en por el puro paso del tiempo.
Ambos caminos ¨Cel hacer como si no hubiera pasado nada para recuperar la funcionalidad y el de la sacralizaci¨®n¨C terminan siendo dos caras de una misma moneda. Ambos impiden hacer el duelo, ambos neutralizan el ejercicio intelectual. Los recuerdos terminan mal enterrados, pudri¨¦ndose en el subsuelo, todav¨ªa latentes, sin nunca terminar de descomponerse en la paz que en teor¨ªa entrega el tiempo. Para hacer el duelo hay que partir por aceptar lo que sucedi¨®. Pero, como nos advierte la historia, lo que no se entierra bien, tarde o temprano termina apareciendo de forma monstruosa.