M¨¢s que una v¨ªctima
Silvia Labayru, quien fuera secuestrada y torturada en la Escuela Superior Mec¨¢nica de la Armada (ESMA) durante la ¨²ltima dictadura argentina, es la protagonista de ¡®La llamada¡¯, el m¨¢s reciente libro de Leila Guerriero
¡°Secuestrada. Torturada. Encerrada. Puesta a parir sobre una mesa. Violada. Forzada a fingir. Al fin liberada. Y, entonces, repudiada, rechazada, sospechosa¡±. Silvia Labayru, quien fuera secuestrada y torturada en la Escuela Superior Mec¨¢nica de la Armada (ESMA) durante la ¨²ltima dictadura argentina (1976-1983), es la protagonista de La llamada, el m¨¢s reciente libro de Leila Guerriero. Una vez m¨¢s, la escritora nos recuerda la importancia de no apurar los juicios: la historia de Labayru ¡ªmiembro de Montoneros, familiar de militares y acusada de colaborar con sus captores para sobrevivir¡ª obliga a mirar las zonas grises de toda biograf¨ªa.
El secuestro, la tortura y la violencia sexual que sufri¨® durante un a?o y medio la protagonista de esta historia son, por supuesto, los episodios alrededor de los cuales se estructura todo el perfil. El libro, sin embargo, no deja de hablar desde y hacia el presente: Guerriero conduce su investigaci¨®n en plena pandemia, entrevist¨¢ndose con familiares, amigos y con la propia Labayru, cuyos testimonios sirven de columna vertebral al relato.
A pesar del estrepitoso fracaso matrimonial de sus padres, la juventud de Silvia tuvo notas luminosas: los sue?os revolucionarios los arrojaban, a ella y a sus compa?eros del prestigioso Colegio Nacional de Buenos Aires, a la utop¨ªa; su padre, piloto civil, tra¨ªa del extranjero ropa y otros productos inencontrables en Argentina; y su madre, atractiva y extrovertida, recib¨ªa encantada a todos sus amigos en su departamento modern¨ªsimo, donde incluso les llevaba desayuno a la cama si alguno de ellos pasaba all¨ª la noche. Desde peque?a, Labayru no dej¨® a nadie indiferente. ¡°Atractiva por donde la vieras. Inteligente, linda, simp¨¢tica. Creo que todos los chicos estaban muertos con ella¡±, cuenta a Guerriero uno de sus amigos de infancia.
Los a?os de idealismo y lucha armada se ver¨¢n violentamente truncados por el golpe de Estado de 1976 que derrib¨® al gobierno de Mar¨ªa Estela Mart¨ªnez de Per¨®n. La represi¨®n har¨¢ caer con rapidez la estructura de Montoneros, y Silvia no ser¨¢ la excepci¨®n. Los hechos que siguen son particularmente tr¨¢gicos: la secuestran estando embarazada, es madre durante su cautiverio y esclava sexual de sus carceleros. La relaci¨®n que estableci¨® con ellos para hacerles creer que estaba ¡°recuper¨¢ndose¡±, como dec¨ªan los marinos para designar el proceso de arrepentimiento ideol¨®gico, fue lo que le permiti¨® sobrevivir. Y al tiempo que era obligada a realizar traducciones y propaganda para la dictadura, de vez en cuando la dejaban visitar a su hija Vera, que viv¨ªa con sus abuelos paternos.
La protagonista de La llamada se resiste a reducir su vida a su experiencia en el horror. Tras ser liberada y luego de un exilio de varias d¨¦cadas en Espa?a, ha buscado hacer una vida m¨¢s all¨¢ de su encuentro con la brutal violencia que perpetr¨® el Estado en esos a?os. Despu¨¦s de reencontrarse con Hugo Dvoskin, un amor de juventud, reci¨¦n en 2019 volver¨¢ a Argentina sin dejar del todo su vida madrile?a, donde tiene casa, mascota y amistades. ¡°No quiero ser una v¨ªctima. Yo hice mi vida, soy feliz, hice cosas¡±, consigna ella misma hacia el final del libro, dando cuenta de que su biograf¨ªa no se agota ni se define por la tragedia que inspira la cr¨®nica.
As¨ª, el lector de La llamada es testigo de una mujer vital¨ªsima, siempre ajetreada y bien vestida, capaz de administrar sus negocios en Madrid a distancia mientras intenta restablecerse en Buenos Aires, cerca de su padre y de muchos de sus m¨¢s viejos conocidos. Y aunque es evidente que Guerriero busca, a cada paso, evitar cualquier juicio categ¨®rico sobre la vida que se ha propuesto contar, esta historia no deja de estar asentada sobre una tragedia may¨²scula que amenaza con invadirlo todo: ¡°Ella me cuenta, sentada en una silla, un mundo de alt¨ªsima velocidad. Relata, vestida con telas refinadas, el a?o y medio durante el que se visti¨® con ropa de mujeres muertas¡±, escribe. Pero la tragedia no lo es todo; su protagonista se resiste a que eso sea todo: a su alrededor hay hijos, amigos, antiguos amores, trayectorias vitales, trabajos, estudios y otras experiencias cotidianas que permiten poner en perspectiva no solo la vida de la entrevistada, sino los avatares de una mujer que es mucho m¨¢s que su militancia y su cautiverio.
La historia que aqu¨ª se presenta no es, en ning¨²n caso, la de j¨®venes rebeldes en contra de sus padres o que buscan hacerse un espacio en una sociedad demasiado tradicional para sus est¨¢ndares. Es, dicho en l¨ªneas demasiado simples, la de un utopismo revolucionario que se decant¨® por la lucha armada (con resultados brutales) y que recibi¨® una respuesta radical por parte del Estado (con resultados a¨²n m¨¢s brutales). Si los grupos revolucionarios fueron las principales v¨ªctimas de esa represi¨®n que se extendi¨® en Am¨¦rica Latina durante esas d¨¦cadas, relatos como este obligan a darle una vuelta a cualquier narrativa demasiado simplista de esos a?os. Como dice Irene Scheimberg, amiga de Silvia entrevistada en el libro: ¡°Yo creo que nosotros [los militantes de Montoneros] en gran parte contribuimos a que viniera la represi¨®n. Pero hacer una autocr¨ªtica es muy dif¨ªcil. No quer¨¦s que la derecha te use como arma. A m¨ª me mataron a ciento cinco amigos y conocidos. Pero est¨¢bamos equivocados¡±. Y la misma Labayru, con su historia tr¨¢gica y a la vez ambigua, es la primera en criticar ciertas categor¨ªas con las que se comprend¨ªa la lucha contra la dictadura: ¡°Cuando salimos de la ESMA fue un espanto. El lema de los organismos de derechos humanos era ?Vivos los llevaron, vivos los queremos?, pero muchos salimos vivos y no nos quisieron¡±. En las entrevistas que dan vida a este relato, la antigua montonera cuestiona sus ideales de juventud, la responsabilidad que tuvieron los grupos guerrilleros al abandonar a sus militantes o el hecho que las v¨ªctimas no puedan, hasta la fecha, tomar una m¨ªnima distancia de su papel.
Uno de los principales focos de Guerriero est¨¢ puesto, c¨®mo no, en el modo en que el lenguaje permite acercarse a la historia que tenemos en frente. Durante los a?os ochenta la experiencia de Labayru era incomprensible para aquellos que intentaban entender qu¨¦ estaba pasando en Argentina: ?c¨®mo pod¨ªa una v¨ªctima colaborar en trabajos de inteligencia durante la dictadura? ?Qu¨¦ tipo de relaci¨®n sostuvo con sus captores, si luego de salir a encontrarse con familiares ¡ªincluida su hija, nacida en cautiverio¡ª volv¨ªa a encerrarse a la ESMA? ?Qu¨¦ secuestro era este, en que la involucrada pod¨ªa ir al extranjero a encontrarse con su marido, un montonero fugitivo? El relato que las v¨ªctimas suelen hacer de sus experiencias con la represi¨®n ¡ªo que testimonia la ausencia de quienes no la sobrevivieron¡ª sencillamente no calza con esta historia, donde los aparentes privilegios y regal¨ªas solo vuelven m¨¢s enigm¨¢tica e inclasificable a Labayru. Guerriero, una vez m¨¢s, ha decidido fijar su mirada sobre una figura dif¨ªcil de descifrar. As¨ª, se detiene en las f¨®rmulas que su entrevistada repite para contar su historia, pero sobre todo en aquellas en las que muestra una peque?a variaci¨®n desde la cual se asoma un destello, una brecha, un detalle distinto que permite a?adir otro matiz.
El largo exilio, el paso del tiempo y los procesos judiciales les permitieron, a la protagonista y a otras personas que sufrieron experiencias similares, comprender mejor el infierno del cual fueron v¨ªctimas. Durante esos a?os, la condici¨®n particular de su secuestro encontr¨® por fin t¨¦rminos y f¨®rmulas para ser traducida y comunicada, que Labayru replica en juicios y entrevistas con la esperanza de que otros puedan comprender. Y es precisamente ese lenguaje aquello que Guerriero interroga con su agudeza habitual, decidida a tomar una fotograf¨ªa de alta precisi¨®n. Y aunque su condici¨®n de v¨ªctima parezca hoy evidente, pareciera que para algunos son esas declaraciones en los procesos judiciales las que redimen a Silvia de la mirada desconfiada de quienes la creyeron c¨®mplice, colaboradora, traidora.
La llamada se resiste a cualquier discurso maniqueo, para los cuales figuras como las de Silvia Labayru son profundamente inc¨®modas. Si a ratos pareciera que Guerriero nos quiere mostrar las posibles contradicciones de la v¨ªctima o las frivolidades de su militancia juvenil, su paciencia como observadora siempre consigue alg¨²n otro detalle cotidiano que complementa y complejiza el perfil de alguien que, a pesar de todo, se sobrepuso al horror. Las largas conversaciones que sostienen ambas mujeres muestran, de modo entra?able y con una cuota de humor, la humanidad que manifiesta toda vida si se la mira con atenci¨®n y paciencia. Y van a contracorriente, por cierto, de la tentaci¨®n de etiquetar, definir o clausurar, siempre al acecho.
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