Viaje a la c¨¢rcel de Isla de Pascua: ¡°Es el para¨ªso¡±
EL PA?S accede al centro penitenciario del territorio ind¨ªgena, en uno de los rincones m¨¢s aislados del planeta
En el pueblo, los rapanui dicen que es un jard¨ªn infantil para adultos. Un hotel. Una estancia. Cualquier cosa. Cualquiera, menos una c¨¢rcel. Las instrucciones para acceder al centro penitenciario de Isla de Pascua dan algunas pistas de a qu¨¦ se refieren los lugare?os. ¡°Siga el camino de palmeras. Cuando llegue a la cancha de f¨²tbol, a la izquierda¡±. En uno de los pedazos de tierra habitados m¨¢s aislados del planeta, hay un pu?ado de reos cumpliendo condena. No hay garitas de vigilancia ni uniformados armados. Tampoco un cierre perimetral claro. El Oc¨¦ano Pac¨ªfico cumple esa funci¨®n. Lo que s¨ª hay es un taller de artesan¨ªa, donde los prisioneros acceden a radiales, motosierras y formones para esculpir figuras de moai de madera. Una vez lijados y barnizados, los exhiben ordenadamente en una sala de ventas. Hasta ah¨ª llegan diariamente los turistas a vitrinear [mirar los escaparates] o comprar recuerdos. Los mismos reos los atienden y les hacen rebajas. Con parte del dinero obtenido piden a domicilio un buen at¨²n fresco o costillar para la parrilla. Y es que de alg¨²n lado viene la idea que tienen los vecinos.
Ana Miraji, de 40 a?os, es una de las 12 personas privadas de libertad. Hace un a?o eran seis, pero el aumento del tr¨¢fico de drogas ha alterado la poblaci¨®n penal. En la isla ya no solo se ve cannabis, ahora tambi¨¦n circula el ¨¦xtasis o la coca¨ªna. A Miraji la detuvieron por comercializar esta ¨²ltima. El tribunal pascuense orden¨® a las polic¨ªas que la arrestaran, pero la pillaron a 3.600 kil¨®metros de la isla, en la regi¨®n chilena de Valpara¨ªso. Eso provoc¨® que la ingresaran a la c¨¢rcel de la ciudad-puerto, donde cumpli¨® el primer a?o y medio de una condena total de cinco. ¡°All¨¢ es un infierno¡±, afirma. ?Cu¨¢les son las grandes diferencias? ¡°No puedes tener refrigerador, perfumes, no puedes generar casi nada de dinero. No te dejan entrar o comer lo que t¨² quieres¡±, explica. ¡°Aqu¨ª es el para¨ªso¡±, agrega.
Con el dinero que gana Miraji de sus esculturas de yeso ¨Ces artesana desde los 17 a?os¨C, compra lo que se le antoja para comer, como costillar o camarones. Con la llamada diaria que se le permite en la c¨¢rcel, contacta a un taxista amigo que le va a buscar sus productos al mercado y se los lleva los d¨ªas de encomienda: lunes, mi¨¦rcoles y viernes. Los martes y jueves son los d¨ªas de visita familiares, donde tampoco se atiende a los turistas (acuden unos 250 mensualmente).
Otra gran diferencia entre la prisi¨®n pascuense y las del continente chileno, es el trato con los compa?eros. En Valpara¨ªso, relata Miraji en la sala de ventas, no exist¨ªan las amigas. Tuvo que pelear, pegar y que le pegaran para ganarse el respeto. Ahora, explica mirando hacia el patio interior, el ambiente es tranquilo y reina el buen trato. Y es que se conocen entre todos. En la isla de unos 6.000 habitantes se han criado juntos. ?Tiene alg¨²n familiar aqu¨ª? ¡°Todos¡±, responde entre risas. ¡°?l es mi primo, ese es otro primo, por all¨¢ anda un t¨ªo¡¡±, dice la mujer mientras indica a distintos reos que circulan.
Gendarmer¨ªa de Chile asumi¨® el control de la prisi¨®n, de unos 1.000 metros cuadrados, en 2005. Previamente, Carabineros era el responsable, un periodo en que los presos pod¨ªan entrar y salir sin mayores problemas, lo que ciment¨® una serie de mitos que ha costado eliminar del imaginario rapanui, como que los prisioneros salen a pescar su comida al mar o que tienen acceso a celulares. El oficial Ariel Morales asumi¨® hace un a?o como Jefe de la unidad penal de Rapa Nui. Es la principal autoridad de los 23 funcionarios que trabajan en el recinto ¨Ccuatro de ellos rapanui¨C. Ven¨ªa de la c¨¢rcel de Valpara¨ªso y anteriormente hab¨ªa trabajado en Colina 1, en Santiago. El cambio de escenario laboral fue ¡°dr¨¢stico¡±. ¡°Aqu¨ª todo obedece al tema cultural, de ah¨ª parte todo¡±, explica.
Adem¨¢s de la importancia del pescado en la dieta alimentaria, el oficial Morales destaca que los rapanui tienen ¡°muy arraigado el tema de la libertad¡±. ¡°Entendiendo que el espacio es reducido en la isla (tiene una superficie de 160 kil¨®metros cuadrados), cualquiera podr¨ªa sentirse poco libre, pero ellos no. Entonces, el hecho de restringirles el desplazamiento obviamente les choca mucho m¨¢s que a otras personas¡±, apunta. Tambi¨¦n se?ala el poco contagio criminal¨ªstico y que no tienen el mismo perfil de un interno del continente. ¡°Ac¨¢ se maneja mucho el tema de las habilidades blandas. De poder contenerlos, dialogar mucho, atender sus solicitudes ojal¨¢ pronto¡±, describe.
El tema de la restricci¨®n de la libertad en Isla de Pascua va m¨¢s all¨¢ de las paredes de la c¨¢rcel. El presidente del Consejo de Ancianos de Rapa Nui, Carlos Edmunds, recuerda la ¨¦poca a finales del siglo XIX y comienzos del XX, cuando el territorio ind¨ªgena pas¨® a la soberan¨ªa chilena (1888) y se entreg¨® como concesi¨®n a la empresa brit¨¢nica Williamson & Balfour, conocida como la Compa?¨ªa Explotadora de Isla de Pascua que transform¨® Rapa Nui en una estancia ovejera ¡°manteniendo a la poblaci¨®n forzada a habitar solo en el sector de Hanga Roa¡±, como qued¨® estipulado en la Comisi¨®n Verdad Hist¨®rica y Nuevo Trato con los Pueblos Ind¨ªgenas de 2003, durante el Gobierno del socialista Ricardo Lagos. Tras el fin de la concesi¨®n, comenta Edmunds, los rapanui estaban encerrados en la isla, hasta que Chile les dio la ciudadan¨ªa en 1966. ¡°Est¨¢bamos presos, no pod¨ªamos salir¡±, recuerda, hasta que finalmente lleg¨® la administraci¨®n civil, con un gobernador, jueces y carabineros.
La c¨¢rcel, de 1920, est¨¢ lejos de ser una construcci¨®n de lujo, pero tiene comodidades. Las habitaciones son individuales o para dos o tres reos. Cada una cuenta con un televisor pantalla plana con cable, un ba?o privado reci¨¦n remodelado y utensilios de cocina como hervidor u ollas. A un costado del patio comunitario hay una huerta con tomates, ceboll¨ªn, camote, entre otras verduras. Es mediod¨ªa y acaba de celebrarse una misa cat¨®lica a cielo abierto, como cada primer viernes del mes. El s¨¢bado es el turno de la evang¨¦lica. Los privados de libertad ¨C10 hombres y dos mujeres¨C conversan en peque?os grupos junto a las parrillas o el taca taca [futbol¨ªn].
El canto de un gallo irrumpe la serenidad que habita en la prisi¨®n. El gendarme pregunta c¨®mo va el empollamiento de huevos. Hace poco armaron un gallinero que ense?an orgullosos en el otro lado de la casa-c¨¢rcel. Est¨¢ ubicado en el l¨ªmite del terreno protegido por una reja baja entre ¨¢rboles de distinta especie con las lomas verde vivo de fondo. El horizonte es precioso, pero no se ve el mar. Y eso, a los isle?os, les pesa.
El asistente de construcci¨®n Eduardo Hermosilla, de 37 a?os, siempre terminaba su jornada laboral nadando en las profundas aguas del Pac¨ªfico. Cumple una condena de 11 meses por violencia intrafamiliar ¨Cagredi¨® a su cu?ado¨C y le faltan dos para salir en libertad. Es un hombre dulce y resiliente. Dice que por m¨¢s lindo que se vea todo, ¡°no es un lugar para nadie¡±. ¡°Vivir con horarios que no son los tuyos, pasar las fiestas encerrado¡ Yo tengo seis hijos. Y son seis navidades que te pierdes, seis cumplea?os. Es dif¨ªcil. Mentir¨ªa si dijera que estoy feliz, c¨®modo¡±, afirma con la voz rota. De todas formas, agradece lo aprendido y el compa?erismo. Antes de ingresar, nunca hab¨ªa hecho artesan¨ªa y hoy ense?a conforme sus obras de arte en base a madera. Todo lo que gana de la venta a los turistas lo env¨ªa a su familia.
Algunos presos se han fugado, pero regresan a las dos horas. Hace seis meses pusieron c¨¢maras de vigilancia, pero incluso sin ellas los agentes de la polic¨ªa pod¨ªan dar r¨¢pidamente con los pr¨®fugos. No es que solo no haya d¨®nde escapar. Es que si lograsen fugarse del todo y llegar al continente saben que podr¨ªan acabar en otro lugar. Uno mucho peor que en el que est¨¢n. En una verdadera c¨¢rcel.
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