Ch¨¢vez en su tumba
El grupo de militares y pol¨ªticos profesionales que sucedieron a Ch¨¢vez, sin su inteligencia ni su carisma, eligieron finalmente por una deriva autoritaria dirigida a mantenerse en el poder a cualquier precio
Es sabido que Hugo Ch¨¢vez lo intent¨® antes por otros medios, pero hay que admitir que cuando accedi¨® al poder, el 6 de diciembre de 1998, lo hizo por una v¨ªa democr¨¢tica. La ¡®revoluci¨®n bolivariana¡¯ cont¨® con en sus primeros a?os con un incuestionable apoyo popular, lo que en parte explica la impotencia de la oposici¨®n. Aunque sin mucho entusiasmo, prevaleci¨® el respeto a las normas b¨¢sicas de la democracia, lo cual iba de la mano de la fragmentaci¨®n de las fuerzas de oposici¨®n. El nuevo r¨¦gimen de Ch¨¢vez tuvo mucho de una revoluci¨®n anti-olig¨¢rquica que permiti¨® que los m¨¢s pobres e invisibles irrumpieron en la escena venezolana como nunca antes en la historia, cambiando la fisonom¨ªa pol¨ªtica, social y material de un pa¨ªs que, hasta entonces, era f¨¦rreamente controlado por sus elites.
Ese punto de partida fue deterior¨¢ndose con la enfermedad de Ch¨¢vez, su larga agon¨ªa y su muerte en 2013. El grupo de militares y pol¨ªticos profesionales que lo sucedieron, encabezados por Nicol¨¢s Maduro, Diosdado Cabello y Jorge Rodr¨ªguez, sin su inteligencia ni su carisma, eligieron finalmente por una deriva autoritaria dirigida a mantenerse en el poder a cualquier precio, como qued¨® de manifiesto en el bochornoso fraude electoral del 28 de julio.
Este camino, sin embargo, no estuvo exento de debates y tensiones al interior de la c¨²pula chavista. En los meses posteriores a la muerte del caudillo ya era evidente que el respaldo popular a la ¡®revoluci¨®n bolivariana¡¯ hab¨ªa deca¨ªdo, tanto en masividad como en entusiasmo. El r¨¦gimen a¨²n era fue en las zonas m¨¢s pobres y a¨²n dispon¨ªa de recursos para mantener sus redes clientel¨ªsticas, pero las clases medias mostraban signos de decepci¨®n y rechazo, y comenzaban en masa a pasarse a la oposici¨®n o a abandonar el pa¨ªs. La sociedad venezolana, en breve, ya no era la que hab¨ªa recibido a Ch¨¢vez de brazos abiertos, quince a?os atr¨¢s. Si bien segu¨ªa cr¨ªtica al viejo orden olig¨¢rquico, quer¨ªa dar vuelta la p¨¢gina, mirar al futuro, disponer de libertades individuales y consolidar una democracia plenamente competitiva, con los militares de vuelta a los cuarteles.
Tras la muerte del caudillo la ¨¦lite chavista pudo haber optado por un camino de apertura que acogiera y canalizara el cambio que ella misma hab¨ªa producido. Esto habr¨ªa implicado, por ejemplo, hacer un amplia llamado a la unidad, a romper con las dicotom¨ªas del pasado, a crear a un frente com¨²n contra el c¨¢ncer de la corrupci¨®n, a cuidar los actos y las palabras para mitigar la espiral de polarizaci¨®n y violencia, a impulsar reglas democr¨¢ticas que otorgaran legitimidad a los triunfadores y conformidad a los perdedores. Pero no lo hizo. En cambio, eligi¨® negar el rechazo, aplastar la disidencia y criminalizar la oposici¨®n.
Fue in¨²til. Despu¨¦s de 15 a?os en el poder, con una crisis econ¨®mica y de seguridad desatada y con una acumulaci¨®n gigantesca de demandas sociales sin resolver, el desgaste de la ¡®revoluci¨®n bolivariana¡¯ se volvi¨® imparable. Para justificar el declive de su respaldo popular y electoral, Maduro y su grupo recurrieron a esa retah¨ªla de argumentos a la que siempre acuden las dictaduras en problemas: la intervenci¨®n extranjera, la guerra econ¨®mica, la batalla medi¨¢tica y sicol¨®gica, y la astucia de los ¡®escu¨¢lidos¡¯, como llama el chavismo a la oposici¨®n. Lleg¨® al extremo, incluso, de hacer mofa de los compatriotas que dejaban el pa¨ªs. Fue in¨²til: a pesar de la intervenci¨®n electoral desembozada, el r¨¦gimen fue rechazado en las urnas, y el poco apoyo o comprensi¨®n que le quedaba en la comunidad internacional democr¨¢tica qued¨® hecho trizas. Maduro es, literalmente, un paria.
?Es imaginable un cambio por parte de la ¨¦lite chavista? Parece dif¨ªcil, pues se trata de una conducta perfectamente consciente.
La democracia se puede definir de muchas maneras, pero hay tres principios inequ¨ªvocos: i) que las reglas son iguales para todos, oficialismo y oposici¨®n; ii) que cualquier competidor puede ganar las elecciones con igual legitimidad; iii) que triunfa el que obtiene la m¨¢s alta votaci¨®n, certificada por un ¨®rgano independiente, y no con los grados de ¡®conciencia¡¯ o ¡®movilizaci¨®n popular¡¯; y iv) que la derrota no es para siempre. Pues bien, el r¨¦gimen de Maduro no cree en estos principios; ni ahora ¨Ccomo ha quedado demostrado¨C, ni cuando llam¨® a elecciones. Lastimosamente no es un capricho, ni algo pasajero: es algo enteramente racionalizado, como se replica en todos los autoritarismos: i) hay una revoluci¨®n en marcha que a¨²n requiere de tiempo para madurar del todo; ii) ella enfrenta enemigos internos y externos que la buscan destruir; iii) los electores carecen del nivel de consciencia necesaria para resistir los enga?os; y iv) es un deber revolucionario ganar las elecciones por cualquier medio. Si esto significa que se traslada la disputa a las calles, tanto mejor, porque esto ¡°magnetiza¡± (es la palabra que emplean) a las fuerzas propias.
Maduro y su grupo de poder, con su reacci¨®n a la derrota electoral y con los actos y el discurso que lo han seguido, han regalado una victoria estrat¨¦gica a su oposici¨®n, que ha logrado confirmar ante el mundo su viejo reclamo: que en Venezuela la democracia se transgrede cuando el r¨¦gimen en el poder es derrotado. El propio comandante Ch¨¢vez, en su fr¨ªa tumba, debe sentirse traicionado.
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