Los mil demonios de la entrop¨ªa
Maxwell ide¨® un ser imaginario, capaz de manipular mol¨¦culas y violar el segundo principio de la termodin¨¢mica
Hay un dicho muy com¨²n entre los brit¨¢nicos que afirma que el diablo se esconde en los detalles. Tal vez por eso, el f¨ªsico escoc¨¦s James Clerk Maxwell (1831-1879) ide¨® un diablillo y lo puso a jugar con los detalles de uno de los principios de la termodin¨¢mica. Una broma cient¨ªfica con la que Maxwell se enred¨® en un experimento mental de lo m¨¢s curioso.
Con ayuda de su diablo, Maswell sugiri¨® que el enunciado del segundo principio de la termodin¨¢mica solo es verdadero estad¨ªsticamente hablando. Vamos a acercarnos a ¨¦l para intentar comprender sus ma?as, pues Maswell sit¨²a a su demonio en el marco de una peque?a puerta que comunica dos recipientes. Ambos recipientes contienen una mezcla de dos gases, uno de los gases es m¨¢s caliente que el otro.
Antes de seguir, hay que recordar que el segundo principio de la termodin¨¢mica establece la irreversibilidad en el tiempo de los fen¨®menos f¨ªsicos. De tal manera que, si rompemos a pedradas los cristales de una ventana en plan James Dean en Al Este del Ed¨¦n, no podemos esperar que el cristal se recomponga y que las piedras vuelvan otra vez a nuestra mano como si hubi¨¦ramos puesto en marcha la moviola. Es imposible.
Con todo, el segundo principio de la termodin¨¢mica establece la irreversibilidad especialmente en el intercambio de calor, y aqu¨ª vuelve otra vez el demonio de Maxwell a jugar con nosotros, abriendo la puerta entre los dos recipientes y ordenando los gases. En un recipiente pone el gas m¨¢s caliente, y en el otro el m¨¢s fr¨ªo, demostrando que, con el tiempo, la temperatura del recipiente m¨¢s fr¨ªo descender¨ªa, mientras que la del recipiente m¨¢s caliente aumentar¨ªa, disminuyendo as¨ª la entrop¨ªa, y refutando el principio que afirma que el universo tiende a maximizar la entrop¨ªa.
Porque todo proceso real, hace que la entrop¨ªa aumente, o lo que es lo mismo, hace que aumente la energ¨ªa inutilizable. Para que la energ¨ªa desperdiciada sea ¨²til hace falta un diablillo como el de Maxwell, o una m¨¢quina como la que invent¨® Asimov en su relato titulado ¡°La ¨²ltima pregunta¡±, una historia de ciencia-ficci¨®n donde los seres humanos se hacen conjeturas acerca del final del universo debido al desgaste energ¨¦tico al que est¨¢ sometido.
Cuando la entrop¨ªa alcance su grado m¨¢ximo, la materia dejar¨¢ de existir y vendr¨¢ la ¡°muerte del calor¡± del universo
En busca de una respuesta certera, a trav¨¦s de los tiempos van preguntando a la m¨¢quina si ser¨ªa posible revertir algo tan inevitable como es el final del universo. Porque cuando la entrop¨ªa alcance su grado m¨¢ximo, la materia dejar¨¢ de existir y vendr¨¢ la ¡°muerte del calor¡± del universo. Pero para eso sirve la m¨¢quina que, al igual que el diablo de Maxwell, tambi¨¦n revierte los procesos f¨ªsicos, y crea otro universo donde todas las preguntas han sido ya resueltas, y donde las mentes de los seres humanos se han fusionado en la citada m¨¢quina que ahora es lo m¨¢s parecido a un dios que domina el universo desde una nueva dimensi¨®n.
La imaginaci¨®n de Asimov, al igual que la de Maxwell -y la de tantos otros- es m¨¢s grande que la realidad entera. Tanto es as¨ª que en ella cabe el diablo que se esconde tras el rigor de la ciencia, un ser imaginario, capaz de manipular mol¨¦culas y, con ello, violar el segundo principio de la termodin¨¢mica. Lo que Maxwell no tom¨® en cuenta fue que, reunir informaci¨®n sobre la velocidad de las part¨ªculas es trabajo de mil demonios; un gasto de energ¨ªa suficiente para salvar el cumplimiento del segundo principio, de la misma manera que la m¨¢quina ingeniada por Asimov en su relato, aunque parece no agotarse jam¨¢s, en realidad est¨¢ succionando la energ¨ªa del universo a cada rato para procesar con dicha energ¨ªa una cuesti¨®n; una pregunta que tardar¨¢ millones de a?os en responder, cuando ya no importe y no quede vida inteligente en ning¨²n punto de la galaxia.
El hacha de piedra es una secci¨®n donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad cient¨ªfica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.
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