?Por qu¨¦ juegan los animales? La compleja evoluci¨®n de la diversi¨®n
El juego es m¨¢s com¨²n en el mundo animal de lo que se pensaba, pero no es universal
Los gatos se pueden tomar el juego muy en serio. Desde hace unas semanas, cada noche, antes de cenar, entretengo al gato con unas plumas atadas a una ca?a. Le encanta. Se esconde tras el sof¨¢, se agazapa en posici¨®n de acecho, menea el trasero, se concentra en el juguete antes de salir corriendo por el pasillo y alcanzar una presa que sabe es falsa. Entonces se detiene. Dejar caer las plumas de la boca y me mira. Quiere que siga movi¨¦ndolas, volver a correr y saltar. Divertirse. ?l le dedicar¨ªa m¨¢s tiempo al juego del que le doy. Algunos perros hacen lo mismo, son insaciables, no se cansan de traerte la pelota. Y ah¨ª van otra vez, la cola delata su felicidad. Todos estamos familiarizados con el juego de perros y gatos. Lo reconocemos, cuando contemplamos una de estas escenas, que hoy atiborran las redes sociales, deducimos que los animales est¨¢n disfrutando, pero ?qu¨¦ sucede con el resto de las especies? ?Juegan todos los animales?
No es una pregunta f¨¢cil de responder. Para ello, antes se deber¨ªa poder definir correctamente lo que es el juego. En criaturas que nos son habituales, como perros y gatos, e incluso con otros animales domesticados, podemos llegar a interpretar si se est¨¢n divirtiendo con una actividad; quiz¨¢ hasta lograr¨ªamos extender esta intuici¨®n a otros mam¨ªferos salvajes, pero, la realidad es que nos resulta imposible deducir las emociones de la mayor¨ªa de las especies. ?C¨®mo saber cuando se divierte un cocodrilo? ?Siente placer un cuervo cuando se desliza en trineo por un tejado nevado? ?Disfrutan los pulpos lanzando chorros de agua a una botella para hacerla danzar? No es f¨¢cil descifrar lo que es el l¨²dico. Los cient¨ªficos han aportado distintas definiciones, y se han llegado a considerar varios criterios que debe cumplir una conducta para poder ser considerada como juego.
El primero de ellos consiste en que la acci¨®n deber¨ªa ser in¨²til en el momento de su ejecuci¨®n. Por ejemplo, mi gato, por mucho que persiga la ca?a de plumas y le d¨¦ caza, no obtiene ning¨²n alimento de ello. El segundo apunta a que la acci¨®n debe ser voluntaria, sin que los individuos que la est¨¢n realizando se vean obligados a actuar de esa manera por las condiciones ambientales: el cuervo que se escurre por el tejado nevado lo hace por propia elecci¨®n, quiz¨¢s porque le resulta agradable, no porque no tiene otra manera de bajar de la azotea o se haya resbalado accidentalmente por ella. Tambi¨¦n hay que constatar que la acci¨®n tiene lugar cuando los animales est¨¢n relajados y saciados; una conducta no puede considerarse como juego si el hambre o el miedo pueden estar condicionando la actuaci¨®n. Los hechos deben ser diferentes a sus equivalentes funcionales. As¨ª pues, cuando un el gato juega conmigo me muerde con delicadeza, igual que cuando otros animales juegan a pelearse, los golpes y los mordiscos que se dan los unos a los otros, no son los mismos que cuando se ven involucrados en un conflicto real. Finalmente, la conducta no debe ser anecd¨®tica, sino repetirse en el tiempo u observarse en varios individuos. Cada vez son m¨¢s las conductas que cumplen estos requisitos. Los investigadores van acumulando evidencias en especies de lo m¨¢s variopintas, de las que hasta hace poco resultaba inveros¨ªmil pensar que jugaban, pues m¨¢s all¨¢ de los consabidos mam¨ªferos. Estas conductas se han descrito en aves, reptiles, peces, e, incluso, en algunos invertebrados como pulpos y ara?as. El juego es m¨¢s com¨²n en el mundo animal de lo que se pensaba, pero no es universal; aparece en algunos grupos, pero en otros no, aqu¨ª y all¨ª, salpicando diferentes ramas del ¨¢rbol filogen¨¦tico que llevan a plantear las razones de su evoluci¨®n. Despu¨¦s de todo, jugar no es como alimentarse o reproducirse, no parece una funci¨®n b¨¢sica en la vida de un individuo, as¨ª pues ?para qu¨¦ sirve el juego?
La explicaci¨®n m¨¢s simple que encontramos es la que considera que el juego no tiene funci¨®n ninguna. Los animales podr¨ªan jugar por el placer de hacerlo. Este podr¨ªa ser el caso de los gorilas de monta?a (Gorilla beringei beringei) cuando se plantan en medio de un arroyo y empiezan a barrer el agua con los brazos de un lado a otro. Pueden pasarse minutos chapoteando, tanto machos como hembras, tantos individuos j¨®venes de 7 a?os como adultos de 15. Los machos de gorilas occidentales de llanura (Gorilla gorilla gorilla) golpean dram¨¢ticamente el agua como exhibici¨®n de poder, pero lo visto en los gorilas de monta?a no parece ser disuasorio, ni una demostraci¨®n de fuerza, sino un acto de placer, una diversi¨®n; igual que se ha visto que las ratas que juegan a pelearse disfrutan de r¨¢fagas de dopamina y otras sustancias qu¨ªmicas neuronales que activa la v¨ªa de recompensa del cerebro. Los perros que te traen la pelota para que se la lances una y otra vez parecen haber descubierto la forma de explotar este sistema de recompensas para sentir placer m¨²ltiples veces. Y aunque en algunos casos el juego pueda carecer de otro prop¨®sito evolutivo que el ser algo gratificante, evocar al placer evita intentar explicar el fin adaptativo del mismo, y, aunque la idea resulte tentadora, no deja de ser dif¨ªcil de demostrar, pues que no seamos capaces de imaginar la utilidad de algunas conductas no implica que no exista tal uso. Despu¨¦s de todo, clarificar las motivaciones y los beneficios del juego, m¨¢s all¨¢ de su valor gratificante, podr¨ªa explicarnos mucho sobre nosotros mismos y nuestro desarrollo cognitivo.
Una de las hip¨®tesis m¨¢s aceptadas es pensar que el juego ayuda a aprender habilidades importantes, de tal manera que mi gato, al perseguir las plumas de mentira, estar¨ªa aprendiendo y ejercitando sus habilidades de caza. Esta es una idea ampliamente extendida, una explicaci¨®n que parece obvia y que, sin embargo, no ha resistido el escrutinio cient¨ªfico. Ni los gatos que crecieron rodeados de juguetes para gatos acabaron siendo mejores cazadores que los otros, ni las nutrias asi¨¢ticas (Aonyx cinereus) que m¨¢s malabares hacen con piedras son mejores a la hora de resolver acertijos o extraer comida que las nutrias que no juegan a hacer malabares. Es sorprendente la cantidad de experimentos que han fracasado al intentar probar la utilidad del juego, sugiriendo que muchos animales no parecen aprender demasiado a trav¨¦s del juego. En los humanos, tampoco est¨¢ muy claro, no hay datos consistentes que aseguren que el juego mejore la creatividad, la resoluci¨®n de problemas o las habilidades sociales de los ni?os. Faltan pruebas s¨®lidas, y quiz¨¢s el problema radica en que el juego no mejore cosas f¨¢ciles de medir como el coeficiente intelectual, sino cosas m¨¢s sutiles y dif¨ªciles de medir, como preparar al cerebro para hacer frente a las incertidumbres de la vida. Al jugar, los animales exploran nuevas posibilidades, nuevos desaf¨ªos, reduciendo incertidumbres futuras. Se ha demostrado que las ratas j¨®venes que crecen aisladas tienen la corteza prefrontal, una zona del cerebro involucrada en las interacciones sociales y la toma de decisiones, menos desarrollada, y llegan a tener menos memoria a corto plazo, menor control de los impulsos y de reacci¨®n ante otras ratas, de manera que estos individuos no son tan buenos como los que han jugado con otras a la hora de pelearse, tener sexo o al enfrentarse a un entorno nuevo. No somos ratas, pero nos parecemos mucho¡
Quiz¨¢, el juego sea un subproducto evolutivo. Las cr¨ªas y los j¨®venes, de casi todas las especies, tienen la necesidad innata de explorar y experimentar para descubrir de qu¨¦ alimentarse y qu¨¦ peligros evitar, algo que puede acabar transform¨¢ndose en algo l¨²dico en animales con cierta capacidad cognitiva y suficiente tiempo libre. As¨ª, los pulpos juegan mucho cuando est¨¢n en un acuario, pero no tan tanto en el mar, donde comer y esconderse para sobrevivir, se suponen que ocupan todo su tiempo. Lo mismo podr¨ªa suceder con los dragones de Komodo que juegan con sus cuidadores al tira y afloja en los zool¨®gicos, los cocodrilos que juegan a golpear pelotas con la cola, o los geckos que en su d¨ªa se divirtieron con un objeto flotante en gravedad cero a bordo del sat¨¦lite ruso Bion-M1: todos disponen de tiempo libre, como nosotros cuando nos quedamos enganchados mirando v¨ªdeos de animales jugando en las redes sociales.
Puedes seguir a MATERIA en Facebook, Twitter e Instagram, o apuntarte aqu¨ª para recibir nuestra newsletter semanal.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.