El soborno a un camionero que permiti¨® a la CIA secuestrar un cohete lunar sovi¨¦tico
La agencia de espionaje logr¨® hacerse durante unas horas con un aparato ruso decisivo en los tiempos de la carrera espacial entre las superpotencias
Entre los muchos episodios inveros¨ªmiles que se dieron durante la Guerra Fr¨ªa, pocos superan este: cuando la CIA secuestr¨® (ellos prefer¨ªan decir ¡°tom¨® prestado¡±) un cohete ruso. La operaci¨®n, digna de una pel¨ªcula de James Bond, ocurri¨® en 1959, pero la agencia no liber¨® la informaci¨®n hasta cuarenta a?os m¨¢s tarde, como parte de su programa de ¡°revisi¨®n hist¨®rica¡±. Y a pesar de los a?os transcurridos, el informe oficial no da detalles acerca de qui¨¦n, d¨®nde y cu¨¢ndo se ejecut¨® esa misi¨®n.
Todo empez¨® cuando la Uni¨®n Sovi¨¦tica prepar¨® una exposici¨®n itinerante para exhibir sus logros econ¨®micos. Productos industriales, maquinaria, textiles, pieles, modelos de aviones civiles y del rompehielos nuclear Lenin, lo usual en estos casos. Y, por supuesto, el m¨¢ximo ejemplo de su tecnolog¨ªa, envidia de la reci¨¦n creada NASA: copias de los primeros sat¨¦lites artificiales.
A ¨²ltima hora, la muestra se enriqueci¨® con un art¨ªculo inesperado, la etapa superior del cohete portador de las primeras sondas a la Luna. De tama?o natural, med¨ªa seis metros de largo por m¨¢s de tres de di¨¢metro. Reci¨¦n pintado, en su lateral se hab¨ªan practicado tres ventanillas que permit¨ªan ver el interior. All¨ª dentro estaba una copia del Luna 2 (Lunik 2), el primer objeto que hab¨ªa hecho impacto en nuestro sat¨¦lite.
Una sorpresa para la CIA
Cuando se inaugur¨® la muestra en Nueva York (otras versiones la sit¨²an en Par¨ªs), el personal de la CIA hizo una visita de rutina. Su sorpresa fue may¨²scula al advertir que el cohete no era un simple modelo de exhibici¨®n, sino uno aut¨¦ntico, de vuelo. Le faltaban algunos componentes: el motor y la electr¨®nica, pero por lo dem¨¢s, parec¨ªa completo. ?Podr¨ªa la Uni¨®n Sovi¨¦tica sentirse tan orgullosa de sus logros espaciales que hubiese cedido a la tentaci¨®n de mostrar uno de sus mayores secretos? Ser¨ªa interesante poder echarle un vistazo m¨¢s a fondo.
La oportunidad se presentar¨ªa en la siguiente escala. El informe liberado por la CIA no concreta el lugar, pero posteriores informaciones la sit¨²an en Ciudad de M¨¦xico, donde la exposici¨®n estar¨ªa abierta al p¨²blico durante un mes entre noviembre y diciembre de 1959.
Todo su contenido, pero en especial el cohete, estaban custodiados d¨ªa y noche por personal de seguridad. Eso hac¨ªa imposible acercase a ¨¦l, as¨ª que un equipo de esp¨ªas (¡°operativos¡± en la jerga de la CIA) decidi¨® esperar a la clausura, cuando todos los materiales ser¨ªan embarcados en un tren rumbo al puerto de Tampico. Desde all¨ª ir¨ªan a la Habana.
El grupo operativo estaba formado por cinco especialistas. Seg¨²n las mejores reglas del espionaje, llegaron a M¨¦xico en vuelos separados, se alojaron en diferentes hoteles bajo identidades falsas e incluso el jefe de equipo les recomend¨® que durante los d¨ªas previos a la operaci¨®n se abstuviesen de comida mexicana muy picante para evitar gases, ya que tendr¨ªan que trabajar en un ambiente restringido, cerrado y silencioso.
El camionero agasajado
El d¨ªa de la clausura de la exposici¨®n, se organiz¨® un convoy de camiones con destino a la estaci¨®n del ferrocarril. El que deb¨ªa transportar la enorme caja del Luna sufri¨® una oportuna aver¨ªa que retras¨® su salida varias horas. Los vigilantes, considerando ya cumplida su misi¨®n y sin esperar a que saliese el ¨²ltimo cami¨®n, se apuntaron a una fiesta de despedida que pretend¨ªa celebrar el final de un trabajo bien hecho. Luego se a?adir¨ªan hasta los que deb¨ªan custodiar las cajas en el muelle de carga del ferrocarril.
Ya oscurecido y sin vigilantes alrededor, el cami¨®n arranc¨® de forma ¡°milagrosa¡±. Pero en vez de dirigirse a la estaci¨®n, tom¨® por unas calles secundarias y casi desiertas. Escoltado, eso s¨ª, por dos autom¨®viles cuyos ocupantes vigilaban que nadie les siguiese.
A medio camino, el cami¨®n se detuvo y los hombres de la CIA convencieron al conductor para que cediese el volante a uno de los suyos. Amablemente, le acompa?aron a un hotel donde estar¨ªa invitado hasta la ma?ana siguiente, con todos los gastos pagados. El informe no detalla con qu¨¦ se le entretuvo. Dinero, tequila, compa?¨ªa femenina o un poco de todo.
El cami¨®n, cubierto con una lona, entr¨® en un destartalado almac¨¦n de maderas, maniobra que no result¨® f¨¢cil debido a la estrechez de la puerta. Tras unos minutos de espera, abrieron la tapa superior de la caja. Por suerte, mostraba signos de haber sido abierta y cerrada en otras ocasiones, as¨ª que cualquier nuevo desperfecto pasar¨ªa desapercibido.
M¨¢s de cien tornillos
A continuaci¨®n, gui¨¢ndose solo con la luz de sus linternas, los t¨¦cnicos saltaron al interior de la caja. Tal como ya les hab¨ªan advertido, el espacio entre el cohete y las paredes era m¨ªnimo. Un grupo se dedic¨® a destornillar las ventanillas frontales y otro, a la placa posterior que les dar¨ªa acceso a los dep¨®sitos de combustible y sistema hidr¨¢ulico. Eran m¨¢s de cien tornillos de est¨¢ndar m¨¦trico; por suerte, este era un detalle que hab¨ªan tenido en cuenta al seleccionar sus herramientas.
Para no dejar huellas de sus zapatos, los cinco hombres trabajaron en calcetines. Durante horas estuvieron tomando fotograf¨ªas del interior y el exterior. Ocho carretes. A medianoche, un coche auxiliar que vigilaba sus movimientos, llev¨® la pel¨ªcula expuesta al laboratorio de la embajada estadounidense para revelarlo y comprobar que las fotos se hab¨ªan registrado bien.
Entretanto, los cinco hombres siguieron raspando limaduras de metal, copiando los nombres de los fabricantes de cada pieza, desmontando v¨¢lvulas, midiendo el tama?o de los soportes del motor y reba?ando los restos de fluido hidr¨¢ulico y keroseno que a¨²n quedaban en los tanques.
Por su parte, los t¨¦cnicos que hab¨ªan entrado en el compartimento de proa se encontraron con un conector protegido por un precinto de pl¨¢stico con el escudo de la URSS. Hab¨ªa que retirarlo si quer¨ªan acceder al resto de la circuiter¨ªa. Lo rompieron y enviaron los fragmentos a otro especialista (que esperaba, probablemente, tambi¨¦n en la embajada). Al cabo de poco el mismo autom¨®vil de soporte les trajo de vuelta otro sello id¨¦ntico al original.
Sin levantar sospechas
Era ya de madrugada. Solo quedaba volver a montar las piezas retiradas sin olvidar el precinto falsificado. Luego, comprobar que el interior de la caja estaba impoluto, sin rastros que delatasen su paso, cerrarla y llevar el cami¨®n al muelle de la estaci¨®n donde esperaba el resto de la exposici¨®n. Por el camino recoger¨ªan al chofer original, encantado de su aventura. Las instrucciones eran que aparcase junto a los dem¨¢s veh¨ªculos y echase una siesta a la espera de que a eso de las siete de la ma?ana apareciese el funcionario ruso encargado del despacho.
Este no se inmut¨® en lo m¨¢s m¨ªnimo. La lista de paquetes era larga y ¨¦l no ten¨ªa conocimiento de qu¨¦ iba en ellos. Se limit¨® a poner una marca junto a la l¨ªnea que se refer¨ªa al enorme bulto y eso fue todo. Al cabo de pocas horas, todas las cajas se embarcaban en un tren de mercanc¨ªas rumbo a Tampico.
El bot¨ªn de fotos y datos obtenidos en esta operaci¨®n permiti¨® a los especialistas de la CIA estimar el peso y potencia del cohete. Su peso era muy pr¨®ximos a la m¨¢xima capacidad de carga del vector principal, el mismo que hab¨ªa lanzado al Sputnik. El R-7 era un misil militar, dise?ado para lanzar ingenios termonucleares. Pero con esta etapa a?adida, se convert¨ªa en un veh¨ªculo perfecto para exploraci¨®n planetaria.
Los c¨¢lculos preliminares suger¨ªan que con ¨¦l podr¨ªa enviarse una carga de cinco toneladas a ¨®rbita terrestre (como, en efecto, ocurrir¨ªa dos a?os m¨¢s tarde con el vuelo de Yuri Gagarin). O una tonelada a Marte, o depositar cien kilos en la Luna. La historia se encargar¨ªa de demostrar cu¨¢n acertadas eran esas previsiones.
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