Una cadena de cat¨¢strofes marcianas: cuando la NASA confundi¨® el sistema m¨¦trico con el imperial
Fragmento del libro ¡®M¨¢s all¨¢ de la Tierra¡¯, del divulgador Rafael Clemente, en el que relata en detalle la alucinante historia de la exploraci¨®n espacial
El decenio de 1990 fue nefasto para los proyectos de exploraci¨®n de Marte. De siete intentos solo dos tuvieron ¨¦xito. La aparente facilidad con que hab¨ªan aterrizado los Viking ocultaba una realidad: posarse en el planeta rojo era mucho m¨¢s dif¨ªcil de lo que parec¨ªa. En los primeros cincuenta a?os de exploraci¨®n marciana, casi la mitad de los veh¨ªculos enviados all¨ª se estrellaron o dejaron de funcionar.
En septiembre de 1992 la NASA lanzo su Mars Observer, una plataforma que deb¨ªa continuar y ampliar los estudios realizados desde los orbitadores Viking. Era un veh¨ªculo de nuevo dise?o, el primero de una clase destinada a realizar visitas planetarias no solo a Marte sino tambi¨¦n, en el futuro y con las necesarias adaptaciones, a Venus o Mercurio.
Se hab¨ªa construido a partir de un cuerpo est¨¢ndar propio de sat¨¦lites de comunicaciones convencionales. Parec¨ªa una buena idea desde el punto de vista de aprovechar dise?os ya probados pero no lo fue. Algunos de sus componentes, que hab¨ªan funcionado bien durante semanas en torno a la Tierra no soportar¨ªan los rigores de un viaje de meses hacia entornos mucho m¨¢s fr¨ªos.
Cuando el Mars Observer estaba a solo un par de d¨ªas de alcanzar su objetivo, se le transmiti¨® la orden de poner bajo presi¨®n sus dep¨®sitos en preparaci¨®n a la maniobra de frenado. No se sabe con exactitud qu¨¦ sucedi¨®. Las sospechas apuntan a una leve fuga de oxidante (tetr¨®xido de nitr¨®geno) en una v¨¢lvula. Aunque era poca cantidad a lo largo de los once meses que dur¨® el vuelo, el corrosivo l¨ªquido se fue acumulando en las tuber¨ªas. Al abrirse un segundo juego de v¨¢lvulas, entr¨® en contacto con el combustible provocando una explosi¨®n. No es m¨¢s que una entre varias hip¨®tesis, pero el brusco fallo de las comunicaciones no permiti¨® llegar a una conclusi¨®n definitiva.
Mejor suerte tuvo el Mars Global Surveyor, otra sonda lanzada cuatro a?os despu¨¦s. A ra¨ªz del fracaso del Observer se hab¨ªa abandonado ya la idea de utilizar un tipo de nave que sirviera para todas las misiones. Este era un dise?o nuevo, espec¨ªfico para operar en Marte; los instrumentos cient¨ªficos que cargaba eran casi id¨¦nticos a los que se hab¨ªan perdido en el intento anterior.
Las posiciones relativas de Tierra y Marte hicieron que la traves¨ªa fuese larga: once meses. El viaje culmin¨® entrando en una ¨®rbita muy alargada, cuya altura se ir¨ªa reduciendo hasta circularizarse a un nivel de solo 230 kil¨®metros. El ajuste llev¨® otro a?o y medio, porque por primera vez se utilizaron los paneles solares como aerofrenos en lugar de un motor qu¨ªmico. Eran dos aletas orientables y suficientemente resistentes para soportar repetidas veces el rozamiento de las capas altas de la atm¨®sfera.
Al final, el Global Surveyor qued¨® en una ¨®rbita heliosincr¨®nica, calculada de tal manera que pasaba sobre el mismo accidente del terreno a la misma hora solar. Las condiciones de iluminaci¨®n eran similares y las sombras, siempre id¨¦nticas, facilitaban el detectar cambios en el paisaje.
Aunque proyectado con una vida ¨²til de solo dos a?os, el MGS recibi¨® repetidas extensiones de misi¨®n (o sea, asignaciones presupuestarias) que lo mantuvieron activo durante casi diez. M¨¢s que ninguna otra nave enviada a Marte hasta entonces. Durante ese tiempo obtuvo un cuarto de mill¨®n de im¨¢genes as¨ª como una detallada cobertura altim¨¦trica del planeta. Esa informaci¨®n resultar¨ªa de gran ayuda para preparar las futuras operaciones de los robots m¨®viles que estaban a punto de llegar.
En noviembre de 1996, la Uni¨®n Sovi¨¦tica hab¨ªa dejado de existir. El Mars 8 estaba destinado a ser la primera sonda de espacio profundo que ondease la bandera rusa tricolor y ten¨ªa asignado un ambicioso programa cient¨ªfico. Adem¨¢s de una plataforma con c¨¢maras de v¨ªdeo y sensores remotos cargaba dos c¨¢psulas de aterrizaje y dos penetradores. Estos ¨²ltimos, una especie de dardos de dos metros de longitud que se lanzar¨ªan desde ¨®rbita para incrustarse en el suelo. Justo antes del impacto se dividir¨ªan en dos secciones: la ojiva se enterrar¨ªa profundamente; la de popa, conectada por una serie de cables, quedar¨ªa en la superficie. En la proa iba un sism¨®metro, medidores t¨¦rmicos y analizadores de mineralog¨ªa, todos ellos capaces de sobrevivir a un choque a 300 Km/h; sus mediciones llegar¨ªan al veh¨ªculo orbital a trav¨¦s del emisor instalado en el segmento posterior de la sonda.
Nada de este plan pudo realizarse. La ¨²ltima etapa del cohete sufri¨® un fallo y la sonda, tras un d¨ªa atrapada en una ¨®rbita incorrecta alrededor de la Tierra, se desintegr¨® al penetrar en la atm¨®sfera.
La racha de fracasos continu¨®, esta vez bajo pabell¨®n japon¨¦s. La Nozomi era un veh¨ªculo peque?o, en cuya instrumentaci¨®n hab¨ªan participado otras cuatro agencias extrajeras. Su objetivo tambi¨¦n era orbitar alrededor de Marte para analizar su terreno, atm¨®sfera y medio interplanetario vecino.
Lo m¨¢s novedoso era su trayectoria. Para alcanzar la velocidad de escape sin mucho gasto de combustible se le hizo pasar dos veces cerca de la Luna y una m¨¢s de la propia Tierra acelerando m¨¢s gracias a su tir¨®n gravitatorio. La maniobra le hab¨ªa costado seis meses de navegaci¨®n, pero tuvo ¨¦xito. A finales de diciembre de 1998, con una peque?a ayuda de su motor emprendi¨® ruta hacia Marte.
Lamentablemente, otra v¨¢lvula mal cerrada provocar¨ªa una p¨¦rdida del valioso combustible necesario en los ajustes de rumbo finales. Los t¨¦cnicos japoneses se vieron obligados a recalcular la trayectoria para acelerarlo sin gastar propergol. Pas¨® dos veces m¨¢s por delante de la Tierra pero cada maniobra supon¨ªa dar otra vuelta alrededor del Sol. Cuatro a?os m¨¢s de viaje.
Una odisea. Una erupci¨®n solar da?¨® el equipo de comunicaciones y el control de los calefactores. Se congel¨® la hidracina remanente en los conductos de alimentaci¨®n y solo gestionando muy bien la orientaci¨®n de la nave para aprovechar el calor del Sol pudieron volver a licuarla.
Por fin, en diciembre de 2003, tras cinco a?os y medio de viaje, estaba a punto de alcanzar su destino. Solo cinco d¨ªas m¨¢s y disparar¨ªa su motor de maniobra forzando la captura. Fue entonces cuando la telemetr¨ªa mostr¨® que el propulsor no respond¨ªa e iba directamente a impactar contra Marte. Nozomi no hab¨ªa sido esterilizado antes de despegar y, en consecuencia, no pod¨ªa permitirse que se estrellase por el peligro de provocar una posible contaminaci¨®n biol¨®gica. A toda prisa se le enviaron ¨®rdenes que disparasen los reactores de control de posici¨®n, mucho m¨¢s d¨¦biles, con los que alterar su trayectoria.
Nozomi sobrevol¨® Marte a un millar de kil¨®metros de altura antes de perderse en el espacio.
Pero entre todos los fracasos de la exploraci¨®n marciana, pocos tan humillantes como el del Mars Climate Orbiter, lanzado por la NASA en diciembre de 1998. Una misi¨®n meteorol¨®gica para complementar la del exitoso Mars Global Surveyor que continuaba enviando fotos y mediciones de excelente calidad.
Esta vez, se pretend¨ªa estudiar la evoluci¨®n de la atm¨®sfera de Marte a lo largo de un par de a?os. En especial, la abundancia y distribuci¨®n de vapor de agua, temperatura y el polvo en suspensi¨®n responsable del caracter¨ªstico color rosado de su cielo que ya hab¨ªan detectado los Viking.
La trayectoria parec¨ªa normal durante los nueve meses que dur¨® el viaje. Cierto que se hab¨ªan notado algunas leves desviaciones pero eso era habitual y pod¨ªan corregirse mediante el motor de maniobra. De hecho, se realizaron cuatro ajustes, as¨ª que cuando la sonda se ocult¨® tras el planeta para ejecutar la operaci¨®n de captura en modo autom¨¢tico, casi todos los controladores y directores de vuelo estaban tranquilos. Casi. No todos.
El Climate Orbiter nunca reapareci¨® ni se volvi¨® a tener noticias de ¨¦l. Posteriores an¨¢lisis de la trayectoria mostraron que en lugar de pasar a una altura de 150 kil¨®metros lo hab¨ªa hecho a menos de 60. A ese nivel la atm¨®sfera ya era tan densa que la fricci¨®n del aire equival¨ªa el efecto de la llama de un soplete contra el veh¨ªculo. Quiz¨¢s se quem¨®; quiz¨¢s la brusca deceleraci¨®n destroz¨® su estructura aun antes de llegar al suelo; o la hidracina del dep¨®sito alcanz¨® su punto de ignici¨®n y explot¨® como una bomba. O las tres cosas a la vez.
El des¨¢nimo dio paso a la rechifla cuando se conoci¨® la causa del fatal desv¨ªo de trayectoria. Lockheed, fabricante del veh¨ªculo, hab¨ªa facilitado al Laboratorio de Propulsi¨®n a Chorro de la NASA (JPL) unos datos de seguimiento en medidas imperiales, las habituales en la industria aeron¨¢utica; el JPL trabajaba siempre en m¨¦tricas. Libras frente a newtons. Y nadie lo hab¨ªa descubierto a tiempo.
La consternaci¨®n general a ra¨ªz del fracaso del Climate Orbiter se agrav¨® a¨²n m¨¢s por el hecho de que otra nave similar estaba en camino. Era el Mars Polar Lander, un aterrizador perteneciente al mismo programa de exploraci¨®n marciana.
La tradicional prudencia de la NASA, el asegurar un paso antes de dar el siguiente se hab¨ªa remplazado por una ideolog¨ªa m¨¢s agresiva y menos preocupada por cubrir todas las eventualidades. El nuevo mantra establecido por el administrador de la agencia era ¡°M¨¢s r¨¢pido, mejor, m¨¢s barato¡±. Muchos opinaban que el cambio hab¨ªa sido a peor e ironizaban completando el lema con ¡°...elija dos¡±.
La investigaci¨®n que sigui¨® al desastre del Climate Orbiter se?al¨® casos flagrantes de mala organizaci¨®n, falta de entrenamiento, dificultades de comunicaci¨®n entre empresas e incluso desconocimiento del funcionamiento de algunos sistemas.
El Polar Lander se hab¨ªa dise?ado aplicando aproximadamente los mismos criterios: Aceptar atajos, reducir costes, limitar pruebas... Pero su misi¨®n era complicada: Aterrizar en las cercan¨ªas del casquete ant¨¢rtico (a unos 75? de latitud Sur), recoger muestras con su brazo rob¨®tico y someterlas a an¨¢lisis, tomar fotograf¨ªas del terreno, medir una serie de par¨¢metros meteorol¨®gicos (presi¨®n, temperatura, velocidad del viento), localizar hielo en suspensi¨®n en las capas bajas de la atm¨®sfera y hasta desprender un par de c¨¢psulas instrumentadas que deber¨ªan hincarse en el suelo helado para investigar sus caracter¨ªsticas.
Nada de esto llegar¨ªa a cumplirse. Aunque se supone que todo se desarroll¨® bien durante la mayor parte del descenso, el veh¨ªculo nunca respondi¨®. La opci¨®n m¨¢s razonable es que se estrellase. No hubo forma de confirmarlo puesto que durante la maniobra de aterrizaje no transmit¨ªa telemetr¨ªa. Posteriores intentos de fotografiarlo desde ¨®rbita s¨ª que localizaron el paraca¨ªdas descartado pero ni rastro del aterrizador.
El an¨¢lisis de fallos apunt¨® un posible culpable. En el momento de desplegar en tren de aterrizaje, a 40 metros de altura, la vibraci¨®n pudo provocar una se?al espuria que el computador interpretase como de contacto con el suelo. En consecuencia, habr¨ªa detenido el motor de frenado dejando al Polar Lander seguir en ca¨ªda libre. El impacto era demasiado violento como para que un veh¨ªculo tan fr¨¢gil sobreviviese.
M¨¢s all¨¢ de la Tierra
Autor: Rafael Clemente
Precio: 19,50€
Editorial: Libros Cúpula
Páginas: 272