Por lo que nos cuentan, en Valencia naci¨® la civilizaci¨®n
Masticando la tragedia, alcanzamos el relato atribuido a la antrop¨®loga estadounidense Margaret Mead para explicar el nacimiento de la civilizaci¨®n
En estos d¨ªas de barro y duelo, hemos visto c¨®mo afloraba lo peor y lo mejor del ser humano. De lo peor, de los rincones de sombra, ya se ocupan otras voces. La nuestra va en direcci¨®n contraria, me refiero a que lo interesante son las muestras de empat¨ªa y de solidaridad con las personas afectadas. La que viene a continuaci¨®n es para se?alar, pues nos remonta a los primeros tiempos, a las primeras edades del hombre.
Ocurri¨® a la a...
En estos d¨ªas de barro y duelo, hemos visto c¨®mo afloraba lo peor y lo mejor del ser humano. De lo peor, de los rincones de sombra, ya se ocupan otras voces. La nuestra va en direcci¨®n contraria, me refiero a que lo interesante son las muestras de empat¨ªa y de solidaridad con las personas afectadas. La que viene a continuaci¨®n es para se?alar, pues nos remonta a los primeros tiempos, a las primeras edades del hombre.
Ocurri¨® a la altura de Torrent, en la autov¨ªa, cuando la gente ped¨ªa auxilio en sus coches. Como sabemos, algunas personas acudieron al rescate y propiciaron el salvamento. Uno de los grupos supervivientes se qued¨® a pernoctar en un concesionario cercano. Entre las personas del grupo hab¨ªa un hombre con el f¨¦mur roto. Con una escalera se improvis¨® una camilla para poder ser trasladado. Una mujer, que era enfermera, lo estuvo cuidando durante toda la noche y otro superviviente consigui¨® analg¨¦sicos para aliviarle los dolores de la fractura. Los obtuvo en un centro de salud inundado y, para ello, tuvo que atravesar las v¨ªas del AVE.
De esta manera, masticando la tragedia, alcanzamos el relato atribuido a la antrop¨®loga estadounidense Margaret Mead (1901-1978) reconocida por el movimiento feminista gracias a su trabajo e implicaci¨®n a la hora de demostrar que las diferencias de g¨¦nero no vienen determinadas por la biolog¨ªa, sino por la influencia del entorno. Para Margaret Mead, atributos como masculino y femenino son el reflejo de las condiciones culturales que dominan una sociedad. Sin duda alguna, el suyo fue un punto de vista revolucionario y efectivo para derribar prejuicios sociales.
Sin olvidarnos de esto, llegamos hasta el d¨ªa que una estudiante le pregunt¨® a Margaret Mead cu¨¢l fue el primer signo de civilizaci¨®n de la historia de la Humanidad. Y Margaret Mead respondi¨® que el primer signo de civilizaci¨®n fue un f¨¦mur que alguien se fractur¨® y que luego apareci¨® curado. Este f¨®sil fue el primer indicio de humanizaci¨®n; la medida de un acto ¨¦tico tan definitivo como lo viene a ser el cuidado del pr¨®jimo.
Seg¨²n sigui¨® contando Margaret Mead, en el reino animal, cuando te rompes una pierna, en este caso una pata, tienes todas las de morir, ya que no puedes salir corriendo si te vienen a atacar, y tampoco puedes moverte a conseguir comida ni agua si tienes sed. No hay un animal que sobreviva a una pata rota. Demasiado tiempo hasta que el hueso sane. Por eso, el hallazgo de un f¨¦mur roto procedente de un hom¨ªnido con se?ales de haber sido curado por otro hom¨ªnido, es el primer signo claro de civilizaci¨®n; la prueba de que alguien ha cuidado del cuerpo enfermo.
No hay evidencias de que Margaret Mead contestase esto a la estudiante. Sin embargo, la an¨¦cdota ha sido atribuida a ella y nos asalta cada vez que ocurre una tragedia. Y el otro d¨ªa, dio la casualidad de que fue un f¨¦mur y no otro hueso el que se le rompi¨® a uno de los supervivientes. Su cuidado, por parte de una enfermera durante toda una noche, nos recuerda que hacemos ¡°civilizaci¨®n¡± cada vez que atendemos a alguien enfermo.
Tal acto lo llevamos en el ADN y es el atributo de nuestro progreso. De no haber sido as¨ª, todav¨ªa andar¨ªamos por las ramas, seguir¨ªamos siendo como los monos del nuevo mundo; pertenecer¨ªamos al grupo llamado Platyrrhini, por no ponernos m¨¢s atr¨¢s a¨²n, cuando todav¨ªa pertenec¨ªamos a un infraorden de prosimios con disposici¨®n lateral de los ojos, y cuerpo cubierto de pelos.
El hacha de piedra es una secci¨®n donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad cient¨ªfica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.