Victorino Ruiz de Az¨²a, el guardameta de la redacci¨®n
El periodista, que desarroll¨® gran parte de su carrera en EL PA?S, ha fallecido a los 69 a?os en Madrid
La voz anunciaba su llegada, cada d¨ªa, de domingo a jueves. ¡°Buenas tardes¡±. Victorino Ruiz de Az¨²a repet¨ªa el saludo tres veces: al entrar a la sala central de la redacci¨®n de EL PA?S, a medio camino y antes de sentarse a su mesa. El timbre, rotundo y sin titubeos, anticipaba que la cosa iba en serio. El cierre de un peri¨®dico es un momento decisivo de la rutina informativa y lo era a¨²n m¨¢s cuando los diarios impresos eran la foto fija de una jornada y la integraci¨®n con las ediciones digitales todav¨ªa daba sus primeros pasos. El responsable de esa liturgia cotidiana ha fallecido este s¨¢bado a los 69 a?os.
Su trabajo se parec¨ªa en ¨²ltima instancia al de un portero en la final de un Mundial. Evitar los goles, que en un medio de comunicaci¨®n son los descuidos, los textos y titulares imprecisos o de dif¨ªcil comprensi¨®n, las noticias de ¨²ltima hora pasadas por alto o la lentitud. De ocho de la tarde a diez de la noche no hab¨ªa margen para el error y eso entra?aba una serie de premisas: a esa hora se aparcaban las per¨ªfrasis y las instrucciones no admit¨ªan r¨¦plicas. A veces resonaban las voces. ¡°Mal y empeorando¡±, zanjaba cuando alguien le preguntaba c¨®mo estaba.
El talante marcial de esos momentos, sin embargo, ten¨ªa su recompensa: verle trabajar era en s¨ª una clase de periodismo y Victorino, un maestro ingenioso, atento y generoso que siempre quiso y defendi¨® a la redacci¨®n, pese a la multitud de rega?os que repart¨ªa cada d¨ªa. Antes de ser un formidable redactor jefe de Cierre de EL PA?S, Ruiz de Az¨²a fue delegado en el Pa¨ªs Vasco, jefe de local en Madrid, corresponsal pol¨ªtico y subdirector de Cinco D¨ªas. Nacido en Burgos en 1952, estudi¨® en Sevilla y a veces, ya entrada la madrugada, recordaba alg¨²n episodio de su pasado o revelaba alguna pasi¨®n. Su compromiso contra la dictadura, la militancia antifranquista, su querencia por los cantautores en euskera, la cultura franc¨®fona y la historia del carlismo.
Cuando la actualidad lo permit¨ªa, se conced¨ªa alguna licencia y conversaba con los redactores m¨¢s j¨®venes de la mesa o encargados del cierre de alguna secci¨®n. Una noche, ?lvaro de C¨®zar le se?al¨® una errata al final de un texto de uno de los peri¨®dicos de la competencia, que sol¨ªan llegar pasadas las doce de la noche. Victorino llam¨®, pidi¨® hablar con su hom¨®logo y se present¨®. ¡°Mire, uno de mis redactores ha llegado hasta el final de un texto de su diario¡±. Silencio. ¡°S¨ª, a m¨ª tambi¨¦n me sorprende, el caso es que vio una errata¡±.
En torno a Ruiz de Az¨²a se cre¨®, durante esos a?os, una peque?a mitolog¨ªa. Hay una generaci¨®n de periodistas marcada por sus ense?anzas, sus broncas, sus frases y sus rutinas. Como la llamada que cerraba cada jornada, al filo de las tres. Levantaba el tel¨¦fono para hablar con el jefe de producci¨®n y enlace con las rotativas: ¡°Jos¨¦ Luis, el que quiera que se quede¡±.
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