Contramundo
Se trata de un proyecto narrativo que comenta y critica, con agudeza y corrosivo humor, las corrientes pol¨ªticas e ideol¨®gicas m¨¢s influyentes y caracter¨ªsticas de nuestra contemporaneidad. Una novela de Ignacio Vidal-Folch
Volv¨ªa a casa despu¨¦s de cuadrar los balances y contar tres veces el dinero. A veces, no me daba cuenta de que ya era de noche hasta que entraba en el piso en sombras, y entonces ven¨ªan a m¨ª flotando unos versos: Es de noche. Ahora hablan m¨¢s fuerte todos los surtidores. Y tambi¨¦n mi alma es un surtidor. Es de noche: s¨®lo ahora se despiertan todas las canciones de los amantes. Y tambi¨¦n mi alma es la canci¨®n de un amante?
El hombre que los escribi¨® no ten¨ªa suerte. Ten¨ªa una salud p¨¦sima, se pas¨® la vida en guerra contra todo, desde Dios a la gram¨¢tica, y combat¨ªa consigo mismo con tal crueldad que para escapar del dolor no le qued¨® otro remedio que volverse loco.
Igual que Aldana, vivi¨® con un trasgo a brazos debatiendo. Pero versos como los de La canci¨®n de la noche, ?qui¨¦n, que no padezca horrores, qui¨¦n que est¨¦ cuerdo y que no haya esculpido sobre el propio cr¨¢neo un rostro grotesco, podr¨ªa escribirlos??
Si yo escribiese, escribir¨ªa otras cosas.
Por ejemplo:
Es de noche. Ya est¨¢n encendidos todos los televisores.
Y tambi¨¦n mi alma es un televisor?
Es de noche: s¨®lo ahora se oyen todos los discursos de los locutores. Y tambi¨¦n mi alma es el discurso de un locutor?
Durante muchos a?os la noche fue siempre igual.
Estaba en el sof¨¢, entre una lata de cerveza y un cenicero lleno de colillas, irradi¨¢ndome de azul con la luz del televisor e indiferente a los payasos de la tele, a la espera de que hablase Parvus y luego pusieran en la pantalla alg¨²n otro crimen un poco m¨¢s sangriento y excitante, y despu¨¦s de echar una mirada al techo o de emitir un largo bostezo, volv¨ªan las sospechas de que el ancho mundo que est¨¢ ah¨ª fuera envuelto en oscuridad se reduce a esto:
Un pavimento de incesante alquitr¨¢n, sembrado de altos bloques de hormig¨®n id¨¦nticos los unos a los otros, en el interior de los cuales la humanidad aguarda a que Parvus, el prefecto, el Eminente, pronuncie un discurso, corte la cinta con los colores de la bandera, y la en¨¦sima inauguraci¨®n oficial de la semana concluya de una vez, para que empiecen por fin los anuncios de coches, heraldos de la pel¨ªcula, el concurso, el partido de f¨²tbol.
Iluminado por el aura azul del aparato, fui cediendo a la convicci¨®n, m¨¢s s¨®lidamente fundada a cada instante, a cada ceremonia, de que la Historia puede resumirse en dos p¨¢rrafos:
Unos seres de confusa morfolog¨ªa, blandos y ciegos, emergen del limo oce¨¢nico y se arrastran penosamente hasta alcanzar tierra firme? Desde el fondo de los siglos se va irguiendo la horda pat¨¦tica, encarnaci¨®n de una voluntad ciega e inapelable; abren los ojos. Recorren desiertos, salvan abismos; escapan de cat¨¢strofes; sobreviven al diluvio universal y a las guerras at¨®micas; les diezman las epidemias; exterminan a las dem¨¢s especies para se?orear la Tierra, destacan avanzadillas a la Luna y van m¨¢s lejos a¨²n, hasta rozar con las u?as el fondo del futuro? ?para encontrarse a s¨ª mismos de regreso aqu¨ª, envueltos en esta penumbra azul, distribuidos en grutas sofocantes dentro de los grandes cubos de hormig¨®n, en grupitos familiares, parejas e individuos solos que se han desparramado sobre los sof¨¢s, entre latas vac¨ªas de cerveza volcadas por la moqueta y ceniceros llenos de colillas, para ver las palabras y escuchar el rostro de Soc¨ªas.
?l es el analista de guardia, el int¨¦rprete preciso de las frases enigm¨¢ticas que el Prefecto, mago de la ambig¨¹edad, farfulla en las ceremonias, en los cente- narios, quincuacentenarios y milenarios de los condes fundadores, en los funerales de los varones ilustres y repartos de medallas a los buenos ciudadanos.
All¨¢ donde est¨¦ Parvus, muy cerca, a su lado y un paso por detr¨¢s, estar¨¢ Soc¨ªas, la cabeza ligeramente ladeada, la oreja bien tendida, tomando notas y barajando las palabras que emplear¨¢ para transmitir a la plebe los oraculares dictados de su se?or. Y como la funci¨®n crea el ¨®rgano, el analista con el paso del tiempo se va pareciendo m¨¢s y m¨¢s al Analizado; Soc¨ªas parece la r¨¦plica del Prefecto que se exhibe en el Museo de Cera, un mu?eco m¨¢s de ese inquietante museo de reproducciones que se esconde en una
plazoleta del casco antiguo, perfectamente olvidado —salvo por alg¨²n grupo de turistas, a los que el gu¨ªa conduce un domingo por la tarde con promesas enga?osas; y si encuentran a un vagabundo durmiendo la mona, le sacan fotos—. Una r¨¦plica de cera que se hubiese echado a andar, a vivir en ¨®rbita de Parvus.
Tanto se van pareciendo que cada d¨ªa se hace m¨¢s dif¨ªcil distinguir al uno del otro, y agrada verles juntos, dos en vez de uno, en la pantalla. Cierto es que cada bolsa de carne, abultamiento y concavidad de la cabeza del Prefecto es la huella y manifestaci¨®n f¨ªsica de un conflicto, de una lucha, de una victoria. De manera que en los bultos y socavo- nes que singularizan su rostro est¨¢ escrita la historia de su conquista del poder: en la oblicua tristeza de las cejas, los a?os juveniles del seminario en Alemania, cuando iba para ministro de la Iglesia y sublimaba en la ambici¨®n cardenalicia los dem¨¢s deseos y ambiciones. En el rictus severo y, a veces, amargo de la boca, la ¨¦poca de la lucha clandestina, la madrugada en que seis polic¨ªas entraron en su casa y se lo llevaron en pijama, delante de los ni?os y la esposa horrorizados, los a?os de c¨¢rcel. En el aplomo y determinaci¨®n de los ademanes taxativos, inapelables, la tard¨ªa conquista del poder y su ejercicio sostenido durante d¨¦cadas.
Mientras que lo que est¨¢ escrito en la apariencia del aut¨®mata es la historia de una empat¨ªa absoluta, de una admirada sumisi¨®n a quien encarna ese poder conquistado, el deseo de ser clon. Por si t¨², lector, no sabes distinguirles, te aclaro que el original tiene bastantes a?os m¨¢s que la copia. Si te fijas ver¨¢s, a pesar del maquillaje, que las arrugas y surcos de un rostro son m¨¢s hondos que los del otro. El que mantiene la vista clavada en el suelo, atento a paisajes que s¨®lo ¨¦l puede ver, por donde su pueblo, el pueblo elegido, escala las m¨¢s altas cumbres de la felicidad y de la esencia para asombro de las dem¨¢s naciones, ese que parece hablar consigo mismo y al que no se le entiende nada de lo que dice, ¨¦se es el Prefecto. Ha luchado m¨¢s, ha sufrido m¨¢s, ha vencido m¨¢s. El otro, el que vocalizando untuosa y claramente, mirando a c¨¢mara, susurra: ?Lo que ha querido decir el Eminente?.?, ¨¦se es Soc¨ªas; de profesi¨®n augur, int¨¦rprete de la actualidad, y tambi¨¦n difusor de luz desde la columna de un peri¨®dico, donde predica a los filisteos y se gana su nombrad¨ªa; de ¨¦l se dice:
—Desde luego, tiene informaci¨®n privilegiada y gracia para explicarla.
—Tiene chispa.
—Sobre todo es? agradable.
Es popular en el ateneo y en el casino del pueblo donde veranea. En esos sitios le sonr¨ªen, y no falta el t¨ªpico chistoso que le pregunta:
—Soc¨ªas, acl¨¢rame una cosa: ?qu¨¦ quiso decir ayer el Eminente?
Por si fuese verdad que el estilo es el hombre, aqu¨ª procede decir unas palabras sobre el de Soc¨ªas. Un estilo actual. No tiene nada que ver con la oratoria imperial que se gastaban los gangosos de anta?o, los sicofantes de la dictadura, con gafas negras y adjetivos rancios, a los que la generaci¨®n de Soc¨ªas, una joven generaci¨®n de ?comunicadores? sin grandes conocimientos ni ideales pero con mucho sentido com¨²n, alegr¨ªa y ganas de vivir, empuj¨® al desv¨¢n de los malos recuerdos. Esa generaci¨®n hedonista de la que Soc¨ªas es el arquetipo aporta a los salones y a los comedores, ¨¢mbitos del televisor, desenvoltura y un tono ligero, jocoso, muy adecuado a nuestra realidad, porque en el Condado nunca sucede nada grave; y si un d¨ªa sucediera, nosotros podr¨ªamos escapar en el ¨²ltimo instante por una trampilla de prestidigitador, caer por un t¨²nel y aterrizar sobre un blando mont¨®n de ropa para la lavander¨ªa. Somos gente espabilda, din¨¢mica. Pose relajada, veladuras de iron¨ªa, un gui?o imperceptible desde detr¨¢s de la pantalla azul. Si esa actitud general pudiera traducirse en palabras, dir¨ªa algo as¨ª como: ?No me lo acabo de creer; y t¨² tampoco, ?verdad, amigo? Ah, el mundo es una gran, gran farsa.?
Pero esa desenvoltura, como digo, es pura cuesti¨®n de estilo, pues yo he visto al risue?o ex¨¦geta trotando como un burro por los vest¨ªbulos del aeropuerto, en pos del Prefecto y su s¨¦quito, que han pasado la aduana, que ya est¨¢n embarcando en el avi¨®n, que no le van a esperar.
—?Llego tarde! ?Llego tarde!
?Llegaba tarde al porvenir! Entre los dientes llevaba el pasaporte y el billete; con una mano arrastraba la maleta por las losas de m¨¢rmol y con la otra sosten¨ªa en alto la percha con el traje, envuelto en una funda de pl¨¢stico, el traje reci¨¦n salido de la tintorer¨ªa que lucir¨¢ ma?ana en los salones de alguna embajada mientras el Prefecto explica al cuerpo diplom¨¢tico o al c¨ªrculo de empresarios reunido para agasajarle:
—Our fatherland is a little country? between the holy mountains and the ancient sea? Nuestra pobre y peque?a patria? secularmente presa en las fronteras de una rep¨²blica que nunca la ha entendido?
?Innumerables veces, a lo largo de los a?os, ante audiencias variopintas, incluidos los j¨ªbaros reductores de cabezas y los perfumados barberos de la peluquer¨ªa Dandy, ha repetido Parvus su jerem¨ªaca cantinela! En cuanto empieza a afligirse por la peque?ez de nuestro pa¨ªs, sabemos que despu¨¦s viene la menci¨®n a los ?agravios? hist¨®ricos que un poder b¨¢rbaro e incompetente le ha infligido, sin haber logrado nunca doblegar su ?fe de ser? ni sus vagos ?anhelos?; luego llegar¨¢ el momento de pensar en positivo, de cara al futuro, y pronunciar¨¢ las palabras ?inversi¨®n?, ?beneficios?, ?creaci¨®n de puestos de trabajo?, ?dinamizaci¨®n?, ?competitividad? y otros conjuros, mientras la cabeza de Soc¨ªas asoma tras su hombro izquierdo, luego tras el derecho, como un metr¨®nomo, recordando ??aqu¨ª estoy! ?aqu¨ª estoy!?? y la lluvia de neutrinos de las ideas atraviesa mi cerebro sin dejar huella, y bajo el estr¨¦pito que levanta mi pelo al crecer oigo la voz del poeta: ya es de noche, ya cantan todos los surtidores?, y? ?f¨ªjate en Soc¨ªas, pobre diablo! ?Su sonrisa inofensiva, su ropa c¨®moda! Su nombre es Legi¨®n. Tambi¨¦n el m¨ªo, yo aqu¨ª mirando esto. Y tambi¨¦n mi alma es un programa de televisi¨®n. ?Te imaginas c¨®mo ser¨ªa pasar unas horas dentro de la piel del Eminente, pensando y hablando sin descanso de la patria y los traidores y los
b¨¢rbaros, y los agravios y las deudas que el mundo contrajo con nosotros en el a?o del Diluvio, cuando los b¨¢rbaros mataron a nuestro conde Gal¨¢n, de una estocada a traici¨®n, cuando paseaba cantando una balada por el hayal viejo?? No, ni por todo el oro del banco; ni aunque me prometieran la jubilaci¨®n anticipada, con el sueldo ¨ªntegro y dos secretarias a las que dictarles mis memorias desde los a?os de aprendizaje en S¨®tano 3 hasta el departamento de Prognosis en la sede central? No podr¨ªa. Pero ser Soc¨ªas, en cambio, s¨ª podr¨ªa. ?Cu¨¢ndo empiezan los anuncios?
Dicen que si vivimos lo suficiente, nuestras contradicciones, nuestros actos abyectos y nuestras haza?as se fundir¨¢n como las luces de colores de un castillo de fuegos artificiales; todo se lo llevar¨¢ mezclado la deriva de astros, hacia los confines del universo en expansi¨®n.
Qui¨¦n sabe. De all¨ª nunca ha llegado nadie para cont¨¢rnoslo.
Pero por si acaso, quiero dejar constancia de que no era yo, sino ¨¦l quien se alejaba por el aeropuerto; iba sudoroso y el traje verde en la funda de pl¨¢stico ondeaba a su espalda como un estandarte.
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