Zaragoza vibra con sus 'h¨¦roes'
Nada pudo enturbiar ayer la emoci¨®n de las casi 40.000 personas que llenaban La Romareda. Y nadie pudo borrar la sonrisa de la cara de Juan, Pedro, Joaqu¨ªn y Enrique, en las dos horas y media que dur¨® el concierto. Ni siquiera los problemas de garganta que Bunbury ha tra¨ªdo del otro lado del Atl¨¢ntico. Apenas pasaban unos minutos de las nueve de la noche cuando empezaba a sonar la intro Sound tou siren, La m¨²sica asciende y ascienden los gritos. Parece incre¨ªble pero el ambiente est¨¢ a¨²n m¨¢s caldeado que el pasado mi¨¦rcoles, y aunque tambi¨¦n pudiera parecer incre¨ªble H¨¦roes del Silencio sonaban a¨²n m¨¢s potentes. Con los primeros compases de El estanque llega la locura, que desciende de la grada al c¨¦sped para estallar en un grito com¨²n sobre las tablas. A su fin el m¨²sico grita el nombre de su ciudad. Desafiante, como el cierzo implacable y rotundo, invita a su p¨²blico (que es suyo en cuerpo y alma) a nadar Mar adentro.
La grada acepta el desaf¨ªo, los pu?os arriba y los gritos desaforados (mucho alcohol a precios populares corre de mano en mano). Y las complicaciones con las guitarras no enturbian el momento.
La carta, casi sin tregua, mantiene el ambiente caldeado lo justo para que una nueva explosi¨®n de emociones que recorren ida y vuelta el escenario toda la Romareda. "Vamos a tocar algo de nuestro primer ¨¢lbum", se?ala un Bunbury ligeramente ronco. Con ella llegar¨¢ tambi¨¦n la primera novedad del repertorio respecto al concierto anterior. Los nervios se van templando y la voz de Bunbury, aquejada por una incipiente afon¨ªa estos d¨ªas tambi¨¦n. Pero hoy no es un d¨ªa en el que el m¨²sico est¨¦ dispuesto a parar. Se golpea el pecho con el micro y se entrega a un p¨²blico entregado. "Vienen con la voz bien", bromea justo cuando empiezan los primeros compases, no muy afinados, de la Sirena varada. Pero nuevamente los hermanos Valdivia remontan apoyados en la voz de Enrique, que se esfuerza por darlo todo ante el micro.
"Qu¨¦ le pedir¨ªan a la virgen del Pilar, un porrito, dicen por ah¨ª, p¨¢samelo Pedro", se?ala un Bunbury sonriente y provocador, antes de emprenderla con Opio. El aludido, Pedro Andreu, siempre en segundo plano, suena hoy contundente apoyado por Joaqu¨ªn en el bajo, y devuelve al p¨²blico su ovaci¨®n alzando las baquetas. Bunbury aprovecha entre canciones para darle una tregua a su garganta, que parece empeorar por momentos. Aunque las canciones no pierden un ¨¢pice de fuerza y ¨¦l no deja de empe?arse el que este concierto sea el que so?aron cuando decidieron hacer este regalo, que es mutuo. "Muchas gracias por hacernos tan grandes".
Juan, Pedro, Joaqu¨ªn? mientras oyen sus nombres avanzan hacia un segundo escenario, donde les espera un set ac¨²stico. La herida y despu¨¦s H¨¦roe de leyenda. Bunbury no puede m¨¢s. Pide cinco minutos de descanso para su garganta y el p¨²blico se echa a temblar. Muchos temen que despu¨¦s de 11 a?os este sea el abrupto final del concierto. Pero dos m¨¦dicos y un aerosol obran el milagro y Bunbury y los suyos vuelven para terminar lo que empezaron. Joaqu¨ªn se divierte. Una bandera de M¨¦xico donde se puede leer Ciudad Ju¨¢rez, les da la bienvenida desde la primera fila. Ahora todos los motores est¨¢n encendidos y listos para el rock and roll.
Con Nuestros nombres vuelven a poner toda la carne en el asador. Hay algunas canciones que nunca pierden su efecto, El mar no cesa. Y otras que son como un himno capaz de abrir en canal est¨®magos y hacer saltar las l¨¢grimas: Entre dos tierras y Maldito duende. Se divierten como ni?os y la garganta de Bunbury parece haberse recuperado. Las luces acompa?an una puesta en escena espectacular. Mientras, Bunbury tira de viejas poses peleando en el aire con los fantasmas que han querido dejarle sin voz. Arde la Romareda y hoy no juega el Real Zaragoza. H¨¦roes del Silencio invitan a su p¨²blico a la Avalancha y las primeras filas se comprimen contra las vallas.
La despedida durar¨¢ lo justo para que con los bises lleguen Oraci¨®n y la potent¨ªsima Tumbas de sal. Y un momento m¨¢gico. Los H¨¦roes encienden la chispa adecuada y un mar de confeti plateado inunda un mar de brazos, m¨®vil en mano, que quieren agarrar las ¨²ltimas canciones de un sue?o al que apenas le quedan unos compases.
Malas intenciones pondr¨¢ la guinda al pastel. El p¨²blico, que ya conoce el repertorio, se revuelve inquieto cuando siente llegar el final. Enrique y Juan se sientan para caer juntos En brazos de la fiebre. Y el p¨²blico se mece con esos brazos mientras Bunbury toma un foco y lo pone, en una suerte de homenaje, sobre su compa?ero.
La m¨²sica va muriendo. Los m¨²sicos van saliendo. Bunbury se resiste a dejar de mirar a los ojos a los que le miran, que le gritan H¨¦roes, que han visto su sue?o cumplido. Algunos quisieron ver l¨¢grimas en ellos. Donde seguro s¨ª las hubo fue en el c¨¦sped, donde muchos se abrazaban y otros se miraban sin querer creer que aquello era el final, pero lo era, y los fuegos de artificio se encargaron de despertarles de ese sue?o.
El escenario
Un escenario de 22 metros de altura por 40 de boca. Una pasarela de 25 metros que conecta con un segundo escenario de 9 metros de di¨¢metro. Cuatro pantallas gigantes en el centro y otras dos en los laterales. 552.000 vatios de luz repartidos en 200 focos m¨®viles y 300.000 vatios de sonido. Esta espectacular puesta en escena ha requerido tres d¨ªas de montaje y ha movilizado a m¨¢s de 800 personas entre montadores, auxiliares, seguridad y servicio de comida. Adem¨¢s 200 camareros atienden la barra de todo el estadio.
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