"El verdadero due?o de la lengua"
La ¨²ltima vez que Miguel Delibes habl¨® en p¨²blico fue en la Academia de la Lengua, a la que perteneci¨® y que no piso durante d¨¦cadas porque Madrid era un ruido que le horrorizaba. Habl¨® en diferido, en un v¨ªdeo que fue grabado para celebrar la salida de la nueva Gram¨¢tica de la Lengua Espa?ola. Entonces, el viejo escritor castellano, uno de los grandes del siglo XX, celebr¨® la salida de aquel volumen y se congratul¨® de participar de una instituci¨®n capaz de recoger el habla del pueblo. Dijo: "La lengua nace del pueblo; que vuelva a ¨¦l, que se funda con ¨¦l porque el pueblo es el verdadero due?o de la lengua".
Era el 10 de diciembre de 2009. Desde hac¨ªa meses, e incluso a?os, este Delibes que acaba de morir con 89 a?os (en octubre hubiera cumplido 90) estaba rabioso con la vida; la disfrut¨® como periodista, como cazador, como novelista, como espectador y como participante, y la sufri¨® como hombre enamorado que demasiado pronto perdi¨® a su compa?era, ?ngeles, con la que comparti¨® matrimonio e hijos y a la que despidi¨® con las l¨¢grimas privadas que alguna vez fueron, despu¨¦s, literatura.
Su libro Se?ora de rojo sobre fondo gris es una soberbia obra de arte en la que el Delibes m¨¢s ¨ªntimo dej¨® memoria de su afecto herido por la enfermedad y la muerte. Un d¨ªa, muchos a?os despu¨¦s de inaugurada esa soledad que mitig¨® el amor sin frontera de su amplia familia, Delibes me repiti¨® sobre ?ngeles, en diciembre de 2007, algo que a?os antes le hab¨ªa dicho su amigo Juli¨¢n Mar¨ªas: "Con su sola presencia aligeraba la pesadumbre de vivir". Como escribi¨® el hijo de Mar¨ªas, Javier, ?ngeles era "una mujer sonriente, atractiva, pausada, con un aspecto juvenil". Ese retrato vivi¨® siempre con Delibes; y ¨¦l sobrellev¨® esa p¨¦rdida porque alrededor tuvo un apoyo familiar que su bondad contribuy¨® a convertir en una celebraci¨®n continua del amor a la vida.
Pero a ¨¦l le rond¨® siempre esa melancol¨ªa, ese sentimiento de p¨¦rdida que se lee en Se?ora de rojo sobre fondo gris. ?l mismo, muchos a?os despu¨¦s, sufri¨® esa dentellada de la enfermedad, y sigui¨® viviendo, pero descontando los d¨ªas como si ya estuviera se?alado para dejar todo esto. Era muy dram¨¢tico escucharle, en los ¨²ltimos tres a?os. En esa entrevista de diciembre de 2007 me dijo en su casa de Valladolid: "Ya nunca me ver¨¢s mejor que ahora". Pero hab¨ªa superado un c¨¢ncer, y cuando todos cre¨ªan que bastante ten¨ªa con habitar en este mundo, y ver crecer a los nietos, sac¨® del caj¨®n uno de sus libros m¨¢s grandes y m¨¢s grandiosos, El hereje, que la gente salud¨® en Espa?a como la magistral contribuci¨®n de Delibes a la ense?anza de lo que es de veras un novelista, tal como ¨¦l lo conceb¨ªa: un tipo serio que no se anda con florituras, que sabe ad¨®nde deben dirigirse las historias y conoce muy bien el lenguaje con el que ha de abordarlas.
Aquella frase grabada y dicha para que la oyeran los acad¨¦micos ("el pueblo es el verdadero due?o de la lengua") no era una ret¨®rica populista de un hombre de Valladolid, cuna, seg¨²n todas las estad¨ªsticas, del castellano m¨¢s cl¨¢sico o tradicional; Delibes escribi¨® con el ejemplo; fue un periodista buen¨ªsimo, un maestro de gente como Manuel Leguineche o Francisco Umbral; dirigi¨® El Norte de Castilla en pleno franquismo y lo hizo un diario liberal, opuesto a los lugares comunes m¨¢s groseros de la dictadura. Siendo periodista, en El Norte de Castilla, recibi¨® la noche de Reyes de 1948 la noticia de que era premio Nadal, por La sombra del cipr¨¦s es alargada. La fama que le proporcion¨® aquel galard¨®n no le arranc¨® del peri¨®dico; tampoco le arranc¨® del Norte (ni de Valladolid) Jos¨¦ Ortega Spottorno, presidente de EL PA?S cuando este diario iba a nacer y el hijo de Ortega y Gasset le propuso que se incoporara como director a esta aventura. ?l no ir¨ªa a Madrid ni atado, y fue a la Academia, cuando lo eligieron, porque hab¨ªa que tomar posesi¨®n...
Valladolid, Castilla, Sedano, la familia... No era una opci¨®n castiza, ni nacionalista; Delibes no era un tipo encerrado con el ¨²nico juguete de la lengua o de la caza, o de la literatura; fue periodista siempre, un buen lector de peri¨®dicos que quer¨ªa saber qu¨¦ suced¨ªa en el mundo. Viaj¨® much¨ªsimo, y no s¨®lo a trav¨¦s de los campos castellanos, que le dieron inspiraci¨®n tan suculenta, sino que hizo transcurrir su vida por escenarios que le consagraron como un observador atento del acontecimiento internacional. Uno de esos viajes fue a la Primavera de Praga, cuya contemplaci¨®n consolid¨® sus ideas sobre el valor de la democracia liberal.
Su inspiraci¨®n fue el campo, la lengua del pueblo, lo que escuchaba con la misma paciencia con que liaba tabaco. Pero sus novelas no son hijas o herederas de las costumbres, exclusivamente; en ¨¦l hay una sencillez barojiana, pero su observaci¨®n va m¨¢s hondo: conduce la historia para que se vea el alma, el paisaje es el pretexto. Detr¨¢s de Los santos inocentes hay, es cierto, campo, la soledad de los campos, la tristeza rotunda que se esconde en medio de la miseria, pero hay sobre todo met¨¢fora de esa larga y honda soledad que padecen los hombres que no se acompa?an por dentro.
Acaso la obra en la que Delibes sintetiza su capacidad para escuchar "la lengua del pueblo" mezclada con los ritmos extra?os de la soledad de los hombres o las mujeres (o los ni?os) que retrat¨® fue Las ratas, un fresco cuya lentitud arriscada esconde la voluntad de mostrar la pobreza como el ¨²nico paisaje de la posguerra en las orillas m¨ªseras de los r¨ªos de Castilla.
Dec¨ªa su paisano Gustavo Mart¨ªn Garzo, en este sentido, que la pobreza o la precariedad o el abandono caracterizan el universo de Delibes; el verdadero tema de su escritura, dice el novelista que hereda en cierto modo ese gusto de Delibes por el lenguaje como espejo de la naturaleza de la gente, "no es la desesperanza sino el desamparo, la orfandad radical de los hombres". Ese libro, Las ratas, es un monumento en ese sentido.
No era Delibes muy dado a degustar lo que ya hizo; de hecho, en sus entrevistas era m¨¢s bien reacio hacia la propia contemplaci¨®n de su obra; le gustaban las conversaciones lentas; la amistad y la familia eran sus gustos, y los buenos libros, el buen tabaco, el campo abierto, la caza, el recuerdo de sus excursiones en bicicleta en busca de ?ngeles en los veranos de Sedano o de Molledo Portol¨ªn. Cuando ya nada de eso fue posible, y cuando not¨® que la presencia cruel de la enfermedad, de la debilidad y de la muerte, se cern¨ªa sobre la fragilidad de sus pulmones y de su cerebro y ya la vida no merec¨ªa ser vivida, agarr¨® el lenguaje del pueblo, ese castellano pur¨ªsimo que cultiv¨® como nadie, y dijo: "Ya no me ver¨¢s nunca mejor de como estoy ahora". En la misma conversaci¨®n de hace tres a?os Delibes dijo, entrecerrando la puerta: "Se me acab¨® el tiempo".Dur¨® m¨¢s, pero desde entonces ¨¦l repet¨ªa que le daba rabia seguir viviendo as¨ª.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.