Ricardo Men¨¦ndez Salm¨®n: "Siempre habr¨¢ buena y mala literatura, independientemente del soporte"
Respuesta ¨ªntegra del autor de 'El corrector' a las preguntas de EL PA?S
Mi relaci¨®n con la Red, que podr¨ªa considerarse met¨¢fora y s¨ªntoma por excelencia del tiempo actual, es cotidiana y muy grata. Soy un convencido de la Red como generadora de opini¨®n, discurso, informaci¨®n, conocimiento, expectativas e incluso falacias, las seis facetas. Dicho esto, reconozco tambi¨¦n ser un fetichista del libro en su formato cl¨¢sico. El libro, como objeto, se me antoja insustituible. Desde luego, el libro sin papel a¨²n no se ha instalado en mi conciencia, y la blogosfera, por lo general, me parece una reconstrucci¨®n m¨¢s o menos certera de las formas can¨®nicas de comunicaci¨®n impresa. Al planeta ciborg lo observo con simpat¨ªa, pero sin entusiasmo. Me siento c¨®modo en ¨¦l, pero no lo reconozco como mi pa¨ªs natal. Hay una comparaci¨®n de Manguel que me parece bastante atinada respecto a este statu quo que las nuevas tecnolog¨ªas proyectan sobre el universo del libro. Dice Manguel que si la biblioteca de Alejandr¨ªa aspiraba a simbolizar la omnisciencia humana, la biblioteca de la Red aspira a simbolizar nuestra omnipresencia. El matiz decisivo es que, mientras aqu¨¦lla se proyectaba como la biblioteca que lo conten¨ªa todo, ¨¦sta se dibuja como la biblioteca que contiene cualquier cosa. Mi miedo o, mejor dicho, mi prevenci¨®n es que, en nombre de las nuevas tecnolog¨ªas digitales, ese ?cualquier cosa? encuentre acomodo en el cuerpo de la literatura.
Al respecto de si el universo digital puede alterar o ha alterado ya nuestras forma de contar, recuerdo una frase de Comte en el Discurso sobre el esp¨ªritu positivo: "Nos guste o no, todos somos hijos de nuestro siglo", as¨ª que, por descontado, la inmersi¨®n en una era digital de alg¨²n modo ha de trasladarse a la escritura. Mi sospecha es que, en realidad, lo que hacemos es mudar de una pantalla a otra. Del tipo que pintaba uros en Tito Bustillo a m¨ª mand¨¢ndote este rollo desde un iMac hay un par o tres de rubicones mentales que cruzar, pero las certidumbres y los miedos no son muy distintos, as¨ª que los temas que compondr¨¢n el fondo de armario seguramente se repetir¨¢n. Recuerdo una entrevista que El Pa¨ªs realiz¨® hace muchos a?os, quiz¨¢ veinte o veinticinco, a Doris Lessing, en la que ella pronosticaba que, en un futuro inminente, el libro solo, despojado de afeites, "ya no bastar¨ªa". Y aunque el tiempo, en cierta medida, ha venido a darle la raz¨®n, yo matizar¨ªa el pron¨®stico. Es obvio que se puede escribir como si la Red no existiera (yo, por ejemplo, lo hago: en mis libros, hasta la fecha, la Red ni siquiera existe como clima), pero se me antoja dif¨ªcil concebir la existencia del libro al margen de la Red, aunque s¨®lo sea porque la mayor¨ªa de escritores ?visibles? publicamos en editoriales cuyo objetivo y raz¨®n de ser es llegar al mayor n¨²mero posible de gente.
Dicho esto, en qu¨¦ lugar queda la palabra en un contexto de preponderancia de lenguajes visuales y sonoros. Bien, yo creo que ese poder permanece indemne. Yo soy un enamorado de la modernidad, la que plasmaron en sus textos Poe, Baudelaire o Rimbaud. No creo que ni el sonido ni la imagen hayan logrado jam¨¢s ser tan poderosamente evocadores como las palabras de La narraci¨®n de Arthur Gordon Pym o los poemas de Las flores del mal y las Iluminaciones. Lo que a m¨ª me apasiona, en realidad, y lo que intento plasmar en mis textos, es la capacidad de la imaginaci¨®n ling¨¹¨ªstica, entendida como el empleo de un lenguaje lo suficientemente resonante como para poder competir con lo ic¨®nico y con lo sonoro. Aunque pueda parecer parad¨®jico, hoy el escritor, para derrocar la dictadura de la imagen y del sonido, debe crear im¨¢genes m¨¢s poderosas que aquellas captadas por nuestros ojos y o¨ªdos y por sus pr¨®tesis tecnol¨®gicas. Y eso es lo que logran ese pu?ado de escritores que para m¨ª son cumbre de nuestro tiempo: Michon, DeLillo, Coetzee o el fallecido Sebald, un autor que, por cierto, supo conjugar con enorme talento un medio ajeno a la literatura (la fotograf¨ªa) para multiplicar la resonancia y profundidad de su escritura.
Respecto al debate acerca del libro multimedia (un libro discoteca, un libro fonoteca, un libro cinemateca, un libro hemeroteca, un libro blogoteca), estoy a favor de su existencia si estas extensiones contribuyen a lo que se desea contar; si se emplean como un signo de los tiempos, me parecen una boutade. ?Y por qu¨¦? Porque al final, como siempre, todo depender¨¢ del texto matriz. El making off y la banda sonora de un texto de Rafael Chirbes o de Enrique Vila-Matas pueden ser fascinantes; el contexto multimedia de una novela de Juan Manuel de Prada prefiero ignorarlo. Y si doy nombres es porque las propuestas est¨¦ticas (y ¨¦ticas, claro) de estos escritores ya conforman el coraz¨®n de su obra, lo esencial de ella, independientemente de los tent¨¢culos que la rodeen.
Por ¨²ltimo, respecto a las cautelas y prevenciones, redundar¨ªa en lo dicho. No le tengo miedo a un futuro que es ya presente; lo ¨²nico que me aterra son los malos escritores. Lamento ser tan poco original, pero odio la hipertrofia te¨®rica que nos rodea. Hoy parece que cada escritor joven ha de defender una teor¨ªa complej¨ªsima para luego plasmarla en novelas que a menudo son un pesti?o, cuando hasta ahora siempre hab¨ªa sucedido al rev¨¦s: los escritores redactaban novelas en las que ya subyac¨ªa su teor¨ªa literaria, su visi¨®n del mundo. No me imagino a Hermann Broch escribiendo una justificaci¨®n te¨®rica de La muerte de Virgilio. Al contrario, La muerte de Virgilio es el monumento pr¨¢ctico con el que Hermann Broch nos traslad¨® su visi¨®n de la literatura, del mundo y del hombre dentro de ¨¦l. Siempre habr¨¢ buena y mala literatura, independientemente del soporte que la sostenga, y siempre habr¨¢ advenedizos y gente que trabaja en silencio, sin hacer ruido. Escribir contra la tradici¨®n me parece tan rid¨ªculo como escribir contra la vanguardia. Pobre del escritor que escribe contra un statu quo tecnol¨®gico o contra un statu quo intelectual. Yo s¨®lo escribo para m¨ª. Y punto. Mis miedos derivan de mi falta de talento o de mi falta de ambici¨®n, no de otro lado.
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